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Había repasado frases trilladas para romper el hielo de la conversación, estudiado posibles preguntas para abordarla con termas respecto a su familia y pasado amoroso

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Había repasado frases trilladas para romper el hielo de la conversación, estudiado posibles preguntas para abordarla con termas respecto a su familia y pasado amoroso. Sin embargo, todo se desmoronó cuando la vi de pie frente a la puerta de su departamento, vestida tan despojada de lujo sino tan solo con una sonrisa de oreja a oreja, que me fue imposible recordar los motivos que me había traido hasta aquí.

Los verdaderos e intrínsecos motivos que la relacionaban con mi hermano.

Sus mejillas lucían sonrosadas, era evidente que esperaba ansiosa mi presencia, aunque ambos estuviéramos en fase de estudio. Al entrar, llevándome dos pasos, miré su trasero, escuché su voz hablar de la casa, de lo módico del alquiler y de lo mucho que le gustaba el helado de dulce de leche.

Sin embargo, mis oídos dejaron de descifrar palabras; envalentonado por lo inconcluso, odiando los pendientes, la imposté contra la mesada de mármol para desvestirla y hacerla mía. Enredando sus piernas en torno a mi cintura y respondiendo a sus coordenadas, la llevé hasta su habitación; me despojé de mi camisa, le arrastré el sweater junto a su musculosa blanca y la observé deseosa de consumar el acto sexual tanto como yo.

Arrojé mi cinto al piso, bajé mis pantalones y avancé por la cama, donde la besé con desenfreno y pasión; con ambas manos me deshice de sus vaqueros y mis ojos se hicieron un festín al verla en ropa interior. Su tanga roja animaba a los toros y su corpiño blanco de encaje, a los ángeles.

Superpuse sus muñecas una sobre otra con una de mis manos mientras que, con mi nariz, recorrí los laterales de su cuello, extremando su sensibilidad. Ella arqueó la espalda, receptiva, chocando su pelvis contra la mía.

—  Buscá en el cajón de mi mesita de luz ― arengó entre dientes para cuando mis besos sobre sus sienes comenzaron a surtir el efecto deseado

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—  Buscá en el cajón de mi mesita de luz ― arengó entre dientes para cuando mis besos sobre sus sienes comenzaron a surtir el efecto deseado.

Sin perder tiempo fui hacia el destino señalado y con algo de pudor, enfundé mi miembro listo. Mil cosas pasaron por mi mente pera nada se comparaba con esto; me sucedían cosas con esta mujer, así fuera una asesina, una camarera o una policía encubierta.

Una, dos, tres veces la penetré con suavidad hasta que el frenesí le ganó a la cautela y de ese modo, comenzamos a conocernos más íntimamente.

Sus jadeos recorrieron mis oídos hasta adueñarse de cada neurona viva de mi cabeza; el dulzor de sus besos, el calor de su lengua encendiendo a la mía, todo era goce.

Sentado en la cama, ella subía y bajaba sobre mí; sus pechos grandes, vastos, chocaban contra mi pecho, generando una chispa sensual. Mordiéndole los pezones, lamiendo su piel de alabastro, llegué a la cima junto a ella, quien dejó escapar un gemido intenso que le atravesó el cuerpo antes de salírsele por la boca.

Presionando sus uñas en mi espalda, llevó mi rostro hacia su pecho caliente, expulsando algo más que mi exhalación.

Por más de dos minutos que fueron eternos, sentí el palpitar inquieto de su corazón y a sus dedos, deslizarse por mi enredada cabellera castaña.

De a poco regresamos a la realidad y sus manos pasaron sendos mechones de pelo tras mi oreja, ordenándolo, mientras que yo observaba lo bella que era, involucrándome con sus ojos redondos y claros, con sus dientes perfectos y con sus lunares dispersos por su cuerpo.

—  Menos mal que apagué el horno ― fue chistosa, llevando alivio a una situación extraña. Ambos nos echamos a reír y a desgano comenzamos a vestirnos para, finalmente, cenar en nuestra primera cita.

***

—  ¿Nunca tuviste sexo en una primera salida? ― me preguntó y casi me ahogo con el sorbo de vino que acaba de beber. Era frontal y eso me agradaba.

—  No, aunque no lo creas son muy chapado a la antigua. Me gusta el cortejo y esas cosas de viejo ― reconocí, hablando como Valentín y no como el inventado Pablo.

—  ¿O sea que lo de hablarme en el restaurante y esperarme en la puerta era parte de ese plan siniestro de conquista? ― preguntó con una gran sonrisa.

—  Algo así ― limpié la comisura de mis labios. El pollo grillado con mandiocas dulces estaba exquisito ―. ¿Y vos? ¿Tuviste sexo en una primera cita?

—  Sí...

—  ¿Si?

—  ¿Esta acaso no es una primera cita? ― elevó su ceja. Esquivaba las balas con destreza. Y no era para menos: era su profesión después de todo.

—  Brindo por nuestra primera vez en una cita.

—  Sos más anticuado de lo que pensé ― se puso de pie y para cuando pasó a mi lado, la sujeté de la muñeca y la invité a sentarse sobre mi falda.

—  Te dije que no era como todos los hombres...― acaricié su mentón redondeado.

—  Al final, contra mi voluntad, voy a tener que darte la razón ― y con deliciosos besos condenamos el postre a una degustación particular.


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Musculosa: playera de tirantes finos.

Chapado a la antigua: apegado a costumbres de los mayores.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora