Capítulo 8

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Observo a los lados buscando a alguien que nos ayudara con una camilla, pero no hay nadie. Cuando llegamos al edificio de chicas una enfermera me aparta y toma mi lugar. Trato de ir tras de ellas con mis muletas, pero un guardia me obliga a sentarme en la escalera. Las piernas me duelen tanto que lágrimas se forman al borde de mis ojos, aunque pueden ser por preocupación.

—Voy a llevarte a tu habitación— el guardia extiende mis muletas con el semblante serio.

Niego. Tomo la barandilla con las dos manos y me impulso hacia arriba. El dolor es como una descarga eléctrica cuando subo los dos escalones.

—Necesito saber cómo está.

Me obligan a regresar a mi habitación.

...

—Estoy bien, Axel—asegura Thalia a la mañana siguiente.

La saque de la cama para hablar con ella. Ella se sienta a mi lado con cuidado. Esta pensativa y cansada. Su cabello sujeto en una trenza y la ropa que lleva hoy no se parece a ella. Tiene un parche en la frente.

Estoy tan jodidamente preocupado por ella.

Fumo un poco más y apago el cigarro. Observo el cielo. Mamá lo hacía conmigo cuando me sentía muy mal y no quería más medicinas. Papá temía que empeorará mi estado, pero no le prestábamos atención.

—Lila dice que es normal que tenga miedo de las voces— divaga, en sus manos balancea un marcador grueso de color negro. — No les tengo miedo, son parte de mí. No me imagino vivir sin ellas, son como mi conciencia. Me han salvado muchas veces y aman hacer daño a las personas, pero solo a las malas. ¿Por qué?

Su pregunta se escucha desesperada, observo sus ojos caoba.

—Puedes distinguir una persona es mala en una multitud.

—Eres inteligente, Axel.

Gatea un poco hasta estar más cerca y toma mi mano. La observo con atención. Thalia hace dos palitos poco separados (con su marcador) y luego una sonrisa debajo de ellos. Hace lo mismo en su mano. Hago una mueca, pero la dejo estar. Miro los inmensos árboles verdes de silueta borrosa, fijo mi vista en aquella ave que da vuela en círculos en el inmenso cielo.

—Además de los problemas físicos tengo depresión— digo de repente. Ella sonríe.

—Lo sé, tu psiquiatra me lo grito— explica—. Ese día iba a asesinarla, estaba enojada porque tú habías desaparecido. Pero también quería ver la sangre, ellas me dijeron que Helena no tenía ninguna cicatriz en su cuerpo así que le hice muchas— siento como sus manos toman mi brazo izquierdo y buscan. Estoy muy nervioso.

— ¿Tienes cicatrices, Cambar?

Ella asiente y comienza a quitarse su camisa de cuello tortuga, después del pantalón. Me siento, viéndola con mis ojos muy abiertos sin saber cómo reaccionar. El sujetador azul le queda excelente con su piel morena. Sus senos, un poco pequeños, pero son perfectos. La piel está cubierta de rasguños y quemaduras, algunas solo cicatrices.

—Estos son los más recientes— señala su cuello—. Suelo hacerlas yo misma por la ansiedad.

Hay rasguños y morados ahí. Le sonrío para calmarla. Tomo su ropa y se la devuelvo.

—Sigues siendo Thalia; la loca.

La morena ríe y me empuja en modo de broma. Se viste y coloca su mano en mi hombro con una delicadeza desconocida.

—Es tu turno.

¿Que si me parecía extraño esto? Si. Nadie que no sea un doctor ha visto las cicatrices. Me hacen vulnerable. Soy un hombre con demonios que me consumen. Me pongo en pie, fijo mi vista en los ojos inquietos de ella. Quito la chaqueta y el jersey, Thalia no pronuncia palabra alguna. Me quedo en ropa interior. Tengo frío y ella solo pronuncia.

HurtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora