Capítulo Cuarenta y Dos: Secretos
Dejó las bolsas en la encimera mientras no le quitaba la mirada a la rubia. La verdad es que había caído rendida y el, abrumado por tenerla allí, no pudo conciliar el sueño. Por ello había decidido ir al super para prepararle la cena a su chica, que seguro se levantaría hambrienta. Ciertamente también debía admitir que no había podido dormir por la preocupación que albergaba su pecho al no saber cómo transcurriría el siguiente día.
Suspiró y se quitó el saco que llevaba. En el pequeño piso en el que habitaba siempre hacía un calor insoportable. Él pensaba que se debía al espacio, además que su edificio estaba rodeado de otros más...
Estaba listo para comenzar a cocinar cuando, abruptamente, se escuchó un golpe en la puerta.
—¡Axel! — gritaron. —Ya llegueee — Era Megan.
De inmediato el rubio miró hacía la cama para ver si Sky se había despertado, pero solo la vio removerse. Se apresuró a abrir la puerta y a tapar con una de sus manos la boca de su amiga que frunció el ceño ante el gesto de su amigo.
—Mierda, Meg. — Masculló por lo bajo. —No grites, te lo he dicho. — Le recordó el chico.
La pelinegra se removió y quitó la mano de Axel.
—Ya sabes que no lo controlo. — Le dijo. — ¿Por qué cojones sigo afuera? — Preguntó al ver como el rubio se mantenía estático con la puerta entre cerrada. No podía mirar hacía adentro. —No me digas que estabas follando con alguien. — Abrió los ojos sorprendida. — ¡Estabas engañando a la rubiecita! — Volvió a subir.
—Shh, ya te dije que bajes la voz. — Insistió. — ¿Cómo se te ocurre que la voy a engañar? — Dijo indignado. — Lo que pasa es que, precisamente Sky, llegó de sorpresa y justo en este momento está dormida. —Le explicó.
Megan se quedó sorprendida.
—¿Cómo así? ¿La niña fresa está aquí? — Preguntó asombrada.
Axel asintió.
—¿Pero no era que no querías que estuviese aquí? — Preguntó su amiga confundida.
—Y no quiero, pero no me avisó, cuando llegué del gimnasio estaba aquí afuera esperándome. — Explicó.
Megan soltó el aire y se cruzó de brazos con preocupación.
—¿Y ahora que harás? — Preguntó ella.
Esa era la pregunta que se estaba haciendo desde que la vio aquí.
—No tengo idea. No es que no me guste tenerla aquí, porque solo Dios sabe cuanto la necesitaba, pero ya sabes lo que pienso. Es peligroso. —Suspiró apoyándose en el marco de la puerta.
Su amiga lo miró atenta.
—¿Ella sabe algo? — Preguntó la pelinegra.
Negó.
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MI RUBIA
RomanceÉl había prometido que no se metería con chicas rubias... pero luego la vio a ella. ESTA OBRA ES COMPLETAMENTE MÍA. QUEDA PROHIBIDA LA COPIA Y LAS ADAPTACIONES A ELLA.