Capítulo 22: Aprendí de cocina

59 8 1
                                    

Fingía.

Estaba pretendiendo que no necesitaba a Elián para poder dormir en paz. Quería devolverle, aunque sea por un segundo, lo que yo había sentido cuando él me empujó a estar sin su compañía.

Pero la realidad era bien distinta. No podía dormir, mis ojos estaban abiertos, mi mente perdida entre tantos signos de preguntas. Me preguntaba si él estaba igual o se había dormido hace horas ya.

Tania daba sus suaves ronquidos y disfrutaba de su sueño. Mientras, yo estaba arropada, quieta en mi lugar, mirando el techo entre la penumbra.

¿Había descubierto con un beso que no sentía lo mismo? ¿Estaba celoso porque consolé a Tom? ¿Se estaba arrepintiendo de todo aquello que prometimos?

Sofocada decidí levantarme. Me rugía el estómago y me dolía un poco la cabeza porque no había ingerido ningún alimento hace muchas horas. Me dirigí a la cocina con la esperanza de que quedaran algunas sobras, pero al encender las luces lo primero que se encontraron mis ojos fue la imagen de Pilar y otro muchacho besándose cerca de las hornallas.

La sorpresa los llevó a separarse. Pili me dio una sonrisa inocente al notar de quién se trataba seguida por un suspiro de alivio.

—Creí que sería Víctor, ya nos ha pillado una vez —comentó con sus hombros relajados y brazos flojos. Después vio al chico de tez morena con el que estaba besándose y le dio un beso en la mejilla—. ¿Nos vemos mañana, amor? Quiero hablar con mi amiga un rato.

—Claro, ¿a la misma hora? —cuestionó en un tono tan meloso como coqueto.

Ella asintió y le guiñó un ojo al verlo salir de la cocina.

—¡Contigo quería hablar! —me apuntó con su dedo mientras su otra mano se posaba en su cadera de manera acusatoria.

—¿Por qué?

Dio una risita irónica y luego sus ojos brillaron regocijándose de su buena observación.

—Te vi hoy entrando a la sala de música con Tom —borró su reproche para convertirlo en una sonrisa cómplice. Me codeó las costillas queriendo insinuar algo—. No te culpo, tiene ojos bonitos y unos labios angelicales. Pero no creí que él fuera el primero en el que te fijarías y...

—Espera —le corté porque sus palabras cada vez se hacían más rápidas y su emoción crecía como un globo—. Él y yo no somos nada, sólo compañeros de trabajo o tal vez amigos, pero, en definitiva, Tom no me gusta de esa forma.

—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué te escondiste así como si fuera que estuvieras cometiendo un acto indebido?

—Porque él me reveló un par de cosas y yo le conté otras, queríamos privacidad, eso es todo.

Movió sus cejas, luego frunció sus labios y miró hacia a un lado sopesando mi contestación.

—Bueno, te creo. Ahora explícame, ¿qué haces aquí a estas horas?

—Me dio hambre —me encogí de hombros—. Preguntaría lo mismo, aunque ya descubrí la respuesta.

—Tengo insomnio —informó con una mueca desesperante y un tanto arrogante—. Los chicos piensan que es más "romántico" besar de noche, así que me aprovecho de ambos factores.

—Buen punto.

Mi estómago rugió tanto que Pilar dio un respingo en su lugar.

—¡Zara! ¿Hace cuánto no comes? —se notaba preocupada.

—Creo que desde el almuerzo.

La verdad ahora sí tenía mucha hambre, el cuerpo me estaba advirtiendo que debía comer cualquier cosa cuanto antes. Mi cabeza se sentía pesada, mi panza temblaba de vez en cuando y sentía punzadas entre mis costillas.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora