16 parte 2

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Ignazio y Margarita salieron del salón. Se subieron en la camioneta y partieron. Iban escuchando música tranquila y de cuando en cuando regresaban a mirarse.

– Creo que es temprano para ir a casa – dijo él cuando pasaban por medio de la ciudad.

Margarita asintió con la cabeza.

– Si quieres podemos... – dijeron los dos al mismo tiempo.

– Oh, dime - dijo Ignazio.

– No, no – respondió ella -!– habla tú.

– Debo insistir, señorita –

– Esta bien... decía que si quieres, podemos tomar un trago por aquí cerca –

Ignazio asintió diciendo que justamente propondría lo mismo y que, dado que él no conocía la zona ella le dijera a donde ir. Como ya estaban cansados de bailar solo aspiraban a platicar tomando un trago. Fueron a un pequeño bar casi vacío, se sentaron de frente en una pequeña mesa redonda. Ordenaron un par de cervezas y botanas.

– Siempre he tenido una duda – empezó él – cuando te conocí le reclamabas a un chico por haber dormido... ¿por qué no querías que el pobre hombre durmiera?

Ella se soltó a reír. Ah, eso – contestó – que pena. Era el chico que se encargaba de los animales en la hacienda cuando estábamos en España... creí que seguía dormido aun y cuando ya era tarde...

– ¿Y no? –

– No, solo estaba descansando porque había pasado la noche vigilando el nacimiento de unos becerros – rió – me alteré un poquito...

– Sí – contestó él disimulando una sonrisa – lo noté.

– El punto es que cuando regresé a la hacienda le pedí disculpas... pero desde entonces nos distanciamos –

¿Solo por eso? – preguntó él – es una exageración...

-–¡Sí!, lo sé, pero supongo que herí su orgullo al creerlo irresponsable – le respondió dando un trago a su cerveza – después de todo, no lo deje dormir.

Pues que idiota – respondió Ignazio – yo me sentiría muy afortunado si tú no me dejarás dormir.

Dio un largo trago a la cerveza oscura sobre la mesa. Había dicho aquello con doble intención y, si hubiera estado sobrio jamás lo hubiera hecho, pero en ese momento sus ideas fluían libres. Había notado a lo largo de esa noche que Margarita sentía algo por él y él se había permitido admirarla y aceptar que era muy hermosa, le atraía y le distraía de pensamientos menos agradables, pasear con ella noche tras noche en las caballerizas le daba paz. Le gustaba estar con ella y sus manos eran mucho más suaves que lo que se podía esperar de alguien con vida en el campo. Le gustaba mucho sí, pero, decía él, esos sentimientos distaban mucho de ser amor y además, el amor era una mierda.

Cuando Margarita lo escuchó suplicó porque la luz tenue del bar le ayudará a disimular el tono rojizo de sus mejillas, pero supo que fue inútil cuando sintió el calor en su rostro y la mirada juguetona de Ignazio. No sabía si lo había dicho con la intensión de provocarla, pero lo había conseguido.

Estaban ya bastante ebrios. Por debajo de la mesa ocasionalmente los pies de Ignazio rozaban los de ella. Ella trataba de no mirarlo tanto, pero, siendo él la unica persona en la que podía centrar su atención, además del mesero que de vez en vez llegaba hasta ellos, le resultaba imposible. Le gustaban demasiado sus cejas, el color de sus ojos y la forma casi perfecta de su nariz. A ella Ignazio no solo le gustaba, ya lo quería, pero todavía no era totalmente consciente.

Hora y media después de charla y risas decidieron regresar a la hacienda. Ninguno de los dos estaba en condiciones de manejar así que el agente de seguridad que los seguía tuvo que hacerlo. Llegaron a la hacienda y se fueron caminando hasta dentro tomados del brazo. Él le había ofrecido su brazo y ella lo había tomado. Caminaron de esa forma hasta llegar al final de las escaleras donde tuvieron que despedirse, él le dio un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios. Ignazio la miró directo a los ojos y ella tuvo que hacer un enorme esfuerzo por disimular su suspiro.

Il amore [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora