CAPITULO I

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  Necesitaba tiempo para pensar bien las cosas, todo lo que había pasado últimamente me tenía fuera de sí, y para completar, estaba entrando a la cárcel nunca en mi vida pensé estar en un sitio como este, y aunque mi condena, claro si eso se puede llamar condena, solo estaré seis meses gracias a mi padre, quería pensar que de aquí iba a salir viva, por el corto tiempo, pero aun así el miedo se apoderaba de mí. Se sentía el aire frió de Minnesota, al salir de la camioneta donde nos llevaban a otras tres chicas y a mí. Me dolían las muñecas, las tenía rojas y algo lastimadas, estas esposas hacían muy bien su trabajo.

   Al entrar nos dejaron en una sala grande, con muy pocos inmuebles, solo había una mesa de madera, unas sillas de plástico y un gran pizarrón blanco. Entró una chica de uniforme, con unas bolsas en sus manos, mientras el oficial que nos trajo hasta aquí nos quitaba las esposas, di gracias, me di pequeños masajes para aliviar el dolor. 

— Aquí tienen.. - Dijo algo entretenida viendo su teléfono no dándonos tanta importancia.  Era baja de piel clara, no se porque en su rostro no dejaba de tener ese gesto de estar molesta como si siempre lo estuviera, ni perdió el tiempo en presentarse. Sin hacer ni un movimiento, volvió a mirarnos. —Quieren una foto también? —Dijo con incredulidad. —Agarren la que esta identificada con su nombre. —Nos movimos algo nerviosas, gracias a Dios que la primera que vi era la mía, la sujete rápidamente contra mi pecho, la mujer me miró —Que pretendes? Abrazarlo como un peluche hasta quedarte dormida? —Seguía sin entender. Una chica que estaba a mi lado quitándose su camisa. 

—Tienes que cambiarte de ropa —Me dijo en voz baja. Volví a mirar la bolsa, estaba tan nerviosa que ni siquiera vi su contenido, y me fije que si, tenia un par de zapatos blancos, un mono y una camisa cuello ve color negro. 

—Pensé que esto era color naranja —Dije para mi, pero alcance ser escuchada.

—No en esta cárcel —Terminó de decirme la mujer de uniforme. 

   Una vez que nos cambiamos, nos llevaron en una fila por un pasillo, algo frío, su luz era tenue pero se lograba ver todo, la mujer que antes estaba con nosotras, nos miró y entró a lo que parecía ser una oficina, este era el momento perfecto para escapar pensaría cualquier reclusa, pero como, con cámaras de seguridad por todos lados, un oficial en cada esquina, una esposas que volvieron a posarse en mis muñecas aumentando el dolor. Lo juro, mi padre me las pagara por esto.

– ¿Cómo te llamas? –Me dijo la chica que estaba detrás de mí. Por Dios no quería hacer amistades con nadie, que nadie me tocara o estuviera cerca de mí. – Hey tranquila! – Volvió a dirigirse a mí, si, se dio cuenta de mi cara de terror. Una mujer alta, con cabello castaño y piel clara, algunos tatuajes visibles, y extremadamente delgada. – Es mi segunda vez por aquí, ya quiero ver algunas chicas que extrañe. – Se notaba muy tranquila, no se veía una mujer peligrosa pero no podía confiar a la primera. – Entonces... ¿no me dirás tu nombre? – Respiré profundo.

– Lauren... – Terminé diciendo algo cabizbaja.

– Lauren? Lindo nombre. – Me miró sonriendo, le devolví una débil sonrisa. –Mi nombre es Angelique. –Asentí. – ¿Que hizo una chica como tú para estar en sitio como este? – Preguntó directamente. Solo alcé mis hombros. —Ya, solo tienes que acostumbrarte. —No podía creerlo, acostumbrarme estar en la cárcel? Acostumbrada ella, que era su segunda vez aquí. pero no podía decírselo, sería muy tonto de mi parte, morir la primera noche. Escuchamos la puerta abrirse, y todas colocamos atención a que nos dirían. 

—Bien, yo soy la oficial Isabella Benán, Soy la jefa de esta cárcel y su peor pesadilla si piensan que son más inteligentes que nosotros, si lo fueran no estarían aquí. —Angelique, chifló un poco, rodando sus ojos. —Algún problema, reclusa Cooper? —Se dirigió hacia ella, con una mirada retadora. —O tendrían que darte de nuevo la bienvenida? Cinco años no fueron suficientes para tí? — Era una mujer de piel morena, su cabello negro agarrado en forma de cola de caballo y pulcritud hasta en la forma de caminar. 

En el lugar que estuvimos. | Camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora