Capítulo Cuarenta: Cruda realidad

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Capítulo Cuarenta: Cruda realidad

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Capítulo Cuarenta: Cruda realidad

Se quitó la pequeña banda que cubría los dos puntos que se posaban encima de su ceja derecha. Hizo una mueca, pues le dolió despegársela y que la piel lastimada se le estirara de aquella forma. No era nada del otro mundo, solo una herida que, a pesar de que no le había significado dolor al momento del golpe, había necesitado suturas, solo dos pequeños puntos.

Realmente no había sido durante una de las peleas que tenía para entrenar. Estaba llegando a la casa cuando ese imbécil lo rodeo con sus dos amigos. A Pablo no le tenía miedo, tampoco a sus dos lame culos que lo seguían como si se tratara de una mujer.

—Ya te agarraré con las defensas bajas. — dijo para si mismo.

Se quitó la camisa y la dejó en el pequeño cesto de ropa que había tenido que comprar, si bien era cierto que su cuarto parecía la celda de una cárcel, se las había apañado para lograr que todo se mantuviera en el orden que a el tanto le gustaba.

Se sentó en la cama y lanzó un suspiro, de repente sus ojos se enfocaron en la pequeña mesada de aquel lugar, allí estaban las bolsas con el polvo blanco al que ya estaba acostumbrado a ver y oler, por todo lado. Cocaína. Siempre había tenido claro que el mundo de las drogas era muy difícil, entrar era muy fácil, pero salir...

—Maldita sea, Megan. — gruñó recordando el momento en el que le encontró aquellos paquetes en uno de sus sacos. Era como la tercera vez que le quitaba la droga.

Megan era su amiga. Fue una de las pocas personas que lo había ayudado cuando llegó a la ciudad, lo ayudo a ubicarse y moverse; le había hecho compañía en varias ocasiones y eso lo ayudaba a no sentirse tan solo. Solo que tenía un problema: era drogadicta. Había tenido una vida muy difícil, como la mayoría de las personas con las que se veía relacionado ahora...

Una razón más para detestar a Pablo. La obligó a consumir, pues a pesar de su vida, no había caído en las drogas, pero desde que se metió con él imbécil comenzó a consumir. Afortunadamente ya no estaban juntos, pero el cariño entre ambos sigue ahí, solo que Megan sí trata de superarlo, porque Pablo pareciera tener un amor enfermizo hacía la chica y eso no le gustaba para nada.

—¡Axel! — golpearon la puerta haciéndolo saltar. — ¡Abre maldita sea!

El chico se apresuró a abrir antes de que alguno de sus vecinos volviera a molestarse por los incesantes gritos de su amiga. Lo primero que recibió fue un empujón que lo hizo retroceder levemente. La pelinegra lo fulminó con la mirada antes de entrar y cerrar la puerta con un golpe.

—¿Dónde están? — dijo enojada. — ¡Me las quitaste de nuevo! — le reclamó volviendo a golpearle el pecho.

El rubio volteó los ojos.

—Sí, te las quité, y lo haré todas las veces que sean necesarias hasta que dejes de meterte tanta porquería. — Le respondió simple.

Megan abrió la boca enojada.

MI RUBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora