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El tipo era atractivo, aunque no respondía al estilo de hombre con el que siempre me había enganchado, más imponentes físicamente y no tan

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El tipo era atractivo, aunque no respondía al estilo de hombre con el que siempre me había enganchado, más imponentes físicamente y no tan... metrosexuales.

Coqueteándome, muy bien vestido y dueño de un acento interesante, acababa de cambiarse de mesa para ser atendido por mí. Avergonzada interiormente por detectar ese detalle, todo se fue de quicio cuando me tomó de la mano con la "intención de llamar mi atención".

Susceptible, quizás más de lo razonable, le vomité en la cara que bajo ningún concepto debería tocarme. Él se puso pálido como papel, cayendo en la cuenta de su torpeza.

Llegué a la cocina nerviosa, superada por la situación, donde Olegario me calmó.

— Fueron demasiados momentos tensos lo de hoy, nena. Dejá que esta vez me encargue yo del café a ver si se hace el galán conmigo y me quiere tocar ― me sacó una sonrisa y su gesto paternal me sobrecogió.

Tomándome tiempo para cambiarme, me quedé hasta última hora. Para entonces, ese tal Pablo se había ido no sin antes dejar una suculenta propina abajo del servilletero de metal, con las iniciales del local, "Chez Elsa".

Saludando a mis compañeros y agradeciéndole a Olegario por su constante salvación, salí del restaurante con las llaves del candado de mi bici en la mano. Una sombra me tomó por sorpresa. Era Pablo, el cliente.

Apenas me vio elevó las manos en señal de redención.

— ¿Otra vez vos acá?

— Es que no me dijiste tu nombre y soy muy terco ― como mula, de hecho.

— ¿Para qué lo querés saber?

— Porque...me... gustás...― parpadeé varias veces, algo extrañada, casi conteniendo una carcajada ante el término infantil "gustar".

Acostumbrada a que las insinuaciones masculinas se tradujeran en deseos sexuales, el cortejo masculino me era irreconocible. A excepción de Simón, de su aparición con un vino en mi casa, nadie se molestaba en "remarla" un poco.

Pablo, tal era su nombre, parecía ser un sujeto agradable, además de testarudo. Y una cosquilla tonta revolucionó mi estómago.

— Me llamo Trinidad. ¿Eso bastará para que me dejes tranquila?

— ¿Eso significa vas a dejar de hostigarme? ― lo puse a prueba.

— Claro que no.

— Bueno...mejor entonces ― redoblé la apuesta, la cual, claramente, lo dejó en desventaja a juzgar por sus labios inmóviles y su silencio abrumador.

Me subí a la bici, lo miré por sobre mi hombro una vez que estuve de espaldas y notando que continuaba de piedra en la vereda, me fui a mi casa con una sonrisa triunfal y mi autoestima por las nubes.

La vieja Trini había regresado.

***

A la mañana siguiente el llamado de Elsa, la amiga de mi tía y dueña del restaurante, me tomó por sorpresa. ¿A sus oídos había llegado el reclamo de los clientes de la mesa cuatro? ¿Querría despedirme? Maldije mi temperamento.

Quedarme sin empleo era lo peor; yo acababa de llegar a la provincia y aún no había puesto en marcha mi plan como para tener que trazar una estrategia diferente sobre lo andado.

— Hola Trini, ¿cómo estás?

— Buenos días, Elsa. Yo bien, ¿y usted? ― simulé estar despierta desde hacía rato. Nada más lejos de la realidad.

— Olegario me contó lo sucedido anoche ― ¿era o no de confiar el viejo?

— Ha sido una situación muy incómoda que se me fue de las manos ― justifiqué.

— Lo sé y lo siento, lamentablemente nunca falta el mal tipo que se aprovecha de una mujer ― resopló―, sin embargo, más allá de darte mi respaldo incondicional, quisiera hacerte una propuesta...distinta.

— ¿Una propuesta? ¿A mí? ― me quité una lagaña del ojo.

— Si a vos, ¿a quién estoy llamando a esta hora? ― se le escapó una sonrisa y le di la razón con mi falta de palabras inteligentes ―. Mirá, recién me llamó una muy amiga mía que a su vez, es íntima de la empresaria Nancy Fernández Carrizo, ¿la conocés? ― el nombre me era familiar, de hecho ―. Pues esta fulana muy estirada va a hacer una cena importante esta noche, en su mansión. Con motivo de su cumpleaños organizó una subasta y lo recaudado irá a una de sus fundaciones de beneficencia ― detalló ―. Lo que importa aquí es que a último momento se le cayó una camarera y me preguntó si no tenía buenas referencias de alguien. Pensé en vos, claro.

— ¿En mí? ¡Waw! P...pero yo apenas sé poner un vaso en la mesa...― estaba nerviosa.

— Nah che, dejá de subestimarte. Es cierto que te falta mucho, pero en esta fiesta se va a pagar buen dinero y sé que la plata te viene bien. Es llevar una bandeja con un par de copas y ya. Puedo garantizarte que en el restaurante se labura más ― se echó a reír y siguió―: necesito una respuesta ya mismo, Trini. ¿Aceptás o no?

— B... bueno, sí, si voy...

— Vos quedáte tranquila que yo arreglo el tema del traslado y la vestimenta.

— Gracias, Elsa, es un enorme voto de confianza el que acaba de depositar en mí.

— Vos hacé buena letra y sonreí mucho. ¿Estamos?

— Por supuesto que sí ― aflojé mi espalda.

— En un rato te vuelvo a contactar para decirte la hora y la dirección así te alcanza un taxi hasta allá. El evento es en la estancia que tiene en las afueras de la ciudad.

Agradeciendo por milésima vez, me despedí de ella y con una sonrisa tonta miré al techo tapándome con la sábana hasta la cara.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora