Capítulo 16: Perdí la esperanza

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El cielo estaba bañado en un uniforme turquesa que cautivaba a las prematuras estrellas. Mi desasosiego se manifestaba entre la leve jaqueca y mis ojos apesadumbrados.

Moli respiraba como suaves sorbos de aire que resonaban en la tranquilidad del agua. La tela de jean de mi estrecho short estaba empapado de su sangre. Su hombro parecía una catarata rojiza que no cesaba en ningún minuto.

—Apenas lleguemos al otro lado buscaremos un hospital —musité dulce. Quité los rizos oscuros y húmedos de transpiración que tapaban su frente y mejillas—. Los médicos te atenderán, te quitarán la bala y esto no será más que un dolor pasajero.

No, no estaba positiva en lo absoluto. Sin embargo, quería mantener a Moli despierta, con sus ilusiones altas y esas ganas de luchar contra la muerte. Tampoco deseaba pensar en lo peor al notar que sus ojos costaban más en mantenerse abiertos y su gélido cuerpecito temblaba a más no poder.

—Piensa en Rony —concordó Elián mirándola con una ternura contagiosa. Sí, él también sería un gran padre—, él te espera en Solstais, no puedes abandonarlo todavía. Recuerda tus sueños, no puedes dejarnos sin antes mostrarnos tu restaurante y prepararnos una especialidad que se acople a nuestros gustos. No puedes detenerte ahora que podemos empezar desde cero, con una nueva oportunidad, con el mundo a nuestros pies.

El hombre en frente nuestro se encargaba de observar el motor y cambiar la velocidad de vez en cuando. No hacía preguntas, hubiera resultado inoportuno, sólo nos observaba perspicaz.

—Ujum... —asintió Moli respirando con fuertes inhaladas que le provocaban mayor sufrimiento— Zara, cuéntame un cuento —susurró apretando los ojos con una voz muy fina y pausada.

Carraspeé antes de conceder su deseo. Acaricié su rostro por cada palabra que "Pinocho" contenía, me sumergí en el hilo de la historia para que pudiera disfrutarla con cada uno de sus detalles.

Pero la niña era muy astuta. Con mi pérdida de atención para volcarla en la narración provocó que dejáramos de insistir en mantenerla viva. Sin advertirnos antes, dejó que sus ojos grises se cerraran lentos para que no regresaran a abrirse jamás.

A mitad del cuento Eli le dio un vistazo, prosiguió con mi rostro embelesado en las líneas de los personajes y finalizó bajando la cabeza. Su mano se enredó en la mía y la sostuvo como si fuese una necesidad para ambos. Al notar el contacto me detuve, sentí el cuerpo quieto en mis piernas y las letras fueron apresadas en mi garganta. Un sollozo salió como muestra de mi pesar y mi reflejo fue aferrarme a los hombros de Elián.

El pescador se inclinó hacia Moli, tomó el manejable brazo de la morena y posó dos dedos sobre su muñeca. Después de un minuto lo soltó con una mueca de resignación que evidenciaba la respuesta.

—No tiene pulso —anunció en un tono bajo y pesado.

Mi mente logró encenderse para derribarse contra la verdad, mi llanto se intensificó con fuertes sollozos e hipidos que calaban en el centro de mi pecho. A decir verdad, sentí el dolor llenando cada espacio de mi cuerpo.

—No es justo —murmuré enojada por tener que ver el cadáver de esa gruñona y juguetona chica que a diario trataba de molestarnos con un posible noviazgo o le hablaba a su conejo de felpa para conseguir su aprobación—. Ella debería estar lúcida ahora, haciendo bromas o contándonos los cumplidos que le decía su padre. Es totalmente injusto.

—Ella está en un lugar mejor, es un ángel que se reúne con sus familiares allá en el cielo. Sus padres la cuidaron cuanto pudieron, su tarea se acabó, los tres pueden descansar —dijo Elián esforzándose en consolarme.

Y ahí estábamos hablando de religión otra vez, justamente como hace dos años cuando buscábamos formar nuestra propia opinión. No podía creer, pero tampoco quería empeorar el momento discutiendo sobre a dónde se dirigía el alma de la inocente.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora