Capítulo 29

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El psiquiatra siguió observándome como lo llevaba haciendo desde hace diez minutos. Acomode la chaqueta sobre mi cuerpo con la esperanza que aplacara un poco el frio enfermizo de los últimos vestigios de fiebre.

—Puedo permanecer callado toda la terapia, si eso es lo que usted quiere— aclare mi garganta en un intento de que mi voz sonara menos ronca.

—¿Quieres explicarme los cortes? — cuestiono.

Aparte la mirada de él con una mueca burlesca en mi rostro, tomo su tiempo y finalmente ataco. Pase mis dedos por mi brazo inconscientemente, habían cambiado las vendas y estaban sanando bien. Los enfermeros no comentaron nada al respecto ni siquiera cuando Rakaj el miércoles llego a la enfermería con mi navaja en mano, luego de dejarla sobre mi pecho con un "¡Lo logre!" de por medio volvió a llevársela y desparecer de mi vista.

Todo esto solo aumenta la vergüenza hacia mi persona. Rakaj lleva años atendiéndome y el hacerle pasar por esto constantemente me hace sentir mal, pero para mí pesar cuando lo hago no pienso en nadie. Debería alejarme de Zyad y así no hacerle más daño, porque él tiene una vida y yo no puedo seguir estresándolo.

—No quería hacer lo que usted piensa, solo quería aliviar el dolor— susurro lo suficientemente alto para que el me escuche.

Estoy al borde de las lágrimas; no quiero apartarme de mi amigo. Aunque sé que tengo que hacerlo, él tendrá un hijo y tiene que estar ahí para su familia no en este internado tratando de salvarme la vida.

—Axel, puedes aliviar el dolor hablando conmigo o en alguien en quien confíes, créeme que te ayudara. No se lo contare a nadie, la confidencialidad es una ley para mí.

Parece de verdad preocupado y frustrado por las acciones de un estúpido adolescente, porque no me considero mucho más que un estúpido el cual no sabe manejar las cosas.

—No creo poder hablarlo ahora— limpio las lágrimas fugitivas con una mueca.

Suspira y acomoda su cuerpo en la silla. Es un hombre de cabello negro y piel morena como de unos cuarenta años, cuando lo vi por primera vez me pareció algo molesta su euforia, pero caí en cuenta que solo se trataba de su personalidad.

—¿Quieres hablar de tu familia?

Me atrapa con la guardia baja. Lo observo fijamente en un intento de leerlo para conocer sus intenciones.

—¿Por qué lo pregunta?

—Nunca hablas de ello.

—Solo hemos tenido unas pocas terapias.

—Es cierto ¿Me contarías sobre tu familia, Axel?

Decido decir parte de la verdad.

—Mis padres están divorciados desde hace diez años, yo tenía siete y mi hermana Johanna cinco. Mamá se quedó con mi hermana y papá se quedó conmigo, desde entonces no las había visto sino hasta que ella cumplió quince años. Hemos estado en contacto— suspiro temblorosamente—. Creo que pasamos la hora estipulada, — él intento objetar algo— además no quiero quedarme aquí más tiempo.

Miguel Aguilar pareció decepcionado, pero me dejo ir.

...

¡Hola, cariño! — saluda con emoción mi abuela.

Bendición, abuela— le pido al instante.

Me extraña el que fuera ella quien respondiera el teléfono de Johanna. El chico tras de mi suelta un gruñido de exasperación, y lo entiendo; la fila para el teléfono ha sido interminablemente larga (lo cual es raro porque está activo por una hora todos los días después de que terminan las clases) aun cuando cada persona solo tiene cinco minutos para hablar. El guardia que controla la fila le pide paciencia.

HurtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora