— Estaba buscando el baño porque el de abajo está ocupado... ¡y aquí hay tantas puertas! ― la dueña de casa se me acercó, me mantuve firme, sin titubear, como en pleno juicio.
— No sé por qué no te creo del todo, pero voy a darte el beneficio de la duda ― a poca distancia de mí elevó su copa y bebió hasta el final de ella―. Si no me equivoco, esta es la primera vez que te veo en alguno de mis eventos de caridad.
— En efecto, para todo hay una primera vez.
— Sí, tal como le sucedió a Georgina.
— ¿Perdón?
— A Georgina nunca la rechazaron. Y vos, fuiste el primero ― sentí mis mejillas sonrosarse ―. Se fue ofuscadísima, pero ya se le va a pasar, la conozco...solo que me causó curiosidad saber quién tuvo el decoro de herir su orgullo ― fue sarcástica, aligerando la tensión que dominaba mi cuerpo ―. Y contáme querido, ¿tenés pensado quedarte mucho más tiempo acá? Digo, como para llamarte para hablar de negocios.
— No mucho, estaba realizando algunos trámites personales en la ciudad, supe de este evento y me pareció interesante cooperar.
— Me caés muy bien ― me guiñó su ojo. Sus labios rojos fueron insinuantes.
— Feliz cumpleaños, "Naná". Sin duda no será la última vez que nos veamos ― seductora se volteó y mirándome por sobre el hombro, pestañó con indecorosa actitud.
— Eso espero.
Respirando profundo, esperé a que bajara las escaleras para regresar por mi cuenta a la primera planta y unirme a la fiesta. Acababa de perder la oportunidad de continuar investigando a lo Sherlock Holmes.
Asomándome por la barandilla, vi a la empresaria diluirse entre los invitados y a Trinidad, yendo en dirección a mi mesa con un plato de postre.
Diligente, prometiéndome no coquetear más con ella, dejar en el olvido el beso del parque y dar con Simón, menuda sorpresa me llevé al chocar contra la chica y contra el plato que llevaba en su mano.
Sus mejillas rojas delataban su vergüenza; con ímpetu y torpeza frotaba el paño seco sobre la mancha, esparciéndola más de la cuenta. Miré sus ojos, y otra vez, mis piernas flaquearon ante ellos:
— Pará, tranquila, vamos al baño de aquí abajo y le pasamos agua ― busqué serenarla, le sujeté la muñeca y caminando a paso sostenido fuimos hacia el sanitario vacío de esa misma planta.
Con parsimonia me quité el saco y el chaleco mientras que ella, muy apurada, frotaba el trapo blanco de tela bajo el agua para quitarle el chocolate y embeberlo una vez limpio. Le entregué mi chaleco; impulsado por el morbo, me puse tras ella y la ayudé en su tarea.
Apenas rozándole el cuello con mis palabras, viéndonos reflejados en el espejo, acrecenté su excitación y la mía.
Ella olía a fragancia suave, apenas dulce.
Cerré la canilla, usé por un momento el secador, doblé mi ropa todavía húmeda y avancé hacia el lavamanos para rodear su cintura con ambas manos.
— Esta vez no nos vamos a escapar ― la amenacé con gracia.
— ¿Y quién te dijo que yo me quiero escapar? ― replicó, pensando que esta vez nuevamente me quedaría como un idiota mirándola o como un timorato diciendo que era una locura hacerlo.
Besándola con furia y pasión perdí los estribos, aprisionándola contra el mármol del lavabo, con mi erección plena acariciando el interior de sus muslos.
Lejos de rechazarme ella me sujetó por la nuca, anclando su pierna derecha en mi cadera.
Jalé de la delgada cinta que rodeaba su cuello desarmándole el moño y mis dedos se perdieron en la hilera de botones que cerraban su camisa. Mis besos ásperos bajaron hacia la carne expuesta de sus pechos tibios y redondeados; sus gemidos en dirección al techo se perdían junto a mis jadeos.
Pero como si el destino nos recordara que nuestras misiones en ese sitio eran distintas, alguien tocó la puerta.
— ¡Está ocupado! ― gritó ella por sobre mi respiración agitada. Mi lengua debió apartarse de la línea que separaba imaginariamente sus senos cremosos.
Caliente, con la boca encendida y mi entrepierna ardiente, tomé distancia. Ella contuvo una carcajada mientras observaba mi desconcierto. Enfundó sus dientes bajos sus labios guardándose un pensamiento para sí misma.
— Eso fue...divertido ― sonrió, desdramatizando.
— Si... pero no fue suficiente para mí ― la deseaba de un modo animal, intranquilo.
¿En qué momento me había dejado encandilar de ese modo?¡Hacía solo un par de horas que la conocía! Yo, el rey del recato y las expresiones cortas, caía en la trampa de la amante de mi hermano. Si era astuta, podía matarme allí mismo.
Afortunadamente, eso no parecía estar en sus planes.
Trinidad compuso su ropa, se lavó un poco la cara y tomó mi chaleco con sus manos.
— Prometo quitarte la mancha.
— ¿Qué vas a hacer con eso? ― curioseé, más calmo.
— Llevármelo a casa para limpiarlo tranquila.
— No corresponde que lo hagas― quise quitarle la prenda de la mano, sin éxito.
— Yo la ensucié, yo la limpio. Fin de la discusión ― resuelta, empuñó el picaporte, dejando atrás lo sucedido.
— ¡Esperá! ― la detuve en ese espacio sofocante. El aire aún estaba enrarecido ―. Quiero darte mi número ― me palpé los bolsillos de mis pantalones y abrí las puertitas del vanitory, sin encontrar nada que me permitiera escribir.
— No hace falta, galán, ambos sabemos dónde encontrarnos de nuevo ― mordió su labio, explotando mis hormonas, teniéndome en un puño y se marchó, dueña de una gran seguridad...y de mi respiración.
*******Canilla: grifo.
Vanitory: mueble que se encuentra debajo del lavamanos, generalmente con puertas.
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"A un disparo"
RomanceTrinidad Kóvik cumple servicio como agente de la policía local. Su vida, rutinaria, conoce de adrenalina e injusticias sociales. Sin embargo, nunca creyó que a su compañero de patrullaje lo matarían salvajemente, entregando un mensaje mafioso a la F...