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Echando de menos a Trinidad esperé ansiosamente el llamado de Álvaro, el contacto de Sebastián

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Echando de menos a Trinidad esperé ansiosamente el llamado de Álvaro, el contacto de Sebastián.

Recorriendo visualmente las sábanas de la cama, me sonreí. Avergonzado, descubrí que me agradaba y mucho tener sexo con Trini, recorrer su cuerpo, dialogar con sus curvas y con su boca parlanchina.

¿Qué más ocultaba? ¿Cuál continuaba siendo su conexión con Simón?¿Cómo había logrado atraparme de ese modo?

—  Salvatierra, ¿cómo le va?

—  Bien, expectante por sus novedades.

—  Quería comentarle que le envié a la recepción del hotel un sobre con papeles e información confidencial. Fotografías, algunos datos relevantes de ambos sujetos.

—  Perfecto.

—  No obstante, creo pertinente adelantarle que me fue muy difícil obtener información sobre el último año de la chica.

—  ¿Por qué?

—  Porque encontré data muy confusa; tal como le dijeron a usted, de un día para el otro desapareció de la comisaría, no avisó a sus contactos y en su foja de servicio no existe una renuncia sino un abandono al puesto de trabajo firmado por su superior ― inspiré profundo, preguntando algo de lo que sabía la respuesta.

—  ¿Quién era su superior?

—  Simón González ― presioné mi puño, impactándolo de lleno contra la mesa ―, pero eso no es todo.

—  Supongo que no...

—  La muchacha no tiene un nombre muy común, por lo que la busqué en los registros hospitalarios, en universidades y crucé datos con las agencias estatales de empleo.

—  ¿Y qué pudo averiguar?

—  Efectivamente se enroló en la fuerza hace muchos años. Lo que es realmente curioso es que constaté la existencia de una paciente con su nombre en un nosocomio de Rosario, sin fecha de ingreso ni egreso exacta, pero con una historia clínica que responde justo para la época en que se esfumó de Buenos Aires.

Con la mirada fija en un punto cualquiera de la pared, una gota de sudor frío recorrió mi espalda. Cayendo desplomado sobre el sofá de la antecámara, fui procesando la información.

—  ¿Usted me está diciendo que puede que Trinidad haya sido víctima de un ataque que la llevó a una internación?

—  No me resultaría sospechoso: una desaparición forzada y el ingreso, un par de días después de su desaparición a un hospital de su lugar de origen no parece casual. De hecho, hay un vacío de tiempo en el que no sabemos dónde estuvo. Alguien la trasladó a Rosario.

—  ¿Sus padres?

—  Es probable. La madre fue jefa de enfermería del Hospital Provincial de Rosario por muchos años. Dejó el cargo hace bastante, pero supongo que debe haber tenido contactos suficientes como para que la lleven en el más hermético de los silencios.

Nervioso, agradecí a Quinteros por la información recibida y aguardé por el llamado de la recepción. Yendo y viniendo por la habitación todo me era confusión.

¿Por qué Trinidad terminaría en un hospital? ¿Porque permanecer por tanto tiempo allí?

Tener una copia de su epicrisis me sacaría de dudas pero hasta entonces, todo era penumbras y manotazos de ahogado.

***

Sabrina fallecía en mis brazos, con un disparo en la boca del estómago. Su sangre esparciéndose por mi camisa, su respiración cada vez más suave en torno a mi boca y los gritos desencajados de Simón, conformaban el cuadro más triste de mi vida.

Él se mostraba fuera de sí, con el rostro sonrojado, pero sin intenciones de salvarla. Minutos más tarde conocí su treta: responsabilizarla de todo y quedar como una víctima.

Su estrategia legal fue sencilla: decir que ella le había robado el arma, que había ido a verme para matarme y que, en su forcejeo conmigo, se había disparado accidentalmente. Simón, apelando a que deseaba confirmar que Sabrina le era infiel y que conocía de su inestabilidad mental,  diría que temía por mi vida y la de ella y que en estado de shock, se había acercado a ella pero sin ser capaz de salvarla.

Pensando hasta en el último detalle, todo encajaba; en efecto, cuando llegamos a Mendoza con el ánimo renovado, con las ansias de decir la verdad sobre nuestro amor, Sabrina fue a su departamento a recoger algunas prendas y a los minutos de regresar a mi casa paterna donde me estaba hospedando, mi hermano no tardó en aparecer con el reproche a punta de pistola.

Una tergiversada versión de los hechos frente a la corte le daría la absolución. Con jueces y policías de su parte, nadie creería que ella había venido a mi casa escapandose de los abusos y golpes de su pareja y que lo único que había hecho era defenderme.

Con gran vergüenza frente al estrado, yo había declarado mi verdad: que habíamos pasado la noche juntos y que él nos había descubierto horas después, con el arma a cuestas. Obviamente los peritos habían podido constatar que  habíamos mantenido relaciones sexuales en las horas previas a la muerte y que en el arma había huellas tanto de Simón, portador natural y oficial del arma, como de Sabrina, quien quiso arrebatarle el arma para que el disparo nunca llegara a mi cuerpo tal y como pretendía mi hermano.

Quedando tanto él como yo liberados de responsabilidades legales, la guerra estuvo declarada. Debí contentarme con que Sebastián hubiera logrado mi inocencia, aunque Simón, quedara libre de cargos sin merecerlo y habiendo cambiado sustancialmente los hechos.

Con los gritos de mi hermano amenazando con suicidarse frente a ambos, con el intento de dispararme a mí también, con el forcejeo de Sabrina en el cual ella le juraba que lo nuestro jamás se repetiría y mi quietud ante la arriesgada maniobra, me culpaba de no haber intercedido para separarlos, de evitar que la bala fuera a su cuerpo. Ella cayó al piso y lo mismo que a Simón alejó, a mí me tuvo a su lado.

Desperté sobresaltado en el sofá del hotel con el sonido de la campanilla del teléfono.

—  Señor Salvatierra, ha llegado la correspondencia que estaba esperando.


—  Señor Salvatierra, ha llegado la correspondencia que estaba esperando

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"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora