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OLIVIA

No vuelvo a beber teniendo que trabajar al día siguiente. Está claro que ayer no estaba cuerda del todo, pensando en todas las cosas que hice. Me dan ganas de pegarme a mí misma, por ser tan estúpida, ridícula e incoherente.

El recuerdo de Alex y yo en su cama, de mí confesándole que me gusta y de la forma en la que me rechazó inunda mi mente. Ridícula, estúpida, patética, ni siquiera hay un adjetivo lo suficientemente válido como para describirme ahora mismo.

En estos momentos quiero desaparecer, y para colmo, mi jefe me ha mandado un mensaje en el que me informa que no hace falta que vaya hoy a la empresa, sino que puedo trabajar desde casa, justo lo último que quería hacer, quedarme aquí y tener que ver a Alex, después de mi patético intento de declaración.

No escucho ruidos en el salón, así que imagino que sigue durmiendo, lo que es un gran alivio, porque sin alcohol en el cuerpo no creo poder soportar su presencia, no hasta que pasen al menos dos años.

Voy a la cocina y decido hacer unas tortitas con sirope. Es lo más rápido y lo más rico. Tardo media hora en hacerlas, guardo algunas para Alex y voy al salón para desayunar cuando escucho unos golpes fuertes en la puerta. Dejo las tortitas en el microondas para que no se enfríen y voy a abrir.

Encuentro a dos personas mayores detrás de la puerta. Un hombre de pelo castaño y ojos marrones, bastante delgado y alto, me mira con una expresión en el rostro que me indica que no parece estar muy contento de estar aquí, en cambio, la mujer que está a su lado tiene una sonrisa de oreja a oreja, su pelo es moreno y sus ojos son de un color azul oscuro, ella tiene unos rasgos faciales que se me hacen familiares, pero no consigo descubrir el motivo.

–Hola, ¿puedo ayudarlos en algo?

–¿Está aquí Alex? –pregunta ella, sin perder la sonrisa de su rostro

–Eh... Sí.

–¿Vives con él? ¿Eres su novia?

–Soy su compañera de piso.

–Ah.

–No me extraña que se haya buscado una chica, en lugar de un chico. Está claro que tu hijo no quiere perder el tiempo –abro mis ojos como platos y miro al hombre, sin saber qué contestar. ¿Qué demonios...?

–Jacob, cállate. Hemos venido a hacer las paces, por favor –la mujer me mira, suspirando, antes de sonreír de nuevo–. ¿Podemos pasar?

–Supongo que... Sí... –el apartamento no es mío como para impedir a los padres de Alex que entren.

Me echo a un lado para que pasen, y dejo que se acomoden mientras voy a buscar a Alex, que ahora se está dando una ducha, para avisarle de que han venido sus padres. Al entrar, lo encuentro con toda su anatomía al aire, aparto la vista rápidamente, sintiendo un rubor en mis mejillas. ¿Por qué siempre tengo que pillarlo desnudo?

– Si querías verme desnudo solo tenías que pedírmelo, cielo, no hacía falta que entraras a traición mientras me ducho.

–Han venido... Tus padres –la cara de Alex se descompone, su rostro se vuelve pálido en cuestión de segundos.

–Dime que no los has dejado pasar.

–Eh... Sí –Alex suspira, poniéndose una mano en la frente y la otra en la cintura.

–¿Y para qué coño los dejas pasar?

–No sé... ¿Porque son tus padres?

–Bueno, pues ve allí y diles que no estoy –me empuja hacia la puerta y me echa del baño. Antes de que cierre la puerta, hablo.

– Ya les he dicho que sí estás.

–Joder, Olivia.

–Oye, lo siento, ¿vale? No quería ser maleducada al echarlos del apartamento.

–Pues que se hubiesen quedado en su maldita casa, ve allí y diles que no quiero verlos.

–¿No decías que podrían esforzarse por venir y pedirte disculpas en lugar de ir tú a su casa? Lo han hecho, ahora ve allí y compórtate como un hombre.

–No quería que lo hicieran, llevo años sin verlos, ¿por qué tienen que venir ahora? Me echarán en cara muchas cosas, y seguramente se quedarán aquí unos días, joder –se pasa las manos por el pelo mojado y vuelve a suspirar–. Me largo –se pone rápidamente los bóxers, seguido de los pantalones.

–¿A dónde vas?

–No lo sé, me tomaré una semana de vacaciones. Me voy a donde sea, tengo dinero suficiente como para pagar un hotel.

–Ni se te ocurra dejarme sola con tus padres. Alex, han venido de intento aquí para hacer las paces contigo, por favor, no seas cobarde.

–Odio a ese capullo.

–Y tendrás razones para hacerlo, pero no hagas que tengan más motivos para echarte cosas a la cara.

–Solo si tú estás conmigo.

–Ni de coña, tengo que empezar a trabajar en quince minutos.

–Encima tengo que hacer esto solo –pone los ojos en blanco–. Me debes una muy gorda, porque no pienso perdonarte el que hayas dejado entrar a esos dos.

–No te debo una mierda –suspira, tratando de tranquilizarse. Niega con la cabeza, y me abraza, dejándome perpleja.

–Perdona, no ha sido tu culpa y la estoy pagando contigo. Perdona.

–Estaré en la habitación, si necesitas algo solo tienes que llamarme.

–Lo sé.

Alex suspira y me da un beso en la frente. Me sorprende la calma con la que está afrontando esta situación, si se lleva tan mal con sus padres, yo no sería capaz de estar tranquila, al contrario, estaría bastante jodida, o tal vez es que Alex sabe disimular muy bien lo que siente, tal vez no quiere hacerme sentir más culpable de lo que ya me siento por haber dejado entrar a sus padres, sabiendo lo mal que se lleva con ellos.

Se pone una camiseta y sale del baño, respirando hondo un par de veces antes de ir al salón. No escucho a nadie hablando, solo un silencio muy incómodo, apuesto a que ninguno de los tres es capaz de pronunciar la primera palabra. Me estoy planteando tomarme el día libre para acompañar a Alex, pero algo me dice que necesita estar a solas con sus padres, tienen que solucionar sus problemas por ellos mismos, yo no pinto nada allí y menos después de la charla nocturna que tuvimos ayer.

Voy hacia la cocina, con la excusa de beber agua y coger las tortitas que he hecho para desayunar, aunque en realidad se me ha pasado el hambre y voy para saber lo que está pasando. Soy una persona muy cotilla, lo admito, pero eso se debe a que desde que era pequeña, mi hermano tenía la tendencia de espiar la vida de los vecinos desde el jardín trasero de nuestra casa. Buenos tiempos, mis vecinos estaban locos y ver lo que hacían era más divertido que ver los dibujos en la televisión.

–¿Tienes algo de alcohol? –pregunta Jacob. Alex aprieta la mandíbula y los puños, hasta que sus nudillos se vuelven blancos. La mujer mira a su marido con cara de pocos amigos.

Esto no va a acabar nada bien.

Cuando bebo agua, voy hacia la habitación, y al pasar por el lado de Alex, le acaricio el brazo disimuladamente. Puedo notar como se relaja ante mi tacto, me mira de reojo y me dedica una media sonrisa, que le devuelvo con gusto.

Puede decir que no le gusto, pero sé que hace cosas conmigo que no ha hecho con ninguna otra chica.

Como Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora