Desahuciada, miré las estrellas del cielo. Sentada en un sillón de hierro forjado bastante añoso, tomaba algo de aire en el patio de mi casa.
Hacia mitad de febrero el calor era pegajoso y tener una Stella en la mano, paliaba la situación. Era mi mejor compañera junto a una caja de cigarrillos.
Para cuando entré a mi casa por una segunda botella, el penetrante sonido del timbre me sobresaltó. El ladrido de Ringo no se hizo esperar.
— Shhh, tranquilo ― le dije asomándome por la puerta. Era tarde.
Con recelo guardé el arma en la cintura de mi pantalón y caminé con calma por el corredor que vinculaba a las tres propiedades del lote. Cuando pasé por delante de la reja de acceso a la casa de mi vecino, Ringo jadeaba. Le di un trozo de galletita, toqué la cima de su cabeza y rápidamente se tranquilizó.
— ¿Quién es? ― pregunté antes de abrir la puerta ciega de gruesa chapa.
— ¿Kóvik? Soy Simón...González, tu jefe.
Aliviada, aunque no menos sorprendida, aflojé mis hombros, corrí la traba superior y quité la llave.
Vestido de modo informal, con una sonrisa de lado muy seductora, exhibió entre sus manos una botella de vino de primera línea, con un moño rojo grande enroscado en el pico.
— Feliz cumpleaños ― que coincidiera con la fecha de San Valentín era un fastidio, nadie que no fuera mi familia lo recordaba ―. No te voy a perdonar que no dijeras nada en la comisaría más temprano― inclinado sobre el marco de la puerta, expuso en voz tenue.
— Estaba juntando plata para unas medialunas y una torta, pero se me fueron las ganas de festejar después de entrar a su despacho ― me sinceré.
— ¿Estamos a tiempo de celebrar? ― consulté mi reloj. Faltaban dos minutos para la medianoche y se lo hice saber mostrándole los números brillantes en el visor ―, ¿entonces puedo pasar?
— Oh... sí, no esperaba visitas, pero sí...adelante ― permitiéndole acceso, lo invité a ingresar. Hizo dos pasos, lo superé con otros cuatro y súbitamente, apenas pasamos la segunda puerta de vecinos, me arrinconó contra la pared del corredor, estrecho y oscuro.
Su beso aniquiló mi habla; sin reacción, sin aliento, lo acepté así de voraz e inquietante.
Lentamente, jaló de mi labio inferior al apartarse de mi boca y sonrió a pocos centímetros de ella. Bajó la palma del muro rústico con revoque grueso.
— No me pude contener. Desde que te vi en ese velorio que no puedo sacarte de mi cabeza.
— ¿Para tanto?
— No tenés idea.
Esa misma noche tuvimos sexo. Del bueno.
Simón sabía complacer a una mujer en la cama y lo que poco a poco comenzó como un jugueteo inocente se consolidó como una relación extra laboral en la que no debíamos decir nada por fuera de estas cuatro paredes, donde dábamos rienda suelta a la prohibido.
Tratándonos de usted en la comisaría, apenas dirigiéndonos la palabra e incluso, recibiendo algún que otro regaño de su parte por una minúscula equivocación, guardábamos las distancias para volcar toda nuestra pasión y desenfreno en mi lugar.
Simón era ardiente, insaciable.
Yo esperaba que todas las noches llegara para desatar nuestras fantasías; desprejuiciado, él recalcaba que todo era cuestión de satisfacernos mutuamente.
Sin embargo, ese tórrido affaire sin límites, sin reproches, terminó por afectarme; yo, incompleta al verlo marcharse antes de las siete de la mañana y sin desayunar, me aferraba a las sábanas con la angustia de sentirme solo un objeto para él.
Simón tomaba una ducha, se perfumaba y se iba dejando un beso en mi frente con un hasta luego que se materializaba a partir de las 9, cuando comenzaba mi turno en su dependencia.
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"A un disparo"
RomanceTrinidad Kóvik cumple servicio como agente de la policía local. Su vida, rutinaria, conoce de adrenalina e injusticias sociales. Sin embargo, nunca creyó que a su compañero de patrullaje lo matarían salvajemente, entregando un mensaje mafioso a la F...