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Me despedí de Sebastián y de su pareja agradeciéndoles no solo por la información sino por, además, su acogedora cena

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Me despedí de Sebastián y de su pareja agradeciéndoles no solo por la información sino por, además, su acogedora cena. Sin dudas eran excelentes anfitriones y amigos.

Al llegar a la habitación de mi hotel me conecté a un sitio web de venta de pasajes de avión con el objetivo de adquirir un ticket rumbo a Mendoza y luego, uno de ómnibus que me trasladara hacia San Rafael.

A posteriori hice lo propio con el hospedaje en el centro de la ciudad a fin de facilitar mi estadía y traslados según fuera conveniente.

Encontrar a Simón se había transformando en una obsesión, una necesidad implantada por la voluntad de mi madre y mi afán de justicia. Debía evitar que estafara gente, deseando que pagara por los errores cometidos.

Investigando en los buscadores de internet a Nancy Fernández Carrizo, confirmé que era una mujer poderosa que se movía en un ambiente de lujo y que contaba con una gran vida social pero que, en efecto, era celosa de su privacidad. Con una suculenta fortuna a su nombre, no era descabellada la idea de que contara con personal contratado que velara por su seguridad como así tampoco que Simón estuviera presente en los eventos a los que esta dama de la alta sociedad asistía. Yendo más a fondo con mis averiguaciones localicé a su agente, a su mano derecha, quien llevaba su agenda y estaba, actualmente, confeccionando la lista de invitados del cumpleaños de la empresaria, a llevarse a cabo en tres días más.

Asegurándose la asistencia exclusiva de quienes pudieran abonar el cubierto y hacer alguna donación a una de sus entidades de bien público, le fue grato que la contactara.

Yo bien conocía esa clase de tretas que los empresarios poderosos utilizaban para verse eximidos de pagar impuestos y gravámenes particulares; especializándome en litigios entre compañías y derecho impositivo, ese tipo de maniobras era más que común, aquí, en España y en el mundo entero.

—  Mi nombre es Pablo Matheu y tal como le adelanté por mensaje, estoy interesado en asistir a la fiesta de la señora Fernández Carrizo ― mentí sobre mi nombre, de darle el correcto corría el riesgo que Simón revisara el listado de asistentes, me reconociera de inmediato y escapase. Quería pescarlo infraganti, estuviera donde estuviera.

—  ¿Y a qué rubro se dedica usted?

—  Soy abogado...pero también un gran admirador de los vinos argentinos ― con un pasado dedicado a la cata, una incursión por la incipiente carrera de sommelier y una juvenil experimentación en el negocio de cerveza artesanal, chapeaba.  Si Sebastián escuchara mi discurso, se mataría de risa: él era uno de los principales consumidores de mis cervezas. Con otro amigo de la facultad de abogacía, venderíamos nuestros productos para solventar algunos gastos universitarios.

Explayándome sobre el interés de la finca y el negocio, haciendo hincapié en mi poco tiempo en Argentina y mi inminente regreso a Europa, recurrí a mis habilidades como abogado, logrando que me enviara por correo electrónico la invitación exclusiva a la fiesta.

***

Aún faltaba un día para la cena en la mansión Fernández Carrizo por lo que no podía avanzar con respecto a Simón; empapándome de los últimos acontecimientos en mi oficina de Barcelona, hablé con Joaquina para poner a tiro mi agenda; mi única certeza era que el tiempo que me llevaría dar con mi hermano era...incalculable.

Tomé una breve siesta, ordené mis prendas en el amplio vestidor de la antecámara y bajé hacia la planta donde funcionaba el Casino, dispuesto a distraerme y aligerar la tensión de los últimos meses.

Tras apostar y perder en la ruleta y en el Black Jack, me lamenté por descubrir que ni siquiera tenía buena suerte en el juego.

Con el corazón todavía roto y mi billetera más flaca, caminé un par de calles hasta llegar a uno de los restaurantes más acogedores de la avenida. Elegante, moderno y con un menú contemporáneo y local, era una joyita urbana.

Notando su fachada alterada con respecto a la última vez que había pasado por allí, busqué asiento próximo a una ventana para observar el incesante movimiento céntrico.

Concentrado en responder mis correos electrónicos, para cuando terminé de hacerlo abrí la carta de menú que el camarero me dio con gentileza, escogiendo una porción de lomo con papas rústicas a las hierbas. Para beber, un Cabernet Famiglia Bianchi, una de las bodegas más renombradas y emblemáticas de la zona.

Quien me atendía, un hombre con experiencia y dúctil en el trato, enseguida me sirvió la copa hasta la mitad y me trajo unos bollos a los cuatro quesos junto a unas láminas crocantes con sabor a pizza, cortesía de la casa y de aroma exquisito.

Entretenido en la dinámica del lugar, en la decoración renovada del sitio, al concluir con mi plato y pedir la carta para escoger un postre o un simple café y ya, unas carcajadas incómodas provenientes de una mesa en diagonal a la mía, me sacaron de mi parsimonia y tranquilidad; burlándose de la moza, riéndosele en la cara, esos tipos eran desagradables. Atento a la situación, pero sin mostrar las garras, grande fue mi sorpresa al escuchar que la chica poco se amilanó respondiéndoles a ese trío de maleducados donde más les dolía: su orgullo masculino. Los sujetos se levantaron protagonizando una ridícula escena.

Contuve una carcajada. Un aplauso no tardó en llegar por parte de un par de comensales, alertas a lo sucedido. Ella temblaba como una hoja y se acomodaba un mechón de cabello tras su oreja, pero los había puesto en su sitio.

Para cuando se propuso limpiar la mesa, bajé la carta y sin poder cerrar el pico, expresé:

—    Vaya modo de ponerlos en su sitio.

Fue entonces que el corazón me galopó a mil kilómetros por hora. Esa mujer, ligeramente más delgada y con un corte de pelo distinto al de los archivos fotográficos que Sebastián me había brindado, era la amante de Simón.

¿Qué hacía aquí? ¿Acaso trabajar en este sitio le permitía ser una pantalla para el futuro atraco de su pareja?

Mil dudas atacaron mi cuerpo, pero fiel a mi estilo imperturbable, me mantuve distante pero no menos agradable.

Mi plan, sin imaginarlo, acababa de comenzar.

Mi plan, sin imaginarlo, acababa de comenzar

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Chapea: que hace gala de sus influencias o conocimientos de algo o alguien para obtener ventaja.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora