En el fondo no sabíamos si confiar en él o no. Un debate interno nos ató al parque y nos obligó a preguntarnos en silencio hasta dónde podíamos creer en Borja. Ya no éramos ingenuos, ya estábamos conscientes de que debíamos cuestionar antes de lanzarnos de lleno.
—Ustedes me contaron su historia así que es justo que yo les cuente la mía—resolvió al vernos desconfiados—. Cuando tenía diecinueve mis padres se enteraron que soy gay, ellos son unos católicos empedernidos y me marcaron como la deshonra de la familia. Discutimos por horas hasta que me harté y decidí abandonar mi casa como obra de rebeldía y orgullo. Busqué refugio en la casa de mis amigos, pero resulta que mis padres les habían hablado a todos los papás de mis amigos para pedirles que no me dieran alojo, teniendo una posición alta en la iglesia, acataron sus órdenes. Quedé varado en la calle, igual que ustedes.
Teníamos un leve conocimiento de la comunidad LGBTQ+ puesto que una de las chicas del orfanato Rayitos de sol era lesbiana y nos contaba las problemáticas que a veces eso le traía. Claramente con el tiempo se volvió más taciturna y amargada hasta ser tan igual a los demás.
—¿Y qué hiciste? —inquirí curiosa.
—¿Ven el edificio de allá? —señaló a la esquina donde estaba el restaurante.
Se trataba de un edificio alto, semejante a un hotel o departamento. Las paredes de vidrio estaban a oscuras y la puerta estaba clavada con maderas. En la cima lo decoraban letras ya sucias y chuecas formando "Coffeescream".
Ambos asentimos a la espera de que continúe con el relato.
—Antes era una fábrica de una golosina, pero quebró y se cerró. La encontré vacía y decidí meterme a ver qué había. Todos los pisos estaban vacíos y sucios, pero con el tiempo fui llenándolo con lo que me encontraba en la calle o lo que me podía comprar con trabajos de medio tiempo. Hace unos meses conseguí pareja y me mudé con él así que todo eso permaneció en su lugar. Creo que ustedes necesitan un hogar ahora, les aseguro que esto es mejor que el parque. Así que, ¿qué dicen? ¿Vienen?
—Sí, está bien —afirmó Elián dejando que la emoción predominara.
Caminamos unos metros detrás de él. Abrió la puerta de un empujón y se agachó para pasar por debajo de las maderas. Apretó un interruptor que iluminó de a poco los focos en forma de tubo. Nos instó a pasar con un ademán.
Antes de que pudiéramos ver más, fuimos al ascensor.
—La electricidad es robada del local de al lado, es una heladería, con todas las máquinas de enfriar que tienen no notan una diferencia de gastos. Oh y el agua también —comentó mientras llegábamos al décimo piso. Las puertas metálicas se abrieron demostrándonos nuestra nueva casa—. Es hermosa la vista, ¿verdad?
El edificio abandonado tenía muchas cosas cubiertas con sábanas que antiguamente fueron blancas y ahora estaban grises por el polvo. Había un gigantesco ventanal que demostraba la vista de aquella bonita e iluminada ciudad. Las luces de allí, a diferencia del resto del lugar, eran más tenues, como si estuvieran a punto de agotarse.
—Es preciosa —respondí pegada al vidrio.
—Bueno, chicos. Ahí en el suelo hay un colchón para que puedan dormir más cómodos, a su costado un baño y también hay una cocina a garrafa por algún lugar. Si necesitan cualquier cosa pueden avisarme, estaré en el La source de désires —su acento francés fue espectacular y respetable— desde las doce del mediodía hasta la medianoche, ¿sí?
Borja tenía una sonrisa empática. Él se veía reflejado en nosotros, por eso tenía esa desaforada amabilidad. No sé qué hubiera sido de nosotros sin él, estaré eternamente agradecida con su persona.
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El lujo de amar
Teen FictionAnoche pensé en él. Recordé las palabras que me dedicó alguna vez "Tú eres todo lo que necesito para estar bien" "Eres mi familia" "Nunca te dejaré". Recordé las caricias, incluso su mirada. Me acuerdo a la perfección cómo nos conocimos: en aquel...