Capítulo 23: No teníamos muchas posibilidades

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El terror subió por mi garganta. ¿Cómo nos había encontrado?

—Luego te explico todo, pero ahora debemos irnos —apremió Eli con esa expresión en la que su rostro se contraía hacia el centro.

—¿Qué hay de mis amigas y Tom? —pregunté acongojada por tener que ver por segunda vez cómo destruían las ilusiones de los niños y adolescentes.

—Estarán bien, lo prometo. No está aquí para prostituirlos, lo único que quiere es a nosotros.

No lo cuestioné porque confiaba ciega y plenamente en él.

Tomé el poco dinero que habíamos ahorrado de los trabajos mientras él abría la ventana. Pensé en coger la ropa de mi lado del armario, pero no me pareció correcto, me hubiera sentido como una ladrona que se aprovechaba de los servicios de Acuarelas coloridas.

Durante esas semanas en las que Eli se quedaba a dormir en nuestro cuarto decidimos colocar una escalera en la ventana. Fue sugerencia de Tania por si Víctor entraba y nos cachaba durmiendo en la misma cama. Ahora estaba agradecida de aquella idea que un día me pareció un tanto extremista.

—Ven.

Elián sostuvo mi mano libre y me ayudó a equilibrarme en la escalera, las voces y el traqueteo se oían cada vez más claros. Mi cuerpo estaba liberando tanta adrenalina que sentía mi respiración superficial y mis latidos ensordeciéndome.

—Creo que ya viene —murmuré sintiendo mi respiración sofocarme.

Bajé las escaleras apresurada, aunque prudente de las consecuencias nefastas. Apenas llegué al final la sostuve y esperé a que Elián pisara los peldaños. Pero el ruido de la puerta al abrirse me llegó a los tímpanos.

Le hice una seña desde abajo para que viniera, en cambió cerró la ventana y con los ojos me señaló un lugar para esconderme: el establo. Estaba demasiado asustada, así que omití el ruido de mi corazón y le hice caso, después de todo, yo sabía que él podía lidiar con Rebeca y la situación.

Con la penumbra como escudo me dirigí al establo rojo. En la puerta encontré una linterna del tamaño de mi antebrazo y de inmediato la encendí. Lo que iluminó me dejó paralizada en mi lugar, supongo que debí sospecharlo por el ruido. En mi defensa, sonaba bastante a los caballos comiendo o bebiendo.

¿Puedes culparme? No hubiera imaginado que a las cuatro de la mañana me encontraría con Tom y Pilar besándose desesperadamente entre los caballos.

Se separaron abriendo los ojos de par en par, dejando que sus reacciones repentinas mermaran con el paso de los segundos. Tom se giró de tal manera que no pudiera observarlo y rascó su cuello como gesto nervioso o tal vez de arrepentimiento.

—Hola —canturreó Pili mostrándose con una incomodidad ostensible.

Pero ya la había atrapado varias veces besando a distintos chicos, el punto de esto es que no era cualquiera, sino Tom. Había una extraña historia con él, lo pude sentir. Me bastó pensar un poco y atar un par de cabos para entenderla casi por completa.

Las palabras comenzaron a cobrar sentido:

"No puedo verlo como algo más desde...".

"Ella jamás me perdonará lo que hice".

"No te culpo, tiene ojos bonitos y unos labios angelicales".

—Ahora lo entiendo —expuse en un susurro que se oía claro por el silencio. Todavía estaba un poco atónita—. Ustedes se besaron hace tiempo y Brenda los descubrió. Tom, ella no puede perdonar que hayas besado a su amiga y por eso no te puede imaginar como algo más que un amigo, ¿verdad?

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora