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En el bar de la esquina tomé una cerveza fría para paliar mi congoja. Con la mente calmada, pensaría mejor. Echando a volar a cualquiera que se me acercara a invitar, me llevaba el diablo.

Pero a los quince minutos y lejos de cualquier pronóstico, alguien peculiar tomó asiento a mi lado: el comisario mayor, Simón González.

— Antes que protestes, no, no vengo a regañarte. Vengo a hablarte como colega, como Simón, como el joven entusiasta que alguna vez fui ― en efecto, él me llevaba poco menos de diez años y su carrera estaba en franco ascenso. Con la camisa arremangada hasta los codos, lucía como uno más del montón.

— Debo disculparme. Comprendo que usted vela por mi seguridad y la de los demás. Me enceguecí por la terquedad y la obstinación.

— Es normal que la muerte de Irala te haya conmovido pero nuestro deber es seguir y esquivar los obstáculos lo más estoicamente posible. Convivimos con la muerte a diario, nuestra profesión se nutre de la adrenalina, caso contrario no querrías estar exponiéndote cada noche en un automóvil.

Sonreí de lado, bebí dos tragos más y coloqué la botella vacía sobre el posavasos afelpado con el logo del bar.

— Sos joven, llena de vitalidad y con ganas de hacer las cosas bien. Me alegra tenerte entre mis filas ― empuñó su cerveza y buscó chocarla contra la mía ―. No sé qué ni quién te habrá hablado de mi temperamento, pero no es tan malo trabajar a mi lado, te lo aseguro ― enarcó una ceja y con liviandad, empinó su botella para beber en silencio por un buen rato, durante el cual lo analicé con ojos femeninos y no con los de una futura súbdita.

De rasgos armónicos, cabello castaño claro y ojos de color pardo, ese comisario era apuesto. ¿Existiría una esposa que lo esperaba en su casa tras una larga jornada de trabajo? No usaba anillo, aunque en la actualidad el índice de uniones formales iba en descenso.

Bajando de mi banqueta, corrí la cremallera del bolsillo de mi chaqueta de cuero y conté un par de billetes.

— De ningún modo permitiré que pagues, corre por mi cuenta― me dijo.

— Nuestros sueldos no son altos, pero aún puedo darme el lujo de pagar por una de estas ― señalé mi Quilmes Stout vacía.

— Dale, no seas orgullosa. No hace falta que sigas demostrando que sos una mujer fuerte y con agallas. Permitíte sentir cosas, llorar, sufrir por la pérdida de un amigo...

— ¿Usted sabe de pérdidas?

— Más de lo que creés ― instalando el misterio en la conversación, ladeé la cabeza sin la confianza suficiente como para avanzar en el tema.

Tomé el casco apostado sobre la barra de madera lustrosa del bar, dejé el dinero bajo el posavasos y extendí mi mano hacia el comisario:

— Mañana estaré a su disposición, González, pero le aviso que mi estadía en su seccional será pasajera. El amarillo de las hojas no combina con mi uniforme ― utilicé sarcasmo. Él me entregó una sonrisa ladina.

— Lo sé y te aseguro que apenas lo consideremos prudente, regresarás a lo tuyo. Quedáte tranquila que no soy un tirano.

Despidiéndome con un simple adiós me coloqué el casco y fui directo a mi moto, intuyendo que ese par de ojos enigmáticos me provocarían más de un dolor de cabeza.

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Color pardo: mezcla entre verde y marrón.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora