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Durante ese fin de semana limpié mi casa y prometí a mis padres viajar a Rosario apenas pudiera. No les agradaba que fuera en moto por lo que prometí subirme al último micro del viernes por la noche en Retiro.

Mi plan era olvidar que de lunes a viernes estaba teniendo un romance a escondidas con mi superior, con un hombre poderoso, alérgico a las relaciones formales y poco claro a la hora de hablar de su vida privada.

Como era de esperar, al lunes siguiente estaba inquieta aguardando su llegada a la comisaría, alrededor de las 9:15. Sin embargo, pasadas las diez, apareció con una mujer del brazo, riendo aparatosamente. Ella lucía muy prolija, vestida con una camisa blanca y una falda tubo de cuero negro hasta la rodilla. Sus zapatos, taco aguja, desafiaban la gravedad.

Se me atragantó el saludo cuando los vi juntos.

—  Muchachos, ella es la teniente Julia Corbalán, una gran amiga― la mujer, de más de cuarenta pero seguro, menos de cincuenta, era rubia dorada y tenía ojos negros como el carbón, enmarcados con mucha máscara para pestañas y delineador.

—  ¿Sos la única mujer acá? ― me dio un apretón de manos, con actitud simpática.

—  Hasta ahora, sí.

—  No te tenía tan sexista a la hora del trabajo, Simón ― lo codeó.

—  Es cuestión de presupuesto, solo eso. Ella vale por mil ― supo salir de la observación con galantería.

La mujer elevó su ceja, dirigiéndole una mirada cómplice la cual no supe deducir su intención. Ni digerirla, de hecho.

"Controláte, Trini..."

Tras las presentaciones de rigor, se encerraron en el despacho de Simón; yo me mantuve correcta, imperturbable, aunque me carcomieran los celos allí afuera.

Las risotadas de la teniente se escuchaban desde nuestro lugar y las bromas en torno a las tareas que estarían llevando allí dentro, fue blanco de bromas por parte de mis compañeros.

—  ¿Pueden tener un poco más de respeto y no ser tan machistas? Pueden que estén recordando viejas anécdotas de la Escuela de Policía y eso ― chillé, ofuscada.

Mis colegas estallaron en carcajadas.

—  ¡Pero ni vos te la crees esa, Rusa! Apuesto a que esos dos se conocen en varios sentidos de la palabra ― apuntó "El chino" Velázquez.

—  ¿Qué te hace pensarlo? ― curioseé. Me interesaba saber su punto de vista masculino.

—  Porque González la hizo pasar poniéndole la mano sobre la cintura, entraron a la oficina murmurándose al oído y porque la mina está re buena y el tipo tiene una pinta bárbara. Es cuestión de hacer dos más dos, nena.

Tragué en seco, con un nudo atravesado en mi garganta imposible de bajar.

—  Voy a comprar flores ― impulsada por mi mal genio me puse de pie. Tomé mi chaqueta de abrigo y fui hacia la puerta de salida.

—  ¿Flores? ― preguntó Gordillo, intrigado.

—  Sí, tengo una cena importante esta noche y quiero decorar mi mesa ― un silbido de parte de Omar, no se hizo esperar.

—  ¿Y se puede saber de dónde sacaste al susodicho?

—  ...es periodista...― mentí.

—  ¿Lo conocemos? ¿Es de la tele? ― Guido Velázquez preguntó, chismoso.

—  No, trabaja en radio ― y como tirada por el mismísimo demonio, salí rumbo al puesto de la peatonal Florida.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora