Llegué al departamento con un burbujeo desconocido en mi cuerpo. Sintiéndome deseada, pero con la sola certeza de su nombre me expuse a un gran dilema: ¿y si ese hombre estaba casado en España? ¿Y si tenía una familia y yo era la culpable de romperla?
¿Y si era un asesino, un sicario o un traficante?
Toda mi emoción se redujo a cenizas cuando mi cabeza comenzó a funcionar en todas esas direcciones, trazando una extraña y entendible lógica.
Al día siguiente de la fiesta miré su chaleco elegante y tal como había prometido, quise quitarle la mancha por mis propios medios. Por falta de productos de limpieza y recursos, la prenda terminó en una tintorería con un recibo de retiro en cuarenta y ocho horas.
Por la noche regresé a mi trabajo habitual; hablando del lujo de la mansión de Nancy Fernández Carrizo, de la cantidad de comensales y elementos a disposición de la subasta, la jornada pasó sin más. Pablo llegó al restaurante a las nueve en punto, tomó asiento en la mesa de mi sector y con su amabilidad característica, pidió un plato.
Al marcharse, saludó con un simple adiós y dejó una jugosa propina que repartiríamos entre los empleados del salón.
— Vos sí que supiste cautivar al indicado. El flaco deja la propina en euros, ¡con eso salvamos el mes! ― opinó Olegario, quien había sido el testigo inicial de aquel cortejo.
Marchando en mi bicicleta, aprovechando la llovizna nocturna para pensar, la extraña sensación de ser observada apresuró mi andanza. Producto de mi paranoia, alimentada por mi propio pasado, cuidé mis espaldas y entré al edificio más tranquila.
Sin embargo, durante la madrugada, un extraño mensaje sin número al que remitirme sino tan solo con la descripción de "número desconocido", me sobresaltó. "Cerca, muy cerca", podía leerse en el visor de mi celular y fue motivo suficiente como para que un escalofrío se adueñara de todo mi cuerpo.
Utilizando una nueva línea y flamante aparato, pocos conocían este contacto.
Sin conciliar el sueño me levanté en mitad de la noche esperando que una película me quitara esa horrible sensación de encima, sin lograrlo.
***
Por la noche, en el restaurante, la intensidad de la atención al público me hizo olvidar de aquel mensaje secreto e incluso de la existencia de Pablo... hasta que apareció vestido informalmente y elevó su mano en señal de saludo, tomando asiento en la mesa que le era costumbre.
— Buenas noches, le dejo la carta ― le ofrecí el menú que sutilmente, rechazó.
— No hace falta, tengo muy en claro qué es lo que quiero esta noche ― susurró inclinando su pecho hacia adelante.
— Me satisface su determinación, pero para poder atenderlo como corresponde necesito saber qué es lo que desea comer ― encendíamos la mecha sin saber cuándo estallaría la bomba.
— De momento, pediré un filet de merluza con endivias a la romana.
— ¿Y de beber? ― comencé a anotar, con la intención de tomar distancia. Él me sorprendió, excitándome en silencio.
— Mmm... unos besos tuyos estarían bien.
— No están en el menú ― enarqué mi ceja, hablando en voz baja.
— Entonces una copa del vino de la casa.
— ¿Y de postre?
— A vos, entera ― forzando un cierre de labios, sentí que mi piel quemaba bajo mis ropas.
— Tampoco estoy en el menú, al menos no de este restaurante ― lo desafié, participando nuevamente de ese juego de perversa seducción.
— ¿Y en cuál, entonces...? ― tragué con fuerza debatiendo si lo que estaba próxima a hacer era o no una locura. Estaba en una ciudad apenas conocida, frente a un sujeto apuesto que me agradaba pero del que no sabía nada y viviendo sola en un departamento prestado. Finalmente seguí mi corazonada y en uno de los papeles de mi anotador, le escribí mi dirección. Se lo entregué con disimulo.
— Si querés buscar tu chaleco podés venir a esta dirección mañana por la noche. Yo tengo libre y sé cocinar.
Pablo leyó el papel y lo guardó en su billetera junto a sus documentos, regresándolos de inmediato al bolsillo de su pantalón.
— No almorzaré esperando la cena ― bromeó y con una tonta mueca me retiré de la mesa para continuar con la de al lado.
Con mucho trabajo a cuestas fue difícil regresar a la mesa de Pablo y fingir que nada sucedía entre nosotros. Al momento de entregarle el ticket con el costo de lo consumido, pagó billete sobre billete.
— Hasta mañana ― confirmó, se puso de pie y sin acercarse, saludó con la promesa pendiendo de su boca, dejando mi corazón inquieto y mi cabeza al borde del colapso.
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"A un disparo"
RomanceTrinidad Kóvik cumple servicio como agente de la policía local. Su vida, rutinaria, conoce de adrenalina e injusticias sociales. Sin embargo, nunca creyó que a su compañero de patrullaje lo matarían salvajemente, entregando un mensaje mafioso a la F...