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Una rama que golpeaba la ventana por el viento le había impedido dormir en su primera noche en la hacienda. O al menos eso era lo que él decía. Pero lo cierto es que una sensación de opresión en el pecho lo acompañó desde que se retiró a dormir. Hacía mucho tiempo que no pasaba una noche en vela preso de la ansiedad que ya se había desacostumbrado a sentir. Una parte de él quería irse, buscar cualquier excusa y marcharse, la otra se sentía con algo que lo hacía sentir tontamente feliz, se sentía con... esperanza. Sí, alrededor de las dos de la mañana escuchando los murmullos de aquellos trabajadores que madrugaban, pudo ponerle nombre a los sentimientos se arremolinaban en su interior. Tenía miedo, quería irse. Tenía esperanza, deseaba quedarse. Y cuando el sol empezó a salir comenzó a preocuparle su cordura, no quería volverse loco así que decidió, simplemente, continuar. Y que pasará – había dicho – lo que tuviera que pasar.

Cuando dieron las siete de la mañana se dio un baño, se vistió y salió de su habitación con dirección al comedor. Miró a la habitación a su derecha en la que dormía Anna y la puerta lucía tan inalterable, tan inerte, tan imponente. Dio un suspiro, fastidiado de sus propios sentimientos y bajó las escaleras. Gianluca e Ignazio ya estaban sentados, les acaban de servir el desayuno. Ellos lo miraron, no era la primera vez que veían el rostro desvelado de Piero y, sabían al llegar ahí que no sería la última. Se abstuvieron de preguntar, ellos ya conocían el motivo. - ¿Dónde están ellas? – preguntó al ver los asientos de Anna y Margarita vacíos.

Ya desayunaron – respondió Gianluca – al parecer aquí los días comienzan en la madrugada.

- Vaya – respondió él simplemente.

¿Creen – preguntó Ignazio poniendo su celular a lado de su cabeza – qué me parezco a Pavarotti cuando era joven?

Ambos rieron. Creo – respondió Piero – que alguien tendrá que afeitarse.

Tenían que estar a las ocho de la mañana en punto en su primer día de filmación, Ignazio sería el primero, el interpretaría a Luciano Pavarotti, para la caracterización tendrían que afeitarlo, él había intentado retrasar ese momento lo más posible, amaba su barba y su bigote. Eran su pequeño bebé. El día anterior después de comer los chicos habían ido a conocer las instalaciones, todo estaba dividido y caracterizado en tres escenarios distintos, tres épocas distintas, la juventud de Pavarotti en los años 50's, la de Domingo en los años 60's y la de Carreras en los años 70's. Habían visto locaciones antes, pero ésta les impactó de manera bastante agradable, parecía magia, si se colocaban en el centro del enorme patio y daban un giro de 360 grados podían pasar de un tiempo a otro y a otro y a otro y finalmente regresar al frio y simple presente.

Terminaron el desayuno y se levantaron los tres para irse a su primer día oficial de grabación. Llevaban los libretos bajo el brazo y sus suéteres. Hacía frio, no tanto como solía ser en esa época en Europa, pero si el suficiente como para sentir la necesidad de ocultar las manos en el bolsillo de sus pantalones.

Mientras tanto, en el despacho de la planta baja estaba Anna, en silencio, sentada frente a los libros de contabilidad pero sin poderse concentrar. Escuchaba los murmullos afuera en el comedor y pensó en salir a saludar. Se arrepintió. Todavía estaba asimilando y haciéndose a la idea de que él estaba ahí, que estaría ahí por mucho tiempo. Tampoco había podido dormir bien, se había dormido por pequeños lapsos de tiempo y después despertaba. Quería hablar con sus amigas y contarles lo que sucedía, pero de pronto pensó que ellas tenían ya sus vidas demasiado ocupadas como para hacerlo. Esperó hasta que los murmullos de los inquilinos se callaron y entonces salió del despacho en busca de Margarita, quería contarle, desahogarse y hacerla parte de su drama interno, pero cuando llegó hasta ella la encontró sumida en su propia tragedia.

Il amore [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora