Último | Parte 1

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Un día después de haber terminado la grabación del disco, Ignazio recibió una visita que si bien no esperaba, tampoco le sorprendió demasiado. Cassandra llegó hasta su casa y él abrió la puerta, la mujer en que su momento le había engañado y que tuvo el cinismo de decirle que estaba enamorada de dos hombres a la vez, la mujer que con soberbia y seguridad había ido en su búsqueda a México y que había intentado seducirlo, ya no estaba. En su lugar, estaba una persona que él no lograba reconocer del todo, tenía los ojos hinchados y estaba sin una pizca de maquillaje. En un primer momento él pensó en negarle la entrada, pero la pena que sintió por verla así se lo impidió.

– Adelante – dijo él – haciéndose a un lado de la puerta para darle espacio a entrar.

Ella recorrió con la mirada la casa en la que muchas veces había estado antes y que ahora lucía bastante diferente. Él la invitó a sentarse pero ella hizo un ademán con la cabeza negándose.

– ¿Así que vas a casarte? – le preguntó ella antes de que él pudiera preguntarle a qué había ido a su casa.

– Así es – contestó Ignazio simplemente.

Después de un breve silencio ella dijo: – Por favor no lo hagas – y con voz quebrada añadió: – sé que te fallé, pero si tan solo me perdonaras... pasaría el resto de mi vida compensandolo.

Ignazio la miró. La mujer que él alguna vez amó jamás había demostrado tanta humildad y honestidad en sus palabras como lo estaba haciendo en ese momento. Incluso cuando estuvo en la hacienda había demostrado una altanería que, lejos de atraerlo, le había hecho preguntarse si realmente valía la pena haber amado a una mujer así.

Cassandra – dijo él después de un breve momento – si lo que buscas al venir aquí, es mi perdón... lo tienes. Pero es lo único que puedes obtener de mi ya.

Ello lo miró fijamente, él también. Si la mujer que se presentaba en ese momento ante él hubiera sido la misma que se presentó en la hacienda o que lo buscaba en Italia antes de irse a grabar la serie, seguramente la habría perdonado, porque la llegó a amar tanto que creyó que tendría una vida a su lado. Pero ahora las cosas habían cambiado, verla ante él solo le provocó pena, el amor que alguna vez le tuvo había desaparecido. No era más que un recuerdo.

Cassandra comenzó a llorar. Incapaz de controlar sus emociones. – No puedes decirme que todo lo que una vez hubo entre nosotros desapareció – le dijo.

– Lo que hubo entre nosotros, Cassandra, ya quedó en el pasado... –

– Ignazio, por favor... –

– Margarita y yo tendremos un hijo... –

Cassandra dejó de llorar, impresionada tomó asiento en uno de los sofás. Hasta ese momento Ignazio solo le había contado de la buena nueva a su familia y amigos cercanos.

– Formaremos una familia, porque la amo. – continuó él antes de que ella dijera cualquier cosa.

Cassandra seguía callada. Su mente se había quedado en blanco. – Debo irme – dijo de pronto dándose cuenta de que su presencia ahí ya no tenía caso.

Caminó hacia la salida. – Muchas felicidades – dijo simplemente y se fue.

Ella no podía hacer nada más que lamentarse, pero ¿de qué le servía? Se había dado cuenta demasiado tarde que ciertos errores no merecen perdón.

A Ignazio por su parte, una extraña y liberadora sensación lo embargó. Sintió que por fin había quedado cerrado un ciclo en su vida al que no quería regresar nunca y, por ello estaba absolutamente listo para dar todo de sí a la familia que estaba a punto de formar.

Ya había adecuado la casa para la llegada de Margarita, había mandado a remodelar algunos muebles y, en el jardín, había adecuado una pequeña corraleta para tener, por lo menos un par de borregos, pues recordó lo que le contó acerca de su primera mascota, asi que lo hizo para que ella no se sintiera tan lejos de casa.

Con ayuda de un abogado había arreglado los papeles que le permitirían a Margarita la estancia dentro del país, por lo menos hasta que se casaran. En un principio habían pensado que lo ideal sería tener una pequeña y simple ceremonia de boda antes del nacimiento y de que a ella se le notara demasiado la barriga, pero después, y por sugerencia de ella, decidieron que lo harían después de dar a luz.

Ella por su parte, había a aprovechado sus últimas semanas en México para aprender un poco de italiano, para solventar todos sus pendientes y para disfrutar de su familia, sabía que la extrañaría demasiado, tanto como ellos a ella. A veces, se sentía temerosa de dejar su vida y su país, también de que las cosas con Ignazio no funcionaran como se suponía que debían funcionar, pero rogaba a Dios porque todo saliera bien, porque su bebé naciera sano y porque Ignazio y ella fueran una pareja feliz. Después de todo, deseaba demasiado formar su propia familia a lado del hombre que amaba.

Por fin se llegó el tan esperado jueves para los dos, cuando ella llegó era 17 de marzo por la tarde en Italia. Se vieron y a lo lejos y se reconocieron como parte uno del otro. Ignazio se dirigió a ella con un pequeño ramo de margaritas entre las manos, y la abrazó; los abrazó en realidad, pues enseguida sus manos fueron directo a su vientre, y ella y él conectaron con una sonrisa.
Margarita llevaba en su vientre a su hijo y él se maravillaba cada que se percataba de la realidad.

Se subieron a la camioneta y él manejó directo a la que sería la casa de ambos, iban silenciosos en el camino, disfrutando de su mutua compañía y del paisaje que aparecía ante ellos: el sol pintando con sus últimos rayos a las nubes que se mecían muy lento con el viento y que, a su vez, terminaban donde iniciaba el camino de la carretera. Justo en ese momento ambos estaban iniciando una vida juntos y el nerviosismo al ser concientes de tal acto los dominaba. De vez en cuando regresaban a verse, y se ofrecían medias sonrisas, tímidas y cautelosas.

Por fin llegaron a la casa que Ignazio había preparado para los dos. Ella entró cautelosa y serena, admirando la hermosa estancia frente a sí, él dejó el bolso de mano que ella llevaba sobre el sofá y el resto del equipaje en la camioneta.

– ¿Qué te parece? – le preguntó Ignazio despacio mientras se acercaba a abrazarla por la espalda.

– Es perfecta – contestó ella haciendo un esfuerzo por mantener la compostura ante el abrazo que había recibido.

– Es nuestro hogar – dijo volteandola para tenerla frente a él – y de nuestro bebé.

Se miraron un par de segundo antes de besarse, entregándose a la más hermosa y plena alegría que ambos habían sentido en mucho tiempo. Ignazio la llevó cargando hasta la que sería la alcoba y ahí, hicieron el amor. No había cambio de horario o cansancio por el vuelo que la afectara, Margarita se sentía tan bien que amó y se dejó amar por el hombre más tierno que había conocido jamás.

Il amore [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora