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Poco antes de mi horario de partida de la comisaría, Simón despidió a su amiga, con quien había almorzado, hecho sobremesa y merendado.

Tan solo quedábamos él, el "Turco" Omar, nuestros relevos, los agentes Jerez y Alsina, y yo.

— Kóvik, vení a mi oficina, por favor ― de mala gana, accedí.

Apenas Simón cerró la puerta a mi espalda, comenzó a girar a mi alrededor. Yo me mantenía rígida, sin que se moviera un pelo, como una estaca en mitad del despacho. Rascándose la nuca, advirtió la gran actuación que ocultaba a mis celos.

— No voy a negarte que con Julia hemos sido muy cercanos en un momento, pero ahora no tenés de qué preocuparte. A ella se le da por oficiales más jovencitos.

— No estoy preocupada. No tengo por qué. No somos nada, sino tan solo jefe y empleada, ¿no le parece? ―mi mirada estaba fija en la cortina, tras su silla.

— Me gusta que estés un poquitito celosa ― el perfil de su dedo índice recorrió mi mandíbula tensa. Las fosas de mi nariz delataban mi falta de estabilidad por su cercanía.

— Qué necesitaba, comisario. Mi turno está por terminar.

— Necesitaba verte, decirte que me excita mucho descubrir este lado posesivo y me gustás así vestida con ese uniforme tan ordinario como sensual― su aliento rozaba el mío, poniendo de manifiesto la tensión sexual entre ambos ―. ¿Así que tenés una cena importante esta noche? ― besó la comisura de mis labios, continué de piedra aunque me temblaran las rodillas.

— En efecto.

— ¿Con quién?

— Con alguien.

— ¿No puedo ir, entonces? ― se paró por detrás, con sus palabras rebotando en el pabellón de mi oreja.

— Usted es siempre bienvenido, señor ― yo acababa de perder la batalla.

Una risita salió de su boca, victoriosa. Dando tres pasos, se puso frente a mí.

— ¿Vino blanco está bien? ―preguntó.

— Es una buena compañía para un pescado ―mis manos se entrelazaban sobre la curvatura de mi espalda.

— ¿Me trata de pescado? ― se hizo el bromista, quitando la pesadez del aire.

— ¿Se siente aludido?

— No te olvides las esposas, Kóvik. Tendremos un arduo procedimiento del que participar.

Finalizando con el coqueteo, salí de la oficina ante la mirada chismosa de los presentes. Con un tibio adiós me fui a casa con las hormonas revueltas y deseando el pronto operativo con mi jefe.

***

Inquieto, así era Simón en la cama; sereno, algo propio de la gente del interior, lo era fuera de ella.

Intentando sacar lo más sensual y salvaje de mí, a diferencia de los primeros encuentros él, ahora, no parecía estar satisfecho con lo que yo le ofrecía.

Indescifrable, me daba todo en materia física, pero nada, en lo espiritual.

Se marchaba, me dejaba con las sábanas revueltas en torno a mis pies y el aroma a sexo impregnado en la piel, nos veíamos en la comisaría, nos seducíamos con la indiferencia y por la noche, desatábamos nuestros cuerpos. Sistemática y semanalmente.

Sin embargo, algo continuaba faltándome : un abrazo inesperado, una película un día de lluvia, un café sin tener que escondernos...yo comenzaba a querer más, pero me conformaba gracias a ese extraño vínculo de dependencia que había creado en mí.

Echaba de menos su misterio, sus silencios, las cosas no dichas por sobre las dichas.

De visita en Rosario, me fue imposible no pensar en él, en sus manos, en sus gruñidos oscuros sobre mi cuello y en sus embates sin consideración, a veces violentos, pero con los que obtenía mi explosión interna.

— ¿Quién anda allí dentro? ― Mamá no tenía un pelo de tonta. Yo acomodaba los platos sobre la mesa y doblaba las servilletas sobre el mantel, en el comedor de casa.

— Nadie.

— Te conozco como si te hubiera parido ― fue sarcástica.

— Bueno, sí. Hay alguien...pero no es nada.

— Si no fuera nada no estarías con la cara por el piso y los ojos tristes. Decime, ¿cómo es? ¿A qué se dedica? ¿Cuándo pensás traerlo? ― me agobió con la cantidad de preguntas.

— Mamá, es difícil. No somos novios, ni estamos saliendo, no es nada formal.

— ¿Es un chongo?― su naturalidad me dejó pasmada.

— ¡Mamá!

— ¿No se le dice así ahora? Touch and go, chongo, filito, affaire...es todo lo mismo.

— Es complicado ― bufé.

— Dejá de decirme eso y sé más específica.

— Él es... mi jefe ― enfundé mis dientes, avergonzada por la confesión.

— ¿El comisario que salió en la tele cuando se murió tu compañero?

— Ese mismo ― me desinflé, tomando asiento en la silla de madera con almohadones amarillos.

— ¿Está casado?

— No, no. Por el contrario, le huye a los formalismos.

— Entiendo, sos como su sex toy.

— ¡Mamá! ¿De dónde sacás eso?

— De la TV, de los libros, de la gente con la que hablo. No soy tan ingenua, hija. No llamé a la cigüeña para que te trajera hasta acá. No existía el delivery ― fue sincera y graciosa en su vocabulario.

Poniéndome de pie la abracé fuerte, necesitaba de ella. De su candidez y consuelo.

— Te extraño mucho ― su aspecto físico era similar al mío.

— ¿Y por qué no te volvés?

— Porque me gusta Capital. Allá tengo mi trabajo, mi casita...

— No es tu casita. Estás alquilando una casa que apenas tiene un par de baldosas como patio.

— Lo sé, pero me acostumbré. Mis plantas están lindas.

Mi madre se resignó a que no cambiaría de opinión; al entrar mi papá desde el taller mecánico que atendía al frente, hicimos silencio y dejamos de hablar de conquistas, chongos y esas cosas.

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Chongo: amante. Hombre con el que se tiene una aventura sin compromisos.

"A un disparo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora