56 - Epílogo

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La fiesta era colorida y sobre todo, muy divertida

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La fiesta era colorida y sobre todo, muy divertida. Desconociendo los dotes musicales de Sebastián, junto a su prima Lorena repasó éxitos del dúo integrado por Baglietto y Silvina Garré y algunos de "Fito" Paez , como  su clásico "Un vestido y un amor", tema que dedicó especialmente a su esposa Dani.

Todas las mujeres presentes largamos a coro un suspiro sostenido que causó risa a los hombres de la fiesta.  Tampoco faltaron los videos con anécdotas de los novios, el carnaval carioca y los juegos a cargo de diferentes animadores.

Hacia el final de la boda, ambos cónyuges agradecieron nuestra presencia; Valentín me tomaba por detrás, ajustando sus manos en torno a mi cintura.

—  ¿Vamos a tomar aire afuera? ― pidió mi pareja y con los dedos entrelazados, fuimos hacia el enorme parque de esa quinta en Olivos, donde se celebró el evento.

Alejados de la muchedumbre me dio un beso de novela, presagiando una jornada muy larga y entretenida.

—   Ese vestido me está volviendo loco ― susurró a mi oído, convenciéndome de que había sido una gran idea usarlo. Desde el incidente con Simón que no me ponía más que pantalones que ocultaran mis imperfectas piernas las cuales recuperaban la sensibilidad de a poco, gracias a los persistentes besos y caricias de Valentín por las noches.

—  Mmmm...me gustan esos besos...― le dije, pero lejos de continuar con el chichoneo, el objetivo de la salida fue otro. Tomó distancia de mi boca.

—  ¿Te acordás que Daniela me hizo prometer que tenía tiempo hasta hoy para conseguir un  anillo de compromiso?

—  Si, pero no tuviste tiempo. Estuvimos con los preparativos, con mis curaciones...

—  Si, pero eso no me detuvo. ― fruncí el entrecejo, sin comprender ―. Tengo algo muy importante que quiero que sea tuyo y que sé que sos la persona indicada para tenerlo.

—  ¿De qué hablas?

—  De esto ― de su bolsillo sacó una bolsita de pana azul, ajustada con un lacito blanco. En su interior había un hermoso anillo de oro con una piedra engarzada en el medio―: este anillo era de mi abuela María. Ella era una mujer especial para mí y antes de fallecer se lo dio a mi mamá para que lo conserve. Mi madre empeñó muchas de sus joyas para entregarle dinero a Simón, pero este anillo quedó en la familia. Cuando viajé a Mendoza a despedirme, mamá me lo entregó, entre disculpas y pedidos especiales ― yo le había prometido acompañarlo a Pozo de las Ánimas, donde dejaría las cenizas de su madre y los trozos de la carta que Simón había ignorado, la cual Valentín no quiso leer por respeto a ellos.

Mis manos temblaron y poco me importó que el maquillaje se diluyera sobre mis mejillas, a causa del llanto.

—  Trinidad Kóvik, quiero compartir mis días, segundos, horas y minutos a tu lado. Envejecer junto a vos y que seas mi instructora de tiro ― me sacó una risa del fondo de mi estómago. Valentín estaba nervioso y no podía colocar el anillo en mi dedo hasta que después de algunos intentos, lo logró.

Llenándonos de besos, en desmedro de nuestra vestimenta impecable y el público circundante, me levantó en volandas. Él acababa de cumplir otra promesa más.

***

La placa de bronce con los cuatro nombres quedaba imponente. Tras mucha negociación, una insistente Daniela, chivito mendocino y un buen malbec mediante, Valentín aceptaba unirse al estudio Alcorta, Grinberg y Polsky.

Sus conocimientos en derecho tributario y su experiencia en el exterior eran ventajosos para el estudio que habían fundado Sebastián, Leandro y Luis, quienes le daban la bienvenida a su nuevo socio. Instalándose en una nueva oficina en la zona de Recoleta, más espaciosa, con un despacho para cada uno y una sala de espera más luminosa, empezaron una nueva etapa. 

Daniela le sacaba fotografías a la puesta a punto del lugar; lucía contenta y hermosa con su barriga de seis meses. Ni siquiera embarazada se quedaba quieta.

Yo, ansiosa, acababa de inscribirme a la facultad para terminar mi especialización en criminalística y ya llevaba tres meses trabajando en la escuela de cadetes de la policía, donde impartía clases de tiro.

—  Recordáme que tengo que pasarte el contacto de la chica de las tortas ― Dani no olvidaba detalle. Yo no pretendía una boda imponente ni llena de gente, sino con amigos, familiares y en la cual la comida fuera lo principal.

Tras barajar muchas fechas, Valentín y yo coincidiríamos en que la indicada para casarnos era el mismo día de mi cumpleaños, un 14 de febrero, día de los enamorados y de su onomástico. Vaya elección.

Contento por este logro laboral y por todos nuestros triunfos personales, él me sujetó de la mano y se la llevó a los labios. Compartiendo un departamento nuevo a pocas calles del estudio, ambos estábamos cómodos, felices y llenos de planes y proyectos en común...
proyectos que de haberle disparado aquella noche tormentosa no se hubieran concretado nunca, pero que gracias a que supe interpretar los gritos de mi corazón y leí ese amor puro que me profesaba Valentín, hoy comenzaban a hacerse realidad.

FIN

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Chichoneo: juego de seducción.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora