— Le hablé a mi mamá de vos ― confesé al miércoles siguiente de mi viaje a Rosario. Simón se removió sobre la cama, incómodo ―. Tranquilo, sabe que sos mi chongo ― ambos reímos ante el término empleado.
— Tenés una mamá moderna.
— Tiene 60 años, es muy joven. Y bonita.
— Supongo que sí. Es necesario ser muy bella para haber hecho una hija hermosa como vos ― me arrebató un beso.
— Sos chamuyero, eh.
— Decirte linda no es un cumplido. Aparte no soy el único que te mira con ganas. El "Turco" Omar, también.
— ¿El "Turco"? Nah, es un alfajor de dulce de leche...
— Es un lobo con piel de cordero, no te dejes engañar ― tocó la punta de mi nariz con su dedo índice.
Abandonando la plática para más tarde, fui testigo de su andar ladeado antes de entrar al baño a darse su ducha cotidiana, aquella previa a su marcha.
— ¿Alguna vez te dispararon? ― paradójicamente, di en el blanco. Hablábamos de los lugares adónde había viajado y su espíritu libre, pero jamás, de su labor profesional.
— Si, dos para ser preciso.
— ¿En cumplimiento del deber?
Él hizo un extraño silencio.
— Una vez, sí. La otra fue de pibe.
— ¿De chico?
— No fui un muy buen chico, de hecho.
— No te imagino siendo un quilombero.
— Pues lo era.
— Habrás sido un gran dolor de cabeza para tu mamá entonces.
— Ella me apañaba en todo; con papá no la tenía tan fácil.
— Ah, ¿no?
— Su cinto en mis piernas marcaban mi camino ― bajó la mirada, con un molesto sinsabor en la boca ― . Por suerte se murió hace diez años. Era un rufián, borracho e hijo de puta.
— Lo siento mucho...― se quedó de pie, frente a la puerta del baño, sin entrar. Aproveché a repreguntar ―: ¿Por qué dudaste al momento de responder si tenías hermanos?
— Porque no tengo un hermano como se dice tradicionalmente.
— ...
— Mi vieja, Isabel, me sacó de la calle cuando yo tenía 8 años más o menos.
— ¿En serio? ― parpadeé, estupefacta.
— Sí, a esa edad me escapé de casa y vivía vagando por ahí. Isabel me veía mendigando por todos lados hasta que me refugió con ella. Tenía un nene chiquito, pero no le importó. Me dio todo a mí.
— Es muy emotivo lo que me decís― quise acariciarlo, pero su rigidez constante me desorientaba.
— José Luis era policía. Siempre me agradó el modo en que se imponía con su uniforme y su cachiporra. La gente del barrio lo respetaba, lo saludaba con reverencia. Aunque conmigo no tuviera mucho trato, aunque me repitiera que yo lo decepcionaba, yo lo admiraba. Me hice policía por él, queriendo complacerlo, queriendo imitarlo. Falleció sin verme como un tipo exitoso en mi trabajo.
Una lágrima quebró su semblante. Sin pensarlo bajé de la cama y lo abracé por detrás. Él sujetó mis manos apoyadas en su pecho.
— Sos una buena mina, Trini.
— Y me tenés acá, toda para vos ― demostré incondicionalidad.
Giró, enfrentándose a mi perfil. Acunó mi mentón, hablándome como una niña.
— Perdonáme.
— ¿Por qué? ―pregunté.
— Por no ser lo que necesitas, lo que merecés.
— Simón...― besó mis nudillos y sin mediar palabras, todo volvió a foja cero.
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Chamuyero: parlanchín.
Pibe: adolescente.
Quilombero: buscapleitos.
Apañar: complacer.
Cachiporra: bastón corto de madera que se utiliza para golpear.
Mina: mujer.
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"A un disparo"
RomanceTrinidad Kóvik cumple servicio como agente de la policía local. Su vida, rutinaria, conoce de adrenalina e injusticias sociales. Sin embargo, nunca creyó que a su compañero de patrullaje lo matarían salvajemente, entregando un mensaje mafioso a la F...