Capítulo 24: Maduramos

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Me pregunté si el universo nos estaba probando. Quizá quería descubrir la verosimilitud de nuestros valores o revisar la pureza de nuestras almas. De seguro estaba escarbando muy dentro de nosotros para demostrar de qué estábamos hechos y cuánto éramos capaces de hacer.

Para cuando desperté aún estaba el sol y Elián despierto. El hambre se sentía como un peso difícil de soportar.

Deseé poder tener la ingenuidad e imaginación que de pequeña y fingir que una sábana podía proporcionarnos un palacio completo. Pero ya no podíamos pretender que nuestras pertenencias eran infinitas o que nuestra única preocupación era una corona de papel.

Aunque así no lo quisiéramos, debíamos aterrizar en el mundo real; crecer abruptamente para pensar en cosas que un adulto nos debía dar. Si queríamos vivir teníamos que pensar como personas suficientemente maduras.

Por la tarde fuimos a comprar comida y decidimos que nos quedaríamos en el parque tomando turnos para cuidar nuestras cosas. No es como si tuviéramos mejores opciones con el escaso presupuesto con el que contábamos. Conseguimos una botella de agua y unas papas fritas grandes y volvimos a nuestro puesto. Claro que lo racionalizamos lo suficiente para que nos alcance, mínimo, dos días.

—A veces me pregunto qué hubiera pasado si algunas cosas fueran diferentes —confesó aspirando un aire reflexivo. Sus ojos no estaban puestos en mí, sino en los juegos infantiles iluminados por las lámparas del parque—. ¿Tú no?

Ese tipo de preguntas me recordaba a cuando teníamos trece y buscábamos descubrir nuestras creencias o personalidades por completo. Volvíamos a ese juego porque entre nosotros habían cambiado cosas y eso significaba que necesitábamos empezar de nuevo.

—¿Cómo qué cosas? —me senté con las piernas cruzadas como indio y empujé una papa frita a mi boca disfrutando del crujir.

—¿Qué si mis padres no hubieran muerto? ¿Qué si los tuyos no te hubieran abandonado? ¿Qué si Rebeca no hubiera llegado al orfanato? —dio un suspiro digno de recibir atención. Sus manos estaban relajadas en su regazo y su espalda estaba encorvada— ¿Qué si nunca te hubiera conocido?

"Nunca te hubiera conocido". Sólo pensar en eso era desgarrador. Lo cierto es que no me imaginaba una vida sin él alrededor, había olvidado lo que era no tenerlo a diario hablando, escuchando, jugando, coqueteando...

¿Sería ese el pensamiento que lo perseguía y lo hacía actuar de manera tan extraña?

Quería dar vuelta el juego y convertir de esa triste posibilidad una ironía que pudiésemos malear con frivolidad.

—Creo que, si tus padres no hubieran muerto en el accidente, tu vida sería igual a como lo fue antes, hubieras crecido con ellos, te habrían retado varias veces por pedirle a tu papá chocolate mientras tu mamá te cuidaba de los dulces. Probablemente tendrías fiestas de cumpleaños enormes, serías amigo de todos en tu escuela y, de hecho, tendrías muchas novias a tu merced —teoricé proyectando cada imagen en mi cabeza como una película.

—¿Tú crees? —se pegó de mi diversión y llenó la atmósfera con una de sus suaves carcajadas— En la primaria tenía pocos amigos y las chicas nunca se fijaron en mí.

Podía imaginar al niño rubio y tímido de la clase en una esquina sin llamar la atención de nadie. Me pareció sumamente adorable.

Elián era adorable de cualquier forma en la que se presentara.

—Sobre los míos... No lo sé, no creo que la historia de mis padres pudiera tener un bonito final. Todo estaba mal desde el comienzo, pero mi mamá estaba empecinada que mi papá la quería de una forma diferente que a las demás. Yo sería la típica chica descarriada que bebe alcohol y sale todo el tiempo porque no soporta estar en su propia casa —el siguiente comentario se deslizó de mi lengua sin medirme—. Vaya, con lo que desearía tener una ahora.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora