Capítulo 32: Eso es lo que necesitaba

45 9 1
                                    

El orgullo había sido parte de mí y creo que es correcto que así sea en algunas ocasiones. Sin embargo, él me había enseñado muchas cosas y una de ellas fue que el orgullo es una nimiedad y lo verdaderamente interesante es el sentimiento que se oculta detrás.

En mi caso: el miedo a ser insuficiente para él. Por fin podía comprender lo que él predicaba que le sucedía antes de salir conmigo, no era agradable o bonito en lo absoluto.

Debía ser sincera, no podía dejar que ese nuevo título para nosotros nos quitara lo que habíamos sido desde el día uno. Quería a mi confidente devuelta, no a ese chico rubio al que pensaba, pero no me atrevía a confesarle lo que mi mente explayaba con palabras.

Había dormido una siesta de ocho horas, mi cuerpo me prohibía seguir durmiendo. Los efectos de la pastilla despertaban, logrando que la poca fiebre que quedaba y el dolor de garganta disminuyeran. Sin embargo, permanecí en mi espacio recostada.

Escuché el sonido de la puerta y de inmediato fijé mi atención en su cuerpo recién duchado. Él apagó la luz y se acostó dándome la espalda como siempre. Estaba dudosa de abrazarlo o no. Decidí levantarme, tenía las fuerzas suficientes para hacerlo. Pensé en hacer un poco de té para inducirme el sueño, después de todo, té y galletitas de agua era todo lo que teníamos.

—Zara, ven aquí —formuló Elián mirándome desde la penumbra. Esta vez su tono era suave y dulce como frosting. Me apremió al abrir las sábanas justo frente a él—, por favor.

Acaté sin mostrar alguna expresión o darle un indicio de mi ánimo. Me enfrenté a él y nos tapó con la áspera sábana. Me sentí envuelta en un agudo deseo de eliminar esa ínfima distancia, pero primero quería escucharlo hablar. Había extrañado demasiado su voz.

Tenía unas ojeras marcadas y las facciones ligeras como si estuviera al borde de quedarse dormido. Estaba extenuado al punto que me dio pena.

—Lo siento —su mano se posó justo en mi cintura. Creo que notó la rojez en mis ojos, aunque tal vez pasó desapercibido por la gripe—. Perdón por haberte gritado, juro que no fue mi intención asustarte. No lo volveré a hacer.

—No es la primera vez que me enfermo, Elián —mencioné un tanto borde como si su justificación fuera insensata.

—Lo sé, pero en Rayitos de sol teníamos los medicamentos necesarios ante cualquier emergencia y si se trataba de algo de sumo riesgo Olga tenía la obligación de llamar a un médico público. Entré en pánico y me desquité contigo porque no sabía cómo conseguirte las píldoras —suspiró—. Lo siento —besó mi mejilla—. Lo siento —la otra—. Lo siento —la punta de mi nariz—. Lo siento —y finalmente besó mis labios—. ¿Puedes perdonarme?

Fingí pensarlo dirigiendo mis pupilas a los lados.

—Mmm... Claro que sí. Te perdono —le di una sonrisa de boca cerrada y añadí—. Gracias por el medicamento, por cierto.

—Eso es todo lo que necesitaba escuchar para poder dormir en paz —cerró los ojos y por un día él fue quien me abrazó y no yo a él—. Buenas noches, cariño.

—Buenas noches, Eli.

La charla podía esperar hasta la mañana. Él necesitaba recuperar las energías que gastó durante la larga jornada laboral que él mismo se impuso.

Por la mañana me sentí presa de un sentimiento agudo que se extendía tan rápido como los gérmenes en mi cuerpo: el miedo. Y tal vez, sólo tal vez, un poquito de resentimiento que escondí al instante que los párpados de Elián se abrieron.

Sé que lo notó, no hubo un beso de mis labios que utilizara como alarma. Me resistí y me fue sorprendente que no se me complicara para nada.

—Buen día, Zari —saludó con esa voz ronca que siempre tenía por la mañana y la mirada llena de ilusión, aunque sus párpados le pesaran por el sueño.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora