—Jahiel—
—Sabes por que estoy aquí—dijo el joven frente a él.
—Desearía que no fuera así, pero ya te lo había advertido, tarde o temprano te mandarían por mi cabeza— dijo Khronth tratando de sonreír.
—Esto no tiene que ser así, sólo entregalos y tal vez el rey te deje vivir—
—Ambos sabemos que eso no sucederá, mi deber me obliga a protegerlos y a ti te obligan a cumplir tu deber— Khronth sonrió —debes acabar con los traidores—
—Sabes que yo...—
—Lo se, tu no mereces pasar por esto, pero a veces nos toca sufrir—
—No tengo opción—
—Lo se, ¿sabes que es lo que más lamento?— Khronth lo miro fijamente —que matarás por primera vez teniendo sólo 15 años—
—No tengo opción, lo lamento—dijo desenfundando una espada más grande de lo normal y de un brillante color negro.
—Tranquilo, lo entiendo—
En el bosque se escuchaba el resonar del acero chocando, mientras que Kate y Dilan se alejaban cada vez más, hasta que el silencio sólo fue interrumpido por sus pasos. No se detuvieron hasta llegar al lugar en el que se esconderían, era la primer parada antes de llegar a la zona segura.
Khronth estaba asombrado y no podía evitar sentirse orgulloso del que alguna vez fue su alumno. La vida había sido injusta con él, había vivido 15 años de desprecio pero había logrado convertirse en el espadachín más hábil que nunca se había visto.
Desde que comenzó el combate el ganador estaba decidido, ambos lo sabían. Khronth no pudo prever ningún ataque, a penas y lograba defenderse. De algún modo no se sorprendió cuando aquella pesada espada le atravesó el pecho, él sabía que todo terminaría así. Cayó de rodillas y su alumno frente a él. La sangre comenzaba a correr por sus labios y las lágrimas por los ojos tan tristes de aquel joven.
—Yo no quería—sollozaba Jahiel, Khronth le puso una mano en el hombro con sus ultimas fuerzas.
—Estoy orgulloso de ti— le sonrió como pudo —No tienes que ser lo que no quieres, se que hoy no tenías opción, pero cuando veas la oportunidad de salir tomala— ya no podía respirar —mereces ser feliz— Khronth cayó al suelo, sin fuerzas, sin vida.
Un grito desgarrador resonó en el bosque, el grito de alguien que había sido obligado a acabar con el único hombre que había confiado en él.
Jahiel tomo su espada y se alejó entre lágrimas, dándole interiormente las gracias a su mentor y disculpándose por no ser lo suficientemente fuerte para desobedecer una orden.
Lejos de ahí, Kate lloraba desconsoladamente mientras Dilan la abrazaba dejando correr las lágrimas en silencio. Ambos sabían que Khronth no volvería, al igual que su padre.
Esa noche, tres chicos perdieron a aquel que les había brindado un hogar.
Kate y Dilan perdieron la noción del tiempo a causa del dolor, y al darse cuenta el sol ya salía por el horizonte brindando un nuevo amanecer. Dilan se puso de pie dispuesto a seguir el camino pero Kate se quedó mirando fijamente la ruta por la que habían venido, parecía que estaba a punto de correr en aquella dirección. Pero sólo murmuró un "gracias" entre lágrimas y se dirigió a su hermano.
—Debemos seguir— dijo ella aún con lágrimas en los ojos. Dilan se acercó y con sus pulgares le limpio las lágrimas.
—Te prometo que yo siempre estaré a tu lado, nunca te dejaré sola—
—Lo se— Retomaron su camino y siguieron en busca de aquel lugar en el que estarían seguros. Siguieron al pie de la letra el mapa y las indicaciones que les había dejado Khronth.
Esa misma noche llegaron a un pequeño pueblo perdido entre las montañas, en la entrada se encontraba un señor mayor apreciando el cielo.
—Buenas tardes, disculpe buscamos a Keneth— hablo Dilan, las indicaciones de Khronth decían que ahí encontrarían ayuda de un viejo amigo.
—Yo soy a quien buscan, pero me gustaría saber para que— dijo el anciano.
—Mi nombre es Dilan, ella es mi hermana Kate. Venimos de parte de Khronth—
—Vaya que han crecido, ¿y donde está ese malagradecido que los mandó solos?— no fue necesaria una respuesta, la cara de ambos jóvenes lo explico todo —entiendo, así que finalmente se encontró con su destino— puso sus manos en los hombros de ellos —aquí están a salvó— esas simples palabras supusieron un enorme alivio para ambos.
Keneth les mostró el pueblo y toda la gente que en el vivía los recibió con verdadera alegría. Por un momento recuperaron las esperanzas. Cenaron y descansaron, Keneth les dijo que por la mañana les mostraría el lugar que Khronth había preparado para ellos.
Esa misma noche, a varios kilómetros de distancia, un joven con un vacío en su interior se dirigía ante el rey para dar el informe de su misión. "General de la Guardia Real Jahiel" fue presentado.
—¿Cumpliste?— dijo el Rey con claro desprecio.
—Si su majestad, aquí está la cabeza del traidor— dijo el joven mostrando una bolsa que sostenía en la mano. El rey dio la orden a uno de sus sirvientes de que le acercara aquel presente, por que para el rey la muerte de sus enemigos era de los mejores regalos.
—Excelente, mañana por la mañana la exhibiremos en una pica, el pueblo debe ver lo que sucede con los traidores— dijo el Rey, luego bajó del trono y se acercó a Jahiel —después de todo no fue mala idea darte ese puesto, al fin sirves de algo—
—Gracias padre— fue muy tarde cuando Jahiel reaccionó a lo que dijo, la mano del rey ya se había impactado en su rostro con tal fuerza que lo hizo caer.
—Te lo perdonaré esta vez por tu buen trabajo, pero cuidate de volver a pronunciar esa palabra. Deberías agradecer con silencio que te di oportunidades que un bastardo no podría tener— le susurró el rey —no quieres que tu madre pague por tus errores ¿o si?—
—Lo siento su majestad, esto no se repetirá nuevamente— Jahiel hizo una reverencia y se retiró.
Momentos más tarde estaba de pie en un balcón observando como lo que quedaba del que había sido su mentor, su amigo, era preparado para exhibir un crimen y una humillación que no merecía.
—Lo siento— susurraron a su espalda.
—Si te ven conmigo no será agradable el castigo— dijo Jahiel sin girarse.
—Solo quería que supieras que lo lamento, se lo importante que el era para ti. No puedo imaginar lo que estás pasando pero...—
—Claro que no puedes imaginarlo— interrumpió furioso Jahiel — un príncipe no tiene que matar a nadie, para eso estamos la gente como yo—
—Yo... Lo siento—
—Solo largate— Jahiel era consciente del daño de sus palabras, pero no quería ver a nadie ni siquiera a su hermano.
Cuando escucho los pasos alejarse cedió a las lágrimas una vez más. Y esa noche, ante las estrellas, se prometió que un día sería lo suficientemente fuerte para salir de ahí y ser libre.
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Sangre de Reyes
AventuraKate y Dilan creían tener una vida normal con su padre, pero todo cambio el día que pidieron ir a la capital del reino. Ese día su destino se desencadenó trayéndoles sufrimiento y desesperación, hasta que una luz apareció, tuvieron un nuevo hogar q...