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Noche buena había llegado. Estaban sentados a la mesa los seis: Anna en la cabecera, Piero de lado derecho, Margarita del izquierdo, Ignazio a lado de ella, después Regina y frente a ella Gianluca. En el centro había bacalao, ensalada de manzana, ponche, pastel de plátano y vino. Bajó el árbol yacían los regalos. La hacienda estaba vacía, salvó por ellos, la gente que estaba a cargo de la atención de los muchachos se habían tomado la tarde libre al igual que los trabajadores, Anna había encargado la cena en un restaurante local, ella se había encargado de todo, pues, a al fin y al cabo, decía, ella era la anfitriona.

Faltaban aún un par de horas para media noche, y ellos reían y hacían bromas sobre lo que les viniera en mente, no sabían si era porque el espíritu navideño había llegado a la hacienda, o era porque en esa mesa (aunque no todos consientes) se respiraba amor, pero eran felices. Los tres extrañaban su hogar, Gianluca fue de los que se puso más sensible al enterarse de que no sería posible estar en casa en estas fechas por las grabaciones, sin embargo, pensaba, poder estar por primera vez con Regina en una noche buena hacía que su pena por estar lejos de su hogar se sintiera menos. Llamó a su casa a penas dieron las cinco de la tarde para recordarle a su familia cuanto los amaba y los extrañaba.

Piero también se había sentido nostálgico de saberse lejos de casa, pero en él, ese sentimiento era mucho menos intenso de lo que era en Gianluca e Ignazio, y era extraño pues, estas fechas en Europa siempre habían sido sus preferidas, sin embargo, algo pasaba, un extraño sentimiento que no había logrado experimentar nunca antes (ni mientras se encontraba trabajando o en giras) se apoderó de él, había logrado sentirse en casa, y no tanto por el hecho de estar viviendo varias semanas en el mismo sitio, no, él sentía que había encontrado su hogar, su propio hogar, no el hogar familiar o el de los abuelos, el suyo propio, había encontrado el hogar al que pertenecía en la persona que tenía a su lado, su hogar no era la hacienda, era ella. Había llegado a esa conclusión esa mañana cuando había despertado muy temprano y se había puesto a escribir un acto para su obra porque había tenido un sueño. Él sabía que en su obra la hechicera tenía que morir atada en la hoguera, y mientras escribía el sonido del fuego, los gritos de la hechicera y el sonido de su propio corazón desolado se dio cuenta de que ya no quería un triste final, él quería que la hechicera viviera, y que se amaran, desean que vivieran felices para siempre, aunque eso significara una eternidad en el infierno para el joven sacerdote. Su musa era Anna y solo deseaba que Anna fuera feliz.
Estaba pensando en reconsiderar su obra y los avances que llevaba, pero por el momento simplemente lo guardaría, una parte de él estaba obsesionada con terminarla y la otra temía estar perdiendo el tiempo escribiendo una ópera que quizá nunca vería la luz, pues, sabía que el publico italiano, católico y conservador, muy probablemente no la aceptaría, porque incluso todo lo que quería y estaba plasmando sobre el pentagrama iba en contra de sus propias creencias y valores morales y religiosos, cuando se desanimaba se consolaba a sí mismo diciendo que era solo una historia, una historia que podría ofender a algunos, pero historia al fin.
Cuando había llamado a su casa aquella tarde su familia se sorprendió, de alguna manera creyeron que lo verían más triste y cabizbajo, justo como estaba ellos mientras lo echaban de menos. Estaban sorprendidos, sí, pero estaban felices de verlo feliz, aunque no tenían remota idea del porqué.

Las semanas anteriores a navidad Margarita había planeado pasar esa noche con sus padres, incluso ya había hablado con Anna para avisarle que pasaría esos días lejos de la hacienda, algunos días antes sus padres la llamaron para hacerle del conocimiento que Rocío los había invitado a estar con ella en España, ellos habían aceptado y, aunque estaba molesta, la idea de seguir más cerca de Ignazio le resultaba muy grata. La noche anterior habían estado juntos, habían hecho el amor, por lo menos ella sí. En su corazón fue consciente al despertar en la mañana de que quizá ese encuentro había sido del tipo casual para él, sin compromisos, quizá solo motivados por el momento o por alguna atracción superflua, ya que era él quien no le había dado indicios de otra cosa más que de atracción física. Y la atracción física no es amor, se repetía ella mentalizandose. Así que cuando despertó, y antes de que él hablara o se sintiera con el compromiso o la obligación de decir algo que no sentía, ella le pidió que mantuvieran ese encuentro en secreto, como algo que solo había sucedido y ya.

Él había accedido a la petición de Margarita, aunque estaba notablemente confundido. Ignazio no era tonto, había notado que ella sentía algo por él pero no se había dado cuenta de qué tanto hasta esa noche, había sido una entrega total, la entrega de una mujer enamorada. Y esa mañana cuando él había despertado y la había visto mirándolo estaba seguro de que ella lo amaba... sin embargo, cuando la escuchó pedirle que lo mantuvieran en secreto y como una relación casual sintió un leve golpe a su orgullo, y luego cuando ella salió rumbo a su habitación la decepción se apoderó de él. Le gustaba de idea de ser amado por ella, y le gustaba mucho más ella. Por eso ahí, sentados lado a lado en el comedor él de vez en cuando buscaba su mano bajo el mantel, se miraban de reojo disfrutando de una complicidad que ninguno de los presente conocía. Él, al igual que sus amigos, llamó a casa apenas dio la media noche en Italia, extrañaba a su familia, aunque los últimos meses hubieran resultado complicados para ambas partes, no dejaba de quererlos y pensarlos como siempre, y una vez que colgó con ellos se dio cuenta de que cierto pensamiento que antes solía ser recurrente había comenzado a abandonarlo, bloquear a Cassandra le había traído demasiada paz y, aunque no lo aceptaba todavía, estaba siendo Margarita quien le estaba llenando el alma de paz.

La cena terminó, estuvieron charlando tranquilamente un par de horas más mientras bebían vino y comían ensaladas y después se despidieron para ir a dormir. Ignazio y Margarita esperaron a que todos subieran y comenzaron a andar despacio por la escalera, él ya no se atrevía a besarla aunque sí quería hacerlo, pues no quería que ella pensará que él solamente buscaba encuentros casuales, solo iban hablando de la cena mientras rozaban sus dedos.

– Feliz navidad – le dijo ella al llegar al final de la escalera.

– Feliz navidad – contestó él.

Ella se acercó para darle un beso en la mejilla y se fue a su habitación. Ignazio se quedo de pie, solo mirándola marchar mientras cobraba consciencia de lo mucho que deseaba besarla de nuevo.
Margarita entró y cerró la puerta conteniendo la respiración. Ella, aunque era una mujer de mundo y que no solía dejarse intimidar tan fácilmente, sentía que Ignazio se estaba volviendo su debilidad. La ponía nerviosa y ansiosa, y haber estado con él solo reafirmaba las ganas que ya de por sí tenía de amar y ser amada y, en el fondo de su corazón sentía que él estaba comenzando a sentir algo por ella. Solo esperaba no equivocarse, porque sería un golpe demasiado duro.

La mañana de navidad estuvo llena de sorpresas, pero no precisamente de las que estaban bajó el árbol.

Anna y Margarita, como si se hubieran puesto de acuerdo, despertaron bastante temprano, la primera se quedó en el despacho enviando correos de confirmación por la salida de una mercancía y la segunda fue a dar un recorrido por las corraletas de las ovejas en donde más de una estaba a punto de parir.

Una vez que Anna terminó de enviar los correos se puso a revisar la correspondencia que había llegado la mañana anterior, de entre todas las notificaciones había una que era de los laboratorios a donde habían enviado las muestras de los cerdos muertos. Ella no sabía leer muchas de las cosas que venían descritas ahí, pero sí podía entender una a la perfección, decía positivo para envenenamiento.

Casi en cuanto Anna terminó de leer la frase anterior Margarita entró al despacho, siete ovejas estaba muertas, cuatro de ellas a punto de parir, estaba sucia, manchada de barro y sangre, se había acercado a ellas con la esperanza de hacer algo pero ya llevaban muertas, por lo menos, seis horas, en ese lapso de tiempo ni siquiera las crías próximas a nacer podrían estar vivas.

Anna no tuvo que hacer ningún esfuerzo para darse cuenta de que esas ovejas, al igual que los cerdos y muy probablemente el caballo, habían sido envenenadas. Dio el papel de los resultados a Margarita y cuando se dirigían afuera sonó el timbre. Como no había ningún trabajador en la hacienda fueron ambas a asomarse, había dos mujeres detrás del portón, ambas con equipaje, una era joven, hermosa y con pinta de extranjera, la otra era María.

Piero se había despertado poco después de que Anna lo hiciera, había estado a punto de ir a buscarla cuando, al mirar en su teléfono vio un número inusual de notificaciones, era de familiares, de Bárbara, del equipo de Il Volo, del equipo de la producción, de amigos cercanos, y, sobre todo, de las fans al rededor del mundo. ¿La causa? Una fotografía.

Il amore [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora