Capítulo 30: La curiosidad nos cegó

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Dicen que la curiosidad mató al gato y a la edad que teníamos las curiosidades eran tan normales que incluso estaban atadas en nuestro sistema.

No, no podía culparnos. Creo que fue lo más espontáneo y la mayoría del tiempo estuvimos en el mismo nivel de madurez. Lo cual es extraño para muchos, excepto para nosotros que conservamos esa naturalidad desde el minuto uno.

Ese día nos despertamos como la habitual rutina, aunque no cumplimos con ella enteramente.

—¿Una sonrisa tan radiante por la mañana? De verdad tienes un superpoder, Zara —me halagó apenas despertar. Su voz estaba profunda y grave.

—No es un superpoder despertarse temprano —respondí levantándome del colchón.

—Sí que lo es para mí y mucho más con esa energía. Debo decir que se ve encantadora en ti, por cierto.

Coloqué la pava con agua en el fuego y me volteé a verlo mientras se desperezaba.

—¿Recuerdas que Tania, Pilar y Tom me dieron algunos regalos antes de que me fuera de Acuarelas coloridas? —pronuncié con una sonrisa bailando en mis labios.

—Mmm sí, ¿por qué?

Elián era ese tipo de persona que por las mañanas procesa la información en un grado muy lento. Esa era la diferencia más notoria entre nosotros a largo plazo.

—Bueno, Pilar me obsequió esto—saqué el brillo labial oculto en el bolsillo de mis jeans—. Creí que como hoy cambiaremos de lugar sería bonito también cambiar un poco de mí, ¿no crees?

—Sí, es una buena idea —bostezó. Sus manos ya iban en busca de las tazas e introdujo dentro de la pava un saquito de té. No sé por qué siempre olvidaba hacerlo yo.

—No es una barra de color rojo intenso como el que solía usar tu madre o una fucsia como la de Rebeca, sólo es un pequeño brillito que no hubiera sabido su nombre si no estuviera en el envase, claro —solté una risita suave.

Ambos nos sentamos en el colchón con las tazas en manos y observamos la ligeramente sucia ventana. El clima estaba gris, ni siquiera el sol se animaba a acercarse mucho.

—Anda, pruébatelo —apremió con su mano libre.

—¿Sí?

—Por supuesto. Eres una chica de quince, casi dieciséis. Falta muy poco para tu cumpleaños y sabes que en estos días en especial quiero que seas más feliz que nunca. Es mi promesa de cada año, ¿o no? —subió los hombros acompañando el gesto con esa sonrisa tan tierna.

—Y hasta ahora no has fallado, cada cumpleaños es mejor que el anterior.

Sin espejos o conocimiento, me dejé guiar por mi instinto femenino y apliqué la pegajosa capa trasparente sobre mis labios.

—Se te ve hermoso —degustó un rápido beso y se lamió sus propios labios—. La fresa sabe exquisita desde tus labios.


Nos animamos por primera vez a pisar la estación de tren, Borja nos había indicado el camino y no era tan lejano como pensábamos. No nos alcanzaban las agallas como para viajar varias veces y vender los chicles en los vagones, pero sí podíamos caminar entre el gentío de personas o armar un pequeño puesto colocando un pañuelo en el piso.

Como era la primera vez decidimos que el contacto directo sería adecuado y eficaz. Nos paseamos entre la gente que bajaba o los que esperaban el tren en la estación con impaciencia. No nos fue mal, he de admitir.

Había muchos adolescentes adictos a la goma de mascar o que necesitaban una menta para renovar su aliento (¿debo aclarar que luego se encontraban con sus parejas?). Así que sí, fue un buen día de ventas.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora