Capítulo 5: Conocimos el insomnio

97 11 6
                                    

La mirada de Elián me incomodaba, por no decir que me encontraba nerviosa y un poco aterrada.

Un impredecible y poco usual silencio se acentuó entre nosotros. ¿Qué es lo que había ocurrido?

Mi estómago tenía una pequeña llamarada que hacía a mi cuerpo alegrarse, quizá sólo pensando en posibilidades.

—Es hora de dormir, pequeña —conseguí formular.

La niña no reprochó nada más y se acostó en el filo de la cama, detrás de ella me coloqué yo y luego Elián.

No dijimos nada, pero esa noche, en medio del silencio y la oscuridad, ambos teníamos los ojos abiertos y nuestra locuaz mente nos impedía adentrarnos al mundo de los sueños.


Los días en el orfanato comenzaban desde muy temprano. A las 6:00 de la mañana todos debían estar fuera de sus camas desayunando.

Un té casi sin sabor y tostadas quemadas eran nuestro desayuno de todos los días. La extendida y delgada mesa de madera separaba por un lado las chicas y por el otro los chicos, logrando que quedemos enfrentados.

Le agregué azúcar al té de Moli porque ella se rehusaba a soltar su conejo de felpa, aunque fuera para realizar aquella acción. Le dejé la templada taza en una de sus manitos para proseguir con el mío.

—Zari —me llamó él y respondí con un asentimiento de cabeza que daba a entender que lo escuchaba—, creo que en el futuro serás una grandiosa madre —me aseguró con una sonrisa, refiriéndose a mi trato con la pequeña.

Reí ante su comentario, mas no di una afirmación o negación. No le demostré estar de acuerdo porque realmente no sabía si lo que él decía era cierto.

Tampoco niego que siempre he querido una hermana pequeña. No había tenido el lujo de saber cómo se sentía tener hermanos y, de algún modo, trataba a Moli como si ella lo fuera.

—Se llama Rony —murmuró Moli en un tono apacible mientras acariciaba su preciado objeto. Nuestras miradas confusas se posaron en ella y levantó la cabeza para corresponderla—. Mi conejo de felpa se llama Rony.

—Es un nombre bonito —comentó Elián, intentando halagar al inerte peluche—. ¿Por qué lo nombraste así?

—Mi papi me lo regaló y quise llamarlo así en su honor.

Por sus repentinos gimoteos supe que las preguntas serían inoportunas, pues se encontraba al borde del llanto. No conocíamos su historia y seguramente todo era muy reciente y fresco para ella, le dolería mucho explicar lo que sea que le haya sucedido en la vida. Decidimos cambiar el rumbo de la conversación hacia las tostadas que había en la mesa armando un chiste sin gracia.

Pronto Elián y yo nos encontrábamos tendiendo la cama. Allí teníamos que hacer varias tareas obligatorias y una de ellas era mantener el orden.

—¿Novios? —murmuró mientras arreglaba el lado de las sábanas que le habían extendido.

Mi corazón soltó sus palpitaciones para hacerlas llegar al cielo. Elevé mis ojos a los suyos buscando un ápice que me aclarara su palabra. Al notar que me detuve, me dirigió una mirada rápida y carraspeó

—¿Qué hacen los novios? —preguntó confuso como si ambos no hubiéramos pensado en eso durante toda la noche.

—Realmente no lo sé —admití a la vez que acomodaba las almohadas.

No conocíamos nada que no fuera el orfanato, muy pocas veces nos permitían salir. Nuestro conocimiento sobre todo lo que estaba allí fuera era nulo. Si Elián lo desconocía entonces yo el doble.

Sabíamos que existía el amor, no éramos tontos, pero jamás nos planteamos cómo se sentía o qué fin tenía.

Tener quince años y ser un ignorante sobre el amor es imposible. Ni la persona más aislada e ingenua sería capaz de ignorar la existencia de tal sentimiento.

—¿Recuerdas a Carlota? —achicó sus ojos ideando la forma de encontrar una respuesta certera.

—Sí.

Carlota llegó cuando teníamos doce, ella tenía catorce. Su cabello azul y negro brillaba todo el tiempo. Al principio pensábamos que era una peluca, luego ella nos explicó que se lo teñía con papel crepé. Solía ser el tipo de persona que a primeras es callada, malhumorada y odiosa, pero cuando la conoces más a fondo notas que esa fina capa recubre una personalidad tan amorosa y simpática que resulta increíble.

Ella fue adoptada tres meses después de llegar por una pareja de homosexuales que les enloquecía su color de cabello.

—Carlota salió con Axel el tiempo que estuvo aquí, él sabe lo que se siente el amor, tener novia y esas cosas. Quizá deberíamos preguntarle —propuso con un deje vergonzoso que teñía sus mejillas.

La ternura aprisionó mi pecho, sentí el deseo de complacerlo, aunque siempre lo sentía y él hacia mí también.

—Quizá —repetí en un tono bajo.

Nuestros pies se movieron a la vez para encaminarse al pequeño patio donde Axel solía estar a diario. Se quedaba sentado contra el tronco de un árbol con el fin de conseguir sombra. Su vista se fijaba en un punto muerto en la descuidada pared. No hacía nada más, no movía un músculo, no hablaba. Buscaba paz o un escape tal vez.

Axel era el más grande entre nosotros, tenía 17 años y un pie fuera del orfanato. Poseía un mal carácter, sin embargo, me agradaba, en sus pocos días buenos podía llegar a ser amable. Algunas veces contestaba las dudas más tontas que teníamos con un deje cansino. Él sólo buscaba librarse de ese sitio y repitió muchas veces que apenas cumpliera 18, lo haría

Tenía ese aspecto a chico rebelde y agresivo. Aquellos de las revistas antiguas en las que se visten de negro y pintan sus ojos para lucir oscuros. Allí era menos notorio, poco podía hacer con las cosas que había en el orfanato. Lo único que no me gustaba de él es que era demasiado taciturno, mientras menos palabras usara, mejor.

Yo creía que su mente sería encantadora; pasaba tanto tiempo a solas con ella que podría darme una idea de los alocados e intricados pensamientos que llevaba. Los más callados son también los más creativos.

Pero antes no era así. Los primeros años que estaba en el orfanato lo obligaba, literalmente, a que jugara conmigo, al final desprendía risas y alegría. Conforme el tiempo fue pasando las malas vibras de los demás se le pegaron. Creo que lo que más le molestaba y sacaba de sus casillas era recibir regalos. Cada uno de sus cumpleaños alguien desconocido dejaba un regalo en la puerta, Olga se lo entregaba y él lo destrozaba fuera lo que fuera.

Si le daban obsequios es porque sentían culpa o eran muy cobardes para verlo. Era un constante recordatorio de la vida que pudo tener, pero que no tuvo. Eso caló tanto que se aisló por completo de mí y de los demás niños.

Yo conocía su historia, tuvimos una "amistad", si es que puede llamarse así. Por eso él me tenía más empatía a mí que a Elián y respondía mis dudas sin excepciones.

—¿Qué quieren? —pronunció con soberbia. Definitivamente no era uno de sus días buenos.

Nos observó con aires despectivos, primero giró su cabeza al lado derecho, donde yo me había sentado junto a él y luego a la izquierda, donde estaba Elián.

—¿Qué es lo que hacen los novios? —lanzó su pregunta sin divagues.

Axel volvió su vista al habitual punto muerto de la pared, incluso creí haber visto un atisbo de sonrisa en sus labios. Estaba recordando a Carlota. Los segundos pasaban y su expresión no cambiaba, creímos que no nos diría nada. Estábamos a punto de levantarnos e irnos cuando su lacónica respuesta nos detuvo a mitad de camino.

—Improvisar. 

Holaaa, ¿qué les está pareciendo la novela hasta ahora? No se dejen llevar por la tranquilidad de los primeros capítulos, esto se va a poner muy interesante, sólo esperen.

Espero que les agrade Elián y su desbordante inocencia igual a la de Daniel del primer libro. #SeLoExtraña.

¿Ya saben qué rumbo va a tomar esta historia? Quiero ver sus teorías.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora