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Tras una ardua jornada de trabajo, poco dormir terminaba por afectarme

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Tras una ardua jornada de trabajo, poco dormir terminaba por afectarme. Me dolían mucho los pies y la cabeza. Pasadas las dos de la mañana, cuando fue momento de irnos, saludé como siempre para cuando mi príncipe azul apareció con una flor en la mano apostado en la puerta.

Evité disimular cuánto me agradaba ese gesto cursi y del que yo me jactaba odiar; con Pablo era todo mágico...y sórdido.

—  Hola, pensé que no vendrías ― olí la flor y dejé que posara un beso casto sobre mi mejilla. Con lentitud salimos del local gastronómico rumbo a mi bicicleta.

—  Cuando llegué estaba todo ocupado. Me quedé esperando aquí afuera hasta que salieras.

—  ¿Estuviste acá parado?

—  Sí. Podría haberme puesto a laburar como cuida coches, pero no era buena idea ― a punto de abrir el candado de mi súper vehículo, me detuvo ―. ¿No te pueden guardar acá la bici y te venís conmigo en un taxi?

—  ¿Adónde?

—  A mi habitación de hotel...

Incapaz de reaccionar, no supe qué decir. El rostro desencajado me delató.

—  No...no quise incomodarte, pensé que después de la noche de ayer...bueno...te gustaría arrancar el día a mi lado ― fue romántico, su tono casi susurrado y temeroso que no hizo más que arrancarme de mi burbuja y estrellarle un beso en mitad de su boca.

—  Me encantaría amanecer con vos ― acepté su invitación, aligerando la timidez que cargaba sobre sus hombros ―. Es que me sorprendió...no tengo ropa adecuada y...

—  No vas a necesitar la ropa para estar conmigo ― rodeando mi cintura presionó su cuerpo contra el mío, generando combustión.

—  Voy a guardar la bici antes que cierren ― enérgica, la llevé hasta adentro cuando descubrí que todos estaban a la expectativa de la cita, escondidos atrás de una de las paredes del salón.

—  ¡Ese gallego sí que la hizo bien, eh! ― Tadeo, uno de los más jóvenes, deslizó con tono burlón ―. Viene acá un par de días, enamora a una de las nuestras y ¡pum!, después se va a romper corazones a otro lado.

—  ¿Por qué decís que la va a dejar tirada, tonto? ― Lucía le reprochó, todo ante mi vista.

—  Porque es así, estos tipos no vienen a quedarse: hacen sus negocios y chau, si te he visto no me acuerdo ― remarcó nuevamente, regresándome a una triste realidad.

—  No le pinches el globo, nene ― insistió mi compañera, la única mujer.

Intercedí, un poco molesta y resignada:

—  Chicos, agradezco que se preocupen por mí, pero es mi vida y la manejaré como pueda y me salga ― acomodando la bicicleta entre las sillas del salón volví a despedirme de ellos y salí correteando hacia Pablo, quien miraba a la calle. Al escuchar el repiqueteo de mis pies, giró.

—  ¿Lista?

—  Si.

Abrazándome bajo su ala, caminamos un par de metros hasta la esquina de la avenida para tomar un taxi. Durante el tiempo que estuvimos en viaje, jamás me soltó la mano ni dejó de acariciarme los dedos con su pulgar.

Al bajar del coche pidió en recepción que subieran una botella de champaña. Fuimos directamente hacia su habitación, no sin antes brindarnos tiernos arrumacos en el ascensor, aprovechando la soledad.

La habitación era amplia, con una antesala donde se encontraba una mesa pequeña con dos sillas y un estrecho sofá. Por detrás, la cama dominaba el espacio junto a dos mesas de noche y el baño, enorme, contaba con hidromasaje y cuadro de ducha.

—  Soy muy bueno haciendo masajes ― sus dedos largos comenzaron a presionar mis hombros.

—  Mmm...qué buena virtud ― aseguré, giré y rodeé su nuca con mis manos ―. ¿Qué haces acá, solo, sin una mujer que te acompañe? ― disparé, sin arma.

—  Vine por negocios, a ver amigos...

—  ¿Quién te espera en España? ― temí por la respuesta, pero necesitaba datos concretos por el bien de mi investigación y por el de mi corazón.

—  Mi secretaria.

—  Tu... ¿secretaria....?― mis manos se deslizaron a dúo por sobre su pecho, desilusionada.

—  Sí, mi secretaria. Estoy tapado de laburo y está por matarme si no arreglo la agenda en estos días ― se echó a reír y continuó: ― ¿acaso pensaste que tengo un amorío con Joaquina?

—  Pensé que si... ¿por qué no? No sería el primer caso de romance entre jefe y secretario, o asistente ― recordé mi lugar en la comisaría cuando Simón era la máxima autoridad.

—  Lo sé, pero no es mi situación actual. Estoy solo, por eso me doy el lujo de buscarte, encontrarte, volverte a buscar y volver a encontrarte ― su paso dominó el mío, llevándome al filo de la cama ―. Trinidad, no miento con respecto a lo que me pasa con vos.

—  ¿Y qué es lo que te pasa conmigo?

—  Que me volvés loco ― su beso en mi cuello fue letal para mi sistema nervioso.

—  Pablo, ¿qué significa esto, entonces? ― detuve su envión. Sus ojos azules recorrieron los míos, argumentando una respuesta.

—  Significa que te quiero conmigo, esta noche. Y la que le sigue. Y así, sucesivamente ― sin darme tiempo a pensar, me arrojó sobre el colchón dispuesto a olvidarnos de cualquier tiempo verbal.

 Y así, sucesivamente ― sin darme tiempo a pensar, me arrojó sobre el colchón dispuesto a olvidarnos de cualquier tiempo verbal

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Laburar: trabajar.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora