Capítulo 10: No sabíamos cómo lidiar con ello

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La incertidumbre, el pasmo y la pizca de miedo se enterraron en nuestros cuerpos. La verdad no estábamos muy seguros de lo que estaba ocurriendo.

Aquel hombre alto traspasó el umbral y saltó sus ojos sobre todos los niños, se fijaba desde el más alterado hasta el más indiferente. Cada uno recibía parte de su atención, mas no nos la dejaba por más de dos segundos. Estaba buscando a alguien.

Recuerdo pensar en él como una antigua película que había visto antes de llegar al orfanato. Tenía un porte elegante, con un traje impecable, unas cuantas canas resaltando entre el negro y una nariz filosa. Lucía como un agente o algo por el estilo.

Fue muy extraño por un minuto, nosotros seguíamos impactados por el frío asesinato de Olga, ¿qué hacía ese señor cerca de nosotros? ¿Era ese el asesino?

Entonces sus facciones se suavizaron, de a poco una sonrisa se iba apoderando de sus ojos oscuros. Rebeca notó que la miraban, también hubo una connotación de alegría en ella. Se apresuró a su encuentro y lo estrechó en sus brazos.

—¡Papá! —exclamó Rebeca con un tinte diferente al que conocíamos. Se notaba afectuosa como pocas veces se mostraba. Sí que quería a su padre.

—Rebe, ¡encontrarte fue toda una odisea! ¿Cuándo será el día que tu madre deje de alejarme de ti? —rio sin ganas denotando cierto rechazo al nombrar a esa mujer.

Ella se mofó.

—Molestarte es su pasatiempo preferido, padre.

Opté por no entrometerme, aunque muchas conexiones estaban atándose despacio y en silencio dentro de mi cerebro. Ella no era huérfana, estaba ahí porque su mamá la metió para que su padre no la encontrara.

Una tonta e inescrupulosa broma porque ambos estaban divorciados. Eso fue lo que todos pensamos al ver la escena.

—Pero, ¿qué está pasando aquí? —indagó el señor abriendo sus manos para señalar el lugar. Estaba confundido— ¿Por qué hay tanto revuelo si son las dos de la madrugada? Creí que ni siquiera me abrirían la puerta y todos están histéricos.

La cocinera lo llevó a una esquina para comunicarle a grandes rasgos la situación por la cual estábamos pasando. Él asintió comprensivo.

Elián a mi lado todavía sostenía mi palma y la apretó para que lo mirara. En sus ojos hallé signos de interrogación, como si Rebeca nos hubiera engañado todo este tiempo y no creyera que su papá estuviera frente a nosotros. No desconfiaba, sólo le sorprendía.

Me encogí de hombros haciéndole saber que yo estaba igual que él.

—Mis condolencias —fue lo que le oí decir—. Oh, si no tienen ningún dueño yo puedo sustituirla. Tengo experiencia. Claro, si no es demasiado pronto.

—Después veremos —se limitó a decir la cocinera.

La policía llegó junto con la ambulancia. Se llevaron el cuerpo y después de las investigaciones la cocinera se encargó de limpiar los restos de sangre del suelo. Nos hicieron preguntas a todos y luego nos mandaron a dormir.

¿El funeral? Nunca supimos nada de ello. ¿El culpable? Inconcluso. No es como que la policía se haya preocupado demasiado, de todas formas.

Todos estábamos en la habitación a excepción de Rebeca, quien se había quedado charlando con su padre en el comedor. Moli y el resto de los niños lograron dormirse a eso de las cuatro con muchas insistencias y promesas de que nada les pasaría.

Para los más adultos la tarea se complicaba, a los más pequeños se les podía mentir con mucha facilidad, mas nosotros comprendíamos que un asesinato casi nunca es al azar.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora