Capítulo 29: Comimos de un... ¿Qué?

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El negocio iba en picada.

Los primeros días parecía que nos tenían compasión y nos compraban los chicles con una sonrisa amigable. Sin embargo, con el pasar de las semanas los conductores ya nos reconocían y les parecíamos molestos. Nos comenzaron a maltratar, incluso algunos niños en las ventanillas traseras parecían burlarse de nuestro aspecto. Era demasiado complicado encontrar una persona que en verdad quisiera ayudarnos.

Las comidas se redujeron a una por día, no podíamos comprar más recursos básicos. Se estaba poniendo difícil y sabía cuánto le estaba afectando a Elián.

Hasta que un día no vendimos nada en lo absoluto, el dinero se había acabado y Borja tenía el día libre. Estábamos hambrientos y las opciones eran demasiado limitadas. No quería morir de hambre, el estómago me rugía y la cabeza me dolía. Sólo quería alimentarme.

—Zari... —me detuvo Elián a mitad del parque. Su mano estaba en mi hombro y poseía aquel tonito lamentable— No lo hagas.

Y es que teníamos un problema: Elián sólo quería las mejores cosas para mí y no teníamos el lujo de tenerlas.

—Eli, lo entiendo. Tú quieres que reciba alimento de alta calidad, peluches increíbles, ramos de rosas carísimos y ropa de marca. Pero está bien, podemos omitirlos —objeté en un tono dulce que hacía entrever mis buenas intenciones.

Cruzó sus brazos y alcancé a ver un atisbo de su ceño fruncido. Su mirada se desvió hacia la derecha antes de relamer sus labios. ¿Esa era su postura molesta?

—Es la basura —masculló tragando fuerte. Esos iris cafés volvieron a los míos, mas estaban sumidos en un sentimiento agobiante, uno que ostensiblemente le pesaba—. Perdón por no querer que mi novia busque algo para comer en la basura.

—Creí que habíamos resuelto lo de...

—No eres una rata, Zara. No eres un animal carroñero que debe sobrevivir comiendo los restos de los demás como si fueras inferior —su voz y ojos se endurecieron, su mandíbula ya estaba tensa—. Eres una persona, tienes derecho a una comida digna. No quería decirlo, pero esto es denigrante.

—Bien —suspiré guardando la calma. No deseaba pelear con él por algo tan estúpido como eso, aunque me estaba costando porque el desmesurado hambre venía acompañado del malhumor—. Dime, ¿qué propones? ¿Volver al sistema? ¿Ir a otro orfanato para que Rebeca nos encuentre una tercera vez?

—No lo sé, ¿está bien? No lo sé. Sólo que... esto es demasiado y yo... —inhaló el aire de los árboles de forma entrecortada. Se sentó en una banca cercana con parsimonia y metió sus dedos entre sus dorados cabellos.

—Yo no quiero volver. Pasé casi toda mi vida metida en orfanatos y estoy cansada. ¿Sabes cuántas entrevistas tuve antes de que tú llegaras a Rayitos de sol? ¡Siete! —enfaticé levantando los dedos y colocando mi expresión más sincera— Siete entrevistas donde tenía que verme presentable, sonreír junto a Olga, oír voces melosas de adultos para que al final del día no me adoptaran y jugaran con mi ilusión como si nunca se fuera a quebrar. Luego ya era demasiado grandecita, nadie busca adoptar a alguien que ya tiene una conciencia despierta. Quieren a alguien pequeño que puedan moldear a su antojo como si los niños huérfanos fueran plastilinas. Caminaban alrededor de la habitación, ninguno volteaba a mi lugar, ninguno me elegía. Ese suplicio es desgastante.

—Acuarelas coloridas no era tan malo —alegó palmeando un lugar a su lado.

—No, no del todo. Si no fuera por Rebeca, Elvira, Brenda y Úrsula, creo que hubiéramos funcionado bien. Lo que sí me causaba molestia era que simplemente dormir contigo era considerado casi un crimen —el aire que salió de mis labios formó un vaho que siguió volando en la oscura noche—. Así que sí, prefiero comer comida de la basura, pero estar permanentemente contigo que tener que regresar a esos lugares para escondernos.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora