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¿Cuántas eran las posibilidades de verlo nuevamente?

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¿Cuántas eran las posibilidades de verlo nuevamente?

No era una genia en materia de estadísticas, pero fue inmediato pensar en ¿cómo era posible encontrarme al tipo del restaurante en ese evento?

¿Destino?

Yo, como mujer de enseñanzas duras, adoctrinada para la acción y la reacción, poco creía en las casualidades; sin embargo, esta situación ameritaba considerarlo.

Ni la luz tenue opacaba la elegancia y atractivo de ese hombre de acento europeo, pero raíces argentinas; evitando quedar como una bobalicona, disimulé la atracción generada sirviendo vino en cada una de las ocho copas de la mesa. Él fue el último en recibir bebida.

— Qué casualidad, ¿verdad? ― susurró buscando conversación sin integrarse al diálogo de las parejas restantes. En ese preciso momento, la dama a su lado, no le quitaba la mirada de encima. ¿Era su pareja? De serlo, claramente conformaban una pareja muy abierta o por el contrario, él era muy desfachatado al coquetear con otra mujer en sus propias narices.

— Si, mucha ― fui breve y distante. Me alejé continuando con las mesas restantes, repitiéndome que debía dejar una buena imagen y no ser torpe.

"Dale nena, manejás un arma y tenés el pulso frío como témpano al momento de disparar; no podés concentrarte en servir una copa de vino", estampé en mi frente mientras sonreía a cada uno de los comensales de la fiesta.

Con el correr de los minutos me encontré yendo y viniendo por el salón como unas mil veces; llevando y trayendo comida y bebida lográbamos que nadie se quedara sin disfrutar del ágape y por tanto, satisfecho.

Evadiendo la mirada de Pablo, no hacía excepciones de ningún tipo; a todos atendía del mismo modo y con la misma amabilidad.

Tras la entrada, unos canapés de camarones y salsa blanca con unos pinchos de vegetales asados, llegó la primera tanda de música.

Lejos de tocar canciones como la de "Los auténticos decadentes" o los "Cadillacs", la banda se inclinó por los temas de jazz. La chica que tomó el micrófono tenía una voz tan maravillosa que, por momentos, me vi obligada a detenerme para admirarla.

La gente se dispersó en el gran salón de muros color crema, sillas vestidas de bordo y gran moño blanco en sus respaldos para bailar en pareja; los ansiosos, salieron al patio a fumar o a beber en compañía de la noche oscura y fresca.

Sin perder el foco al trabajo, a menudo caía en el tic de mirar por sobre mis pestañas para encontrar al galán del restaurante; apenas comenzó la música, él se ausentó de su mesa como así también, su compañera.

Algo desilusionada, me propuse dejar de fantasear con él y sin perder el ritmo, recogí platos vacíos, vajilla sucia y sacudí las servilletas de tela para limpiarlas.

Hablando con los chicos contratados para el evento disimulé mi incertidumbre sobre el paradero de Pablo; al momento de comer algo, piqué unas empanaditas de pollo y me apresuré para pitar un cigarrillo afuera.

En el parque todo era de ensueño; adornos florales en blanco y rojo, carpas blancas con algunos sectores con sillones y mesas bajas, eran sinónimos de buen gusto y mucho pero mucho dinero.

Recostada sobre uno de los enormes ventanales exteriores, sin mezclarme con los invitados sino más bien escondida en un sitio donde la luz apenas daba contra mi brazo, pité profundo y largué el humo con lentitud hacia arriba, haciendo círculos graciosos.

— Fumar es un mal hábito ― la voz ronca de Pablo me tomó por sorpresa.

— De algo hay que morir, ¿no? ― a mitad de su uso, arrojé lo que restaba de cigarrillo y lo pisé contra el cemento de la veredilla perimetral de la casa ―. ¿Se te perdió la morocha? ― me burlé de él extendiendo mi cuello, fingiendo buscarla.

"Calmáte, Rusa...calmáte..."

— ¿Perdón?

— Tu novia, la morocha que tenías pegada en la mesa. ¿No la encontrás y me venís a preguntar dónde está?

— Ni es mi novia ni se me perdió. La acabo de conocer en esta fiesta ― explicó sereno, sin que se le moviera un pelo de su melena desordenada. Sin gel, la brisa le alborotaba el cabello ligeramente largo. Descontracturado, me gustaba su look.

— Todos dicen lo mismo ― acusé, con conocimiento de causa. Todos negaban a alguien.

— Yo no soy como todos ― negó rotundamente y para cuando quise girar el cuerpo, me detuvo con el suyo llevándome hacia un rincón de mayor oscuridad.

— Todos dicen que no son como todos ― insistí, mirando a sus ojos oscuros. ¿Eran tan azules que parecían negros? ―. A ver, galán, ¿qué te hace especial? ―exigí respuestas con la confianza de habernos coqueteado el día anterior.

— No miento ― afirmó con determinación y fingí descostillarme de risa. Exageré mi gesto llevando mis manos hacia el estómago.

— ¿Algo más original? Dale, vos podés ― lo provoqué, llevándolo a un límite incorrecto. Yo había pertenecido a las filas de una fuerza machista, compartiendo espacio en su mayoría, de hombres. Hablando su mismo lenguaje, haciendo carne sus expresiones, siendo extremadamente auténtica y sarcástica, no tenía filtro y ahora, estaba mostrando mi versión plena...pero con la persona menos indicada. Al notarlo, corregí mi postura al instante, tomando distancia ―. Perdóname...perdóneme, es que a veces me olvido que no debo ser como...soy ― perdí vigor a medida que hablaba. Llevé mis manos hacia el rostro, avergonzada. Lo había perdido todo: mi trabajo, mi pasado, incluso, hasta mi forma de ser.

Lejos de mofarse de mi ridículo, Pablo sujetó mis muñecas y bajó mis manos, para susurrarme como a un niño. Mi garganta contenía un llanto.

— Hey, hey, Trinidad...no te castigues. Está bien ser como uno es. Y agradezco que así sea.

— ¿Agradecer? ¿por qué?

— Porque eso me permite conocerte mejor.

— ¿Para qué?

— Para saber adónde me estoy metiendo ― y por sorpresa, curvó su palma derecha sobre mi cuello, bajo mi oreja, acercando mis labios a los suyos.


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Tanto "Los fabulosos Cadillacs" como los Auténticos Decadentes ", son bandas musicales que se caracterizan por su estilo histriónico de música popular mezclando géneros como el Ska, el pop, la murga y otros.

Picar: picotear, comer poco y rápido.

No tener filtro: decir las cosas sin delicadeza.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora