Capítulo 17: Entendí sus acciones

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El sonido de las gaviotas y los primeros rayos del sol obligaron a mis párpados a abrirse perezosos. Respiré la brisa marina y comencé orientarme en el espacio y tiempo.

En frente José Felio dormía con sus manos sobre su estómago y la cabeza hacia atrás. Giré mi cuello hacia la izquierda, Elián se encontraba jugando con el agua, tenía el brazo estirado fuera de la lancha y giraba sus dedos provocando suaves remolinos.

—Oh, Zari, despertaste. Acércate, te mostraré algo —enunció emocionado. Me aproximé cuidadosa al borde viendo lo que a él tanto le intrigaba—. ¿Ves esas cositas rojas y azules que se mueven en el agua?

Unos manchones turbaron el agua cristalina de una forma tan rápida que apenas fue notorio.

—Sí, ¿por qué? —inquirí sin comprender si nos hallábamos en amenaza o no.

—Son peces, los peces que hay alrededor de Darkmont, estamos cerca de casa. Estamos a salvo —anunció con una sonrisa radiante.

Me senté sobre mis talones y coloqué mis axilas en el plástico para estirar mis brazos hacia la llamativa marea tranquila. Los pececitos eran del tamaño de mi pulgar y cuando veían mis dedos adentrándose al agua se acercaban nadando para besarlos. Uno en concreto llamó mi atención, tenía el ojo dorado y estaba cubierto por escamas rojas con pequeños puntos azules, me perseguía a través que avanzábamos.

—Sobre eso... —carraspeé un poco ausente. Todavía percibía el dolor del duelo y mi cabeza no estaba cien por ciento en la realidad— ¿De qué casa hablas? Nuestro hogar fue tomado por Reinaldo, se acabó Rayitos de sol. ¿A dónde iremos?

Subí mis manos, las coloqué sobre el filo y dejé mi mejilla en mis antebrazos para observarlo. Tenía un aire renovado, no mentiré, sus ojos aún estaban empañados por la tragedia de hace horas, pero sabía que podíamos comenzar de nuevo. No podía fingir que eso no le emocionaba.

—Antes de que José Felio se diera un descanso me habló de un lugar en Mitswar, se llama "Acuarelas coloridas", alberga a niños en situación de calle como nosotros. Es más bien una granja donde debemos hacer un par de tareas simples a cambio de comida y un lugar para dormir —explicó ilusionado, el brillo en sus ojos cafés me lo confirmaba—. Creo que es una buena idea, ¿tú qué piensas?

Era simple, no podía pensar. No había muchas opciones con nuestro nulo presupuesto y nuestra edad.

—Suena bien —acoté estirando los labios en un gesto pensativo—. Oye, tú me reprendiste que no dormí nada en estos días, ¿y tú? ¿Cómo has estado durmiendo?

Lanzó un suspiro y amasó sus manos en su regazo. Por un segundo dejó su mirada en el mar, pero enseguida regresó a mi rostro adormilado.

—Cuando estábamos en... el prostíbulo —tragó saliva. Se notaba que quería dejar atrás todo ese asunto porque hablarlo le traía malos recuerdos— dormí un poco. Rebeca, Reinaldo, Jorge y yo llegamos a México antes que ustedes. Al principio me resistí. ¿Sabías que estuviste sedada por más de treinta y seis horas? Quizá por eso no tenías sueño luego.

—Creí que sólo estuve durmiendo por una noche —murmuré escéptica.

—No. Ellos disolvieron Rohypnol en las inyecciones, es una droga poderosa de la que abusaron, es fácil de conseguir en Tijuana, una ciudad de México —aclaró sabiendo que comenzaba a perderme—. Rebeca me explicó que es muy usada por violadores o, en su caso, secuestradores por su efectivo efecto sedante. Necesitaban que estuvieran dormidos mientras los metían en el container, hacían los papeleos de traslado y luego los recogían en su destino.

—Entonces estuviste un día más que yo allí.

—Exacto. Y contestando a tu pregunta... Sí dormí, no como en el orfanato, pero lo intenté. La primera noche giré en el colchón tantas veces que pensé que iba a dejarle un agujero, creo que llegué a descansar unas dos o tres horas. Para la segunda ya sabía que tú estabas ahí, te vi en el escenario siendo vendida por Reinaldo —un tinte amargado y titubeante se adueñó de su voz—. Sentí mucho miedo, Zara. Yo quería tomarte de la mano y sacarte de ese lugar en ese instante, no soportaba esos comentarios cerdos hacia tu cuerpo o el cómo pagaban a cambio de tu virginidad. Me sentí impotente, furioso conmigo, con el mundo, con todo lo que nos estaba pasando y yo ni siquiera podía dirigirte la palabra sin que sospecharan —sus ojos se empañaron y no resistí verlo así.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora