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Cuando ella dio media vuelta él se quedó ahí, solo mirándola partir, incrédulo de lo que había sucedido y lo que había escuchado, le había tomado tan desprevenido y tan de sorpresa que apenas y acaba de procesarlo. Anna siguió caminando. Y él, con el corazón acelerado, un nudo en el estómago y la mente trabajando a mil por hora tuvo un primer impulso de detenerla, avanzó un par de pasos pero se contuvo; esta vez había sido ella quien estaba poniendo fin, era ella quien no quería seguir... aun así, algo dentro suyo le suplicaba que fuera tras ella y él a su vez rogaba en su mente porque la chica se diera media vuelta de nuevo, porque le regalara una mirada, rogaba por una mínima señal, porque se detuviera o por lo que fuera. Lo que sea para que él pudiera ir tras ella sin sentir que estaba perdiendo su dignidad otra vez. Porque en su mente, en ese momento, la única razón por la que Anna había decidido terminar con él era porque no lo amaba lo suficiente... sin embargo nada sucedió. Ella llegó hasta la casa, entró y cerró la puerta tras de sí.

Él no se dio cuenta cuando salió de la casa de Margarita ni cuando subió al auto que lo llevaría de regreso al hotel. Su mente divago muy lejos hasta que la melodía de una canción (que el chofer había puesto para congraciarse con el artista) comenzó a sonar atrayendo su atención. Miró hacia adelante y se encontró con los ojos del hombre que le regalaba una sonrisa a través del espejo retrovisor.

"Es como si faltara el aire lejos de ti..."

Piero fue incapaz de regresarle el gesto. No pudo sonreír.

"... y el silencio fuera una agonía"

Se sumió en su asiento, tratando inútilmente de disipar el nudo que se formaba en su garganta.

"¿Quién dijo que amar sería un mundo de alegría?"

Miró a través de la ventana, al cielo, a la ciudad, a la gente, todos ajenos al remolino de sentimientos que había en su interior, a la decepción y a la desesperanza.

"... tan esplendida, mi luz, mi cómplice..."

Anna. Él sintió la tristeza invadirlo, la canción lo torturaba, la melodía hacía añicos a su ya destrozado corazón. El tiempo había dejado tener sentido. Las noches que paso en la hacienda se habían instalado en su cabeza y no había poder humano que pudiera disipar esos recuerdos y más aún porque algo dentro de él le decía que jamás volverían a ocurrir.

"Yo no sé vivir sin ti... sin ti"

Cuando la canción terminó tuvo que reincorporarse en su asiento para disimular el par de lagrimás que había sido incapaz de contener. Llegaron al hotel y sus pies lo guiaron directo a su habitación. Era como si todo el mundo y los problemas que lo rodeaban hubieran desaparecido, solo era él, la rabia y su corazón roto.

Estaba a punto de anochecer cuando Anna tomó un vuelo directo a casa. Después de casi treinta y seis horas despierta, prácticamente en el momento en que el avión despegó, ella se quedó dormida. Estaba demasiado agotada, hablar con Piero, arreglar sus cosas, reservar el vuelo, despedirse de la familia e irse al aeropuerto le habían impedido pensar demasiado en lo que había ocurrido durante la mañana, y, hasta antes de quedarse súpita en su asiento, estaba convencida de que había hecho lo correcto y que por el bien de Piero debía alejarse de él, tal y como lo había estado meditando todo la noche anterior mientras miraba las interminables redes sociales, estaba tranquila y serena. Cuando llegó tomó un taxi que la llevo directo a la hacienda, el camino se le hizo largo y pesado, y entonces se encontró a sí misma en la imponente hacienda que únicamente tenía una luz encendida en la habitación que antes había sido de su padre, a pesar que de una ligera sensación de molestia la embargó al saber que María la estaba utilizando, agradeció el hecho de no encontrarse totalmente sola en el lugar. Abrió el portón y caminó directo a la entrada, la estancia se encontraba totalmente a oscuras, no quiso encender las luces así que se guió únicamente con la luz de su celular, entró a su habitación y al caer sobre su cama miró su teléfono con la esperanza de tener un llamada o un mensaje de Piero y entonces cayó en cuenta de lo que había hecho. Piero ya no llamaría más.

La realidad la golpeó. Él ya no estaba en su vida y ella había sido la responsable. Se sintió miserable, y arrepentida deseó por un momento regresar el tiempo, pero, algo en ella le repetía que había hecho bien, que a su vida ella solo le había llevado mala suerte. Y ya no podía hacer nada, ya no quería hacer nada. Debía ser fuerte y evitar la tentación de llamarlo o de escribirle. El agotamiento terminó por vencerla unos minutos después.

A la mañana siguiente se encontró a sí misma siendo incapaz de levantarse de su habitación. No quería aceptar su nueva realidad. De nuevo se sentía sola, de todas las maneras en las que una persona puede experimentar la soledad. Y ella odiaba la soledad. No importaba cuanto tiempo transcurriera ni cuantos años tuviera, ese miedo la acompañaría para siempre. Aun envuelta en sus sabanas comenzó a llorar, había inventado mil excusas para sus lágrimas, pero la realidad era solo una: Piero Barone.

De nada le servía sentirse estúpida por su manera de proceder. De nada le servía arrepentirse.

Creía firmemente en todo lo que le había dicho a Piero al romper, y, a pesar de que estaba convencida de que todo era por el bien de él; la sensación de ese último beso, de su aroma, del sonido de su risa y del estruendo de su pecho estaban con ella en ese momento, demasiado frescos, tan frescos como la mirada de incomprensión en su rostro, como sus manos intentando agárrala, como el timbre de su voz cuando lo escuchó hacerle aquella última pregunta... el amor que ella sentía por él estaba a flor de piel, pero debía aceptar que ya no estaba él.

Il amore [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora