9

218 20 7
                                    

Por la noche, en la comodidad de su habitación Ignazio leía el guion, y trataba de ensayar sus diálogos. Repetía sus frases una y otra vez tratando de encontrar el tono adecuado para cada frase. Demasiado alto, demasiado elocuente, demasiado frío, demasiado rápido, demasiado lento. Su oído no estaba totalmente preparado para decirle lo que estaba bien o lo que estaba mal, sabía cómo mencionaría las cosas si fuera él quien las pronunciara, pero, en esa ocasión no debería sonar como él, sería alguien más quien hablaría a través de él. Puso el libreto a un lado suyo y comenzó a buscar su teléfono, de la nada Margarita llegó a su mente, una leve sonrisa apareció en su cara. ¡Vaya coincidencia! Pensó. Llegarla a encontrar en el país, no una, sino dos veces. Aunque en la segunda ocasión no habían ni siquiera cruzado miradas le parecía algo extraordinario. Tan rápido como el recuerdo de ella llegó a su mente se fue, continuó en la búsqueda de su teléfono para contestar los mensajes a casa.

Piero tenía una libreta frente a sí y un lápiz en sus manos. Dibujaba, había improvisado un pentagrama, las notas fluían casi solas, de pronto no estaba en la habitación de un hotel en Monterrey, estaba en Italia, en el siglo XV, observando a un recién ordenado sacerdote orando frente a un Cristo, suplicándole para que le ayudase a alejar los malos pensamientos que se habían instalado en su mente desde que esa mañana, junto al río, se encontrara con una joven y hermosa mujer, cuyos enormes ojos azules, sentía, le habían robado el alma. El Cristo le devolvía la mirada pero no eliminaba de su corazón un algo que se había activado en él al verla. La música comenzaba a emular a los grillos que cantan en la noche, el murmullo de un pequeño pueblo, el sonido del río que vagamente se escuchaba a lo lejos, los cánticos de la otra capilla y los azotes que, invadido por la culpa y la pena, el joven sacerdote se propinaba. Había terminado. Su mano había dejado de moverse, el sentimiento de satisfacción que sentía al ver aquella pequeña escena plasmada sobre papel no tenía igual, era casi orgásmico. Se metió a dormir a su cama sin pensar en nada más y con una sonrisa en el rostro. Al día siguiente debían levantarse muy temprano para ir al ensayo previo al desfile.

Con el paso de los días la estancia de los chicos en México terminó, habían obtenido más de lo que esperaban el país, pues ninguno de ellos tenían idea de que conseguirían un contrato como el que Netflix les había propuesto. Sabían que sería un gran reto, pero estaban dispuestos a superarlo. Los chicos iban directo a República Dominicana, donde, además de promocionar su música, comenzarían a hacer promoción por las grabaciones que ya estaban en puerta y, de paso, tomarían un fin de semana de descanso en la playa, pues desde que la estrategia en América había comenzado no habían tenido tiempo de darse un respiro real.

Gianluca se había despedido de Regina en la ciudad de México, pues su vuelo había partido de ahí, y, justo antes de darse el último beso éste sacó de su bolsillo un pasaje de ida y vuelta a Dominicana, específicamente para el fin de semana que se tomarían ellos libres. Ella jamás había viajado a la Isla así que le emocionaba en sobre manera pasar un romántico fin de semana juntos. Además, había dicho él a Bárbara cuando la informó, ella le ayudaría a ensayar sus diálogos.

Las semanas siguientes en la hacienda pasaron de lo más normales para Anna y Margarita, ambas se estaban adaptando a una nueva manera de trabajar con el capataz, las dos estaban demasiado acostumbradas a don Diego y su pérdida era algo que no habían superado todavía. Don Julián, a diferencia de don Diego, iniciaba su día mucho más temprano, tanto que Anna no se ajustaba a su ritmo todavía, y siempre llevaba consigo a su hijo, aunque este no percibiera salario alguno. Un día Anna intentó emplearlo para que se hiciera cargo de alimentar a los caballos, pero su padre intervino antes de que el muchacho pudiera pronunciar palabra alguna diciendo que no era necesario, que José Julián estaba a su lado para ayudarle y no podía ser empleado en nada más. El chico le lanzó a su padre una mirada que hizo que ella tuviera escalofríos y sin decir palabra alguna pasó por en medio de ellos para subir al tractor y seguir arando. Anna no volvió a tocar tema alguno del hijo del capataz desde entonces, sin embargo, había algo en esa relación padre e hijo que le hacía sentir incomoda. Y cada vez que se encontraba a solas con José Julián, fuera en la cocina o en los establos, ella sentía en su cuerpo recorrer el mismo escalofrío que aquella primera vez.

Il amore [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora