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Trabajé arduamente desde el ordenador, salí a correr por algunas calles de la ciudad, almorcé en el restaurante del hotel como todos los días y me fui a duchar

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Trabajé arduamente desde el ordenador, salí a correr por algunas calles de la ciudad, almorcé en el restaurante del hotel como todos los días y me fui a duchar.

Preparado para asistir a la mansión Fernández Carrizo, ajusté los gemelos en los puños de mi camisa y pedí a la chica de recepción que llamara un taxi para emprender mi viaje.

Por las noches, cenando en mi habitación mientras trabajaba a destajo, me fue imposible no pensar en Trinidad, en su halo de seducción y en la posible relación que aún mantendría con mi hermano.

Reconociéndome disgustado por haberla conocido bajo estas circunstancias, prometí no involucrarme más de lo debido. Marcando mis límites en la mente, intentaba trazar las barreras bajo estas premisas: ¿hasta dónde llegar con la amante de Simón con tal de obtener alguna información valiosa? ¿Y si ella descubría mis verdaderas intenciones? ¿Y si me asesinaba? Era policía y bien podía tener contactos suficientes para hacerme desaparecer.

Mi paranoia se disparaba constantemente.

Durante el trayecto hacia la mansión de la empresaria, mirando por la ventanilla de mi lado me dejé cautivar por las cuantiosas hectáreas sembradas con olivos, vides y árboles frutales las cuales copaban el paisaje, tan vital, tan verde.

A medida que nos alejábamos de la ciudad, las luces delataban los grandes cascos de estancia y de confinamiento de productos para el procesamiento de materia prima y elaboración.

Nervioso por fingir ser quien no era, por tener que mantenerme en personaje aún contra mi voluntad, el tiempo de viaje llegó a su fin. Tras adentrarnos en un ancho camino de tierra y pedregullo, una ligustrina tupida y de poco más de tres metros, nos dio la pauta de haber arribado a destino.

Aparcando delante del enorme portón gris de chapa, con cámaras de seguridad por doquier, bajé ocultando mi perfil y me anuncié frente a uno de los dos enormes guardias de seguridad que custodiaban celosamente el acceso a la finca.

— Pablo Matheu― estaba en la lista y pude respirar tranquilo.

— Adelante señor y que disfrute de la velada ― fue amable.

Avancé sobre el camino empedrado que iba en leve alza, rodeado de mullida vegetación, rosales de todos los colores y algún que otro olivo. Una pareja iba delante de mí y fui testigo de lo difícil que se le hacía a la señora transitar sobre el terreno con su vestido color azul muy largo y no caer con sus tacones altos.

A menudo insultaba su mala fortuna y continuaba camino. Se escuchaban como italianos.

Por detrás, tres mujeres conversaban entre sí y se sonrojaron cuando volteé instintivamente al creer que estaban hablando de mí. Las cogí desprevenidas y se sonrieron cuando confirmé que yo era el protagonista de su plática. Me sonrojé e incliné mi cabeza caballerosamente.

Entre las tres sumaban como mil años. Fue entonces que detuve mi marcha, aguardé por las damas y les entregué mis brazos para que al menos dos se asieran a ellos y no cayeran de bruces al piso de piedrita molesta.

Sebastián tendría una buena excusa para reírse eternamente de este papel de gigoló que acababa de imponerme, aunque él había tenido su aventurita con una de las profesoras de la universidad al poco tiempo de graduarse.

Teresita Carson, Catalina Monteverde y Elena Núñez Herzberg eran tres damas de la aristocracia mendocina, amigas entre sí y de "Naná" como llamaban a la dueña de casa.

Ayudándolas a subir la escalinata de mármol besé los nudillos de las mujeres y di nuevamente mi nombre de fantasía a la muchacha de la entrada para obtener la ubicación precisa de mi mesa.

Atravesando la sala repleta de obras de arte, lámparas de cristal con numerosos brazos arqueados y caireles y jarrones con arreglos florales, no había rincón sin decorar.

Atravesando la sala repleta de obras de arte, lámparas de cristal con numerosos brazos arqueados y caireles y jarrones con arreglos florales, no había rincón sin decorar

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Divisando el número de mesa correspondiente, tomé asiento junto a otras siete personas; tres matrimonios y una mujer sola ya estaban sentados y hablando entre sí. Saludé con educación, me retribuyeron el gesto y continuaron mencionando sus últimas vacaciones en Beirut, Estambul, los valores de la bolsa y evaluando la adquisición de campos por parte de las familias adineradas de su entorno. Mis acotaciones dentro de ese grupo selecto eran medidas y poco comprometidas.

Inventando en parte, dando algún que otro dato cierto por momentos, logré pertenecer a la elite por un rato hasta que los camareros empezaron a pulular por doquier ofreciendo bocadillos calientes y bebida.

Conversando con la única mujer soltera de la mesa, fue incómodo no corresponder a su coqueteo deliberado; ingeniera en alimentos, divorciada y con un hijo de 20 años, Georgina Bustos Pallotti era dueña de una exótica belleza pero que poca atención despertaba en mí.

De buen trato, escote profundo y constante movimiento de manos, era, afortunadamente, menos snob que nuestros vecinos de lado.

— ¡Hola, hola! Buenas noches a todos― la empresaria organizadora del evento saludó y todos nos pusimos de pie, atentos ―. Les agradezco su concurrencia a esta gran noche y sobre todo, que contribuyan con esta enorme y buena causa ― elevó una copa desde su posición: una plataforma de un solo escalón donde se encontraba un micrófono y una banda musical de fondo.

"Naná" Fernández Carrizo era una mujer impactante físicamente; alta, dueña de una figura espigada, el vestido rojo satinado le hacía justicia a pesar de sus casi sesenta años.

Mi hermano tenía buen gusto.

Otra vez, debía reconocer que era astuto para sus conquistas.

— Disfruten de la comida y la bebida. ¡Y no se olviden de participar en la subasta! ― entre risas finalizó su bienvenida y nos invitó a tomar asiento nuevamente para cuando la casualidad volvió a dejarme sin habla:

— Buenas noches, mi nombre es Trinidad y estaré a su disposición durante toda la velada...― el discurso de la camarera se disolvió cuando giró su cabeza y nuestras miradas se encontraron a mitad de camino...una vez más.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora