Tras un velatorio breve y poco concurrido, despedí a mi madre, quien dispuso ser cremada para que podamos cumplir con su voluntad, descartando que yo tendría un gran trabajo por delante con respecto a Simón, mi hermano mayor...
Ignorándome, pasando por sobre mí, Beatriz y él se habían contactado a mis espaldas para generar un encuentro en el que se haría de la única posibilidad de entrar a la casa de mi madre por el método convencional: las llaves.
Hacía más de cinco años que no teníamos diálogo. Poco sabía de él; cuando mi madre comenzaba a nombrarlo yo la detenía automáticamente. De seguro, él haría lo mismo.
¿Por dónde empezar a buscarlo? Sentado en la habitación del hotel, frente a un gran espejo, fijé mi vista en mi rostro abatido por el dolor. Me desanudé la corbata; el tiempo había pasado velozmente y con 35 años ya no tenía familia de sangre sobre la faz de esta tierra.
Estaba más delgado que meses anteriores; mi madre tenía razón al apuntarlo antes de irse. Sonreí de lado, ella siempre tenía un reproche o una crítica para hacerme en lugar de felicitarme o simplemente, decir que me quería.
Mamá era así: a mí me exigía todo aquello que a Simón no, justificando que él era el niño necesitado que había huido del maltrato familiar, aquel chico sin las mismas oportunidades que yo, aquel joven que se escapaba por las noches y regresaba a la mañana siguiente con un pretexto irracional. Ella, Isabel, lo defendía a capa y espada con tal de que no se marchara de su lado.
Simón había vivido en esa casa desde que yo tenía uso de razón; esperando yo un abrazo de parte de ella, mi hermano parecía ser el único destinatario.
Tantísimos años después, las cartas estaban echadas.
Leal, yo había estado junto a ella en su último suspiro, aunque de poder retroceder el tiempo y preguntarle qué recordaría antes de marcharse, tan solo mencionaría la visita de Simón.
Buscando su nombre en las redes, no sería fácil encontrarlo sobre todo teniendo en cuenta su apellido, común en este país.
Sin embargo, al relacionarlo con la palabra "comisario", las cosas fluyeron de mejor manera. Pestañeé con cierto resquemor al ver una foto en la que se lo encontraba rodeado de periodistas, hablando de la muerte de un agente caído en servicio en manos de un cartel de drogas en una villa de Capital.
A él siempre le había gustado destacarse, ser el centro de atención, por lo que ese papel le sentaba de maravillas.
No estaba en mis planes viajar a Buenos Aires en lo inmediato, pero quizás era la única manera de hallarlo, regresar a mi vida cotidiana cuanto antes y saldar las deudas pendientes.
***
Tomé un taxi y bajé sobre Avenida Santa Fe, una de las calles que rodeaba la gran Plaza San Martín. De arquitectura ecléctica, con herencia francesa, inglesa e impronta moderna que rompía con lo existente, la Ciudad de Buenos Aires era atrapante y atractiva.
Caminé un par de metros y fui hacia la comisaría 1, enclavada en medio de edificios altos y otros, que conservaba su origen.
Saludé al agente de consigna, parado en el exterior de la dependencia.
En la delegación, ruidosa desde el instante en que traspasé la puerta de acceso, no parecía reinar la paz; una mujer con voz gruesa, fuerte, rubísima, copaba el centro de la escena en la cual seis agentes uniformados la rodeaban, interrumpiéndola y hablando por sobre ella con tono de reproche.
Yo, rígido, era incapaz de exigir atención, por lo que mantuve alejado pero atento hasta que los ánimos se calmaran. Para cuando uno de los policías notó mi presencia se alejó de la discusión para hablar conmigo:
— Sargento Omar Ussain, a sus órdenes. ¿Qué necesita?
— Buenas tardes, no sé si he llegado en buen momento...― el aire se palpaba tenso.
— Aquí nunca es buen momento ― fue irónico.
Tosí, aclarando mi garganta.
— Estoy buscando al comisario González.
— ¿Al tipo ese? ¿Para qué lo quiere? ― puso los brazos en jarra, sin elevar el tono de voz.
— Ussain, hágase a un lado. Yo atenderé al señor ― quien llevaba la voz cantante minutos atrás lo sacó de cuadro ―. Soy la teniente Julia Corbalán, ¿por qué asunto necesita al comisario? Él está de licencia actualmente, por tiempo indeterminado.
— Me urge hablar con él ― repetí.
— Pues si no es más específico, no sabré cómo ayudarle
— Quiero verlo, cuanto antes ― insistí sin mayor detalle.
— Aquí no lo va a encontrar. ¿Quiere dejarme un contacto por si se comunica conmigo o con los muchachos?
— Prefiero regresar en otro momento.
— Cuál es su nombre.
— Valentín. Salvatierra.
Ella repitió mi nombre reteniéndolo en la cabeza, fingiendo recordarlo en un futuro.
Mis días en Buenos Aires se iban tan pronto como llegaban.
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*Capital Federal: actualmente llamada Ciudad Autónoma de Buenos Aires aunque muchos siguen mencionándola del modo anterior.
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"A un disparo"
RomanceTrinidad Kóvik cumple servicio como agente de la policía local. Su vida, rutinaria, conoce de adrenalina e injusticias sociales. Sin embargo, nunca creyó que a su compañero de patrullaje lo matarían salvajemente, entregando un mensaje mafioso a la F...