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El frio otoñal comenzaba a caer sobre el pequeño pueblo americano de Concord, en Massachusetts. Eloise Laurence-March se despertó aquella mañana con mucha morriña. El día anterior, junto a su hermana Elizabeth, terminaron de preparar las maletas para irse aquel día de septiembre por la tarde a Avonlea, en la isla del Príncipe Eduardo, por un trabajo fijo que les había salido a su padre y a su madre. Además, ese día comería con su familia por última vez antes de irse a su nuevo hogar. Se levantó de su cama y se acercó a su armario para ponerse el único vestido que había dejado fuera de la maleta para  aquel día. 

Bajó lentamente las escaleras hacía el salón-comedor acariciando lentamente todos los lugares por donde había pasado sus recientes 14 años de su vida. Al final de su camino, se encontraba la cabellera rubia de su hermana terminando de preparar el desayuno.

"Vamos, Eloise. Tienes que desayunar algo antes de que vayamos a casa de Marmee."

"Voy, Lizzie; solo quiero disfrutar todo lo que pueda antes de irnos."

La rubia sonrió, abrazó a su hermana pequeña y le besó en la cabeza antes de irse al patio, donde se encontraba su padre, Laurie. Amy se acercó al lado de su hija pequeña mirando aquel lugar.

"Sal al patio cuando termines, querida. Vamos a aprovechar todo el tiempo que nos queda antes de nuestro largo y nuevo viaje."

"Ya estoy lista, mamá. Es hora de irnos."

Las dos salieron junto a los otros dos Laurence y salieron en dirección de la antigua casa donde Amy March-Laurence pasó su infancia. Llegaron y saludaron a sus demás familiares. Eloise pasó la mayoría del tiempo con sus primos; aunque sabía que a los que más echaría de menos serían a los mellizos Daisy y John. Sus bromas y sus historias siempre la tenían distraída. Su prima Josie ya era una adulta y se relacionaba con ellos solamente. Por otro lado, estaban los Bhaer March, Rob y Teddy. Marmee los llamó a todos a comer y se sentaron alrededor de la enorme mesa. Mientras comían, las anécdotas que contaban sus tías o los chistes de los mellizos no faltaron en la mesa. Sin duda había sido la mejor comida familiar que habían tenido, y eso que tuvieron muchísimas.

Las tres de la tarde llegaron y, junto a ellas, la despedida. Entre lágrimas, los Laurence March salieron a la estación de tren. Llegaron y subieron al tren tras esperar varios minutos. Les esperaba un largo viaje de alrededor de 9 horas para llegar a Avonlea. La pequeña Laurence pensaba en como cambiaría su vida: si para bien o para mal. Esperaba hacer amigos, pero a veces era tímida y no quería quedarse callada cuando conociese a alguien. Sacó uno de sus libros favoritos, "Nuestra señora de París" de Víctor Hugo, el cual se lo regalaron sus primos en su último cumpleaños. Trataba de la trágica historia de una joven gitana bailarina llamada Esmeralda en la capital parisina durante el siglo XV.

Estuvo leyendo varias horas hasta que el sueño comenzó a tener más poder sobre ella. Apoyó su cabeza en el hombro de su padre y cerró los ojos, cayendo así en un profundo sueño. La noche llegó a la vez que el tren llegó a Avonlea. Amy y Laurie despertaron a sus dos hijas para poder bajar a por el equipaje y dirigirse a su nuevo hogar. Un carro los esperaba y se montaron para salir en dirección de la casa.

Al llegar a su destino, una bella casa blanquecina apareció ante sus ojos.  Bajaron sus pertenencias y entraron al amplio lugar. Todas sus pertenencias estaban ya colocadas y los cuadros de Amy daban una alegría colorida al hogar. Eloise y Elizabeth comenzaron a investigar la casa; quedando las dos maravilladas con esta. Toda la esencia de Massachusetts se encontraba en Avonlea y eso las alegraba muchísimo.

"Eloise, Elizabeth; es muy tarde subir con vuestras maletas a vuestros cuartos y dormir un poco antes de que amanezca."

"Claro, madre" le respondió la rubia, "Vamos, Eloise"

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