El silencio atrae imponente al ruido, es como si ni siquiera él mismo pudiera mantenerse en equilibrio por mucho tiempo. Ese día el portazo fue lo que quebró el sosiego y lo cambió por un vértigo insaciable.
El mismo hombre de la apuesta se hallaba en la puerta de la habitación. En la parte de arriba de su cabeza era calvo y en los costados le caían cabellos grises hasta los hombros. Su contextura ancha me resultaba temible, tenía un par de arrugas y dientes sumamente chuecos que al sonreír le daban crédito a la tétrica situación.
De inmediato me puse de pie y corrí a la esquina contraria, me aferré a las paredes buscando una forma de escapar. A él parecía divertirle mi actuar, pues caminaba despacio deleitándose de mi temblor y cara petrificada. Sentía que iba a morir, que quería vomitar o incluso pegarle con algo. No me considero una persona violenta, sólo quería salvarme de ese martirio.
—Chiquita... —murmuró con una voz ronca y apacible mientras con sus cortos pasos se acercaba más a mí— No te pongas así, no la vas a pasar mal.
Sentía dolor en mi estómago, semejante a que me arrojaran piedras contra él. No podía controlar mi respiración agitada por el susto y mis pensamientos ahogándome a cada segundo. Estaba acorralada.
Cuando comenzó a tocar mis brazos mi cerebro se apagó al instante. Me puse en alerta, no me importaba nada más en el mundo que quitar sus sucias y grandes manos de mi puro y débil cuerpo. Me tiró a la cama y sostuvo mis manos sobre mi cabeza, pateé sus piernas, panza y me liberé. Su peso se volvió a colocar sobre mí, le arañé la cara. Mis gritos dolían al pasar por mi garganta, estaba forzando mis cuerdas vocales más de lo que alguna vez lo hice.
—¡Sal! ¡Sal! ¡Quítate! ¡No quiero hacerlo! ¡Vete! ¡Sal! —gritaba entre sonidos poco agradables para la audición.
El hombre se tornó violento, no le gustaba que me opusiera. Me moví como un gusano para que no me tocase, para que no me besara o quisiera someterme a la fuerza. Le estampé unos cuantos manotazos hasta que me tomó por el cuello y tuve que detenerme.
—Yo pagué por ti y tendrás que cumplir —susurró en mi oído haciendo presión con sus dedos—. Eres muy pequeña para morir, por esta hora eres mía y puedo hacer lo que me plazca contigo, incluso matarte. ¿Entiendes?
No me hubiera importado morir en ese momento, de verdad que me daba igual. Pero recordé a Moli y a los chicos del orfanato, necesitábamos estar unidos, buscar cómo escapar. Más allá de las mentiras de Elián que me destruyeron, había niños que necesitaban vivir más. Necesitaba ayudarlos a encontrar un camino. Después de todo, todos estábamos perdidos allí.
Me obligué a relajarme y dejar mi rostro neutral. Él soltó mi cuello y di una bocanada de aire para luego permanecer quieta. Se paró sobre sus rodillas, abrió la hebilla de su cinturón y se lo sacó.
La puerta se volvió a abrir, uno de los uniformados que desconocía se adentró y atrapó al hombre que tenía al frente para sacarlo con premura de la habitación.
—¿Qué hacen? Pagué por ella, no pueden sacarme de esta forma —reprochaba el canoso furioso.
—Lo siento, señor, una persona hizo una apuesta mayor por esta muchacha y la quiere virgen. Le devolverán el dinero que pagó o podrá elegir a otra niña. Así son las reglas —elucidó el guardia olvidándose de cerrar la puerta. Los espié por la abertura que dejaron.
—Bien. Elegiré a otra porque esta es desobediente. Yo vengo aquí para pasarla bien, no para recibir golpes. ¡Deberían ponerla en su lugar y decirle el rol que cumple aquí! ¿O acaso no sabe que está para complacernos? Ella no es nada más que eso, una puta que debe acatar todo lo que le pedimos.
ESTÁS LEYENDO
El lujo de amar
Teen FictionAnoche pensé en él. Recordé las palabras que me dedicó alguna vez "Tú eres todo lo que necesito para estar bien" "Eres mi familia" "Nunca te dejaré". Recordé las caricias, incluso su mirada. Me acuerdo a la perfección cómo nos conocimos: en aquel...