Sabiendo que era probable que me cayera encima una denuncia sobre violación de propiedad privada, poco me importó ya que la vida de Trini corría peligro. Su bicicleta, tirada en la vereda, con la cubierta rota, fue una pauta.
Ella siempre la dejaba enganchada con candado en el pequeño estacionamiento trasero del edificio. Advirtiendo este detalle, toqué timbre a las unidades vecinas confiando en que alguien me abriría desde dentro, activando el portero eléctrico.
Agradecí que hubiera gente tan amable y poco miedosa y que, en efecto, pulsara para permitirme pasar.
Subiendo los escalones tan conocidos por mí de dos en dos, llegué a su vivienda. La puerta de madera era bastante endeble, lo sabía por conocimiento de causa; una noche de pasión, acorralándola contra ella, rajamos el panel que rodeaba la cerradura. Ni siquiera eso detuvo nuestra faena; al terminar, riéndonos de la anécdota, la emparchamos con una placa de aglomerado muy delgada, a la que atornillé por dentro.
Utilizando el cortafierros, haciendo palanca con él, terminé de romper la puerta, lo que me permitió entrar.
Revolviendo los cajones de su habitación, no encontré el arma. Nervioso, con el tic tac del reloj repiqueteando mi cabeza, recordé la caja bajo su cama. Efectivamente, junto a unos zapatos, se encontraba un revolver pequeño, muy fácil de manipular, pero tan o más peligroso que cualquier otra arma. Con recelo corroboré que tuviera el seguro puesto, la rodeé con una remera de Trini y la puse dentro del bolso de herramientas.
Al salir, un cúmulo de gente me esperaba afuera. Uno incluso, teléfono en mano, estaba dando aviso al 911. Esquivando sus agravios y amenazas, bajé a toda velocidad, subí al taxi con el bolso y le pedí que me llevara hacia lo de mi madre, a treinta minutos de allí, lo más rápido posible.
Saliendo del centro de la ciudad, rogué que la policía no me detuviera en el trayecto. El chofer del taxi me miraba con desconfianza hasta que bajé de su auto, le di más billetes de los indicados y ese descontento por llevarme, se disipó.
Para cuando atravesé los treinta metros que me separaban de la puerta de acceso a la propiedad, ésta se encontraba sin llave. La empujé con la punta del pie no sin antes calzarme el arma en la cintura de mis vaqueros. Un lejano olor a quemado llamó mi atención. Pero no fue sino la presencia de Simón bajando las escaleras con una temeraria sonrisa en su rostro, lo que me preocupó.
— Aún en las circunstancias más desfavorables, sos puntual. Me halaga ― se frotó las manos.
— ¿Dónde está Trini? ― pregunté, manteniendo el semblante.
— Donde corresponde que vayan las putas: la cama ― instintivamente miré hacia la planta superior, a lo lejos podía escuchar un quejido.
— ...estás loco...― le dije y fui hacia la escalera, cuando forcejeó con mi brazo.
Trenzándonos en una lucha desigual rodamos en el piso para cuando el revólver de Trini rodó por sobre la superficie de cerámico resbaladizo, alejándoseme. Más rápido de reflejos, acostumbrado a estos escenarios de disputa, Simón logró ponerse de pie y patearla hacia el costado.
— ¿Trajiste un arma? ¿Para qué? ¡Si no tenés los huevos para disparar!¡Nunca tuviste huevos para nada, cagón! ― él empuñó la suya, apuntándome. Yo estaba a los pies de la escalera. Para entonces, los gritos de Trini fueron más perceptibles.
— ¡Ya voy, ya voy! ― necesitaba que supiera que estaba al rescate.
— ¿Qué mierda les prometés? ¿Cómo es que caen a tus pies...? Si miráte lo que sos...¡un fracasado! ― fue cínico, pero yo debía jugar con mi única arma disponible: la tranquilidad.
— Sabrina estaba enamorada de vos ― le mentí, lo que ella sentía era un terror inmenso.
— No me tomes de boludo... ¿cuántas veces se acostaron a mis espaldas? ¿Usaron mi cama?
— No caigas tan bajo...
— No seas hipócrita, Valentín. Me robaste a mi mujer, a la mujer que más amé en el mundo...
— Yo no te robe nada.
— Perdí a Sabrina por tu culpa, yo morí cuando ella se murió así que ahora, voy a hacer que experimentes lo mismo ― le quitó el seguro a su arma, pero yo podía asegurar que él no quería asesinarme, sino que buscaba activar su plan maestro ―. Ahí arriba esta tu minita, tu muñequita linda y perfecta buena para nada que se hace la justiciera y todavía le falta mucha calle ― apuntó con el arma hacia las escaleras. Para entonces, una llamarada atravesó el umbral de la habitación de mi madre, en el nivel superior ―. Este no deja de ser un final feliz, ¿no te parece? Los dos, muriendo juntitos, abrazados, quemados... ¡adiós, manga de perdedores! ― el chisporroteo de la madera era preocupante.
Simón desapareció por la puerta trasera que conducía al patio mientras que yo solo tuve una misión: rescatar a Trinidad, aunque me muriera en el intento.
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Las placas de aglomerado son tableros compuestos por la compresión de varias partículas de madera, pegadas mediante un adhesivo especial.
Cagón: miedoso, cobarde.
Manga: Grupo
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"A un disparo"
RomanceTrinidad Kóvik cumple servicio como agente de la policía local. Su vida, rutinaria, conoce de adrenalina e injusticias sociales. Sin embargo, nunca creyó que a su compañero de patrullaje lo matarían salvajemente, entregando un mensaje mafioso a la F...