Capítulo VIII

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Viernes 13, marzo

Cat


—¿A ti se te zafó un tornillo o qué? Vale, sí los tienes todos muy aflojados, pero no es para tanto.

—¡Sólo piénsalo! Le decimos a Jesse que traiga una escalerita y ya está. Y si no puede, bajamos colgadas de los barrotes y nos carga por las piernas. Obviamente todo tendrá que ser muy silencioso o de lo contrario nos vamos a joder.

Las ideas descabelladas no le salen así nada más. Debe ser su ataque de cólera.

—No, Anto. No le causamos esos problemas a mi papá. Ya sabes...

—Parece que eso va a cambiar ¿No lo escuchaste? Quiere que nos vayamos y lo dejemos en paz. ¿Y adivina qué? Eso es exactamente lo que haremos.

—Vaya, qué obediente. -le respondo poniendo los ojos en blanco.

—Siempre hemos sido obedientes y buenas con él ¿Y ahora defiende a Martha? -dice abriendo los brazos. Anto tiene razón, pero no puedo creer que vaya a permitir esta huevada.

—Simplemente vayamos a divertirnos mientras él se queda en su maldita oficina defendiendo a la loca.

—Ok hagámoslo, tú ganas. -Voy por mi bata de baño y ella celebra.

Mientras Antonella se está duchando, le escribo a Jesse para contarle de nuestro macabro plan. Obviamente no pensamos perdernos esa primera fiesta, además no hay tareas de las cuales ocuparse por ahora. Después de varios intentos y de todo el desorden que hicimos en mi cuarto, me decidí por unos pantalones blancos ajustados y una blusa azul marino de tirantes que me hacía ver el busto más grande de lo que ya es. Demonios. Al menos Anto no me dijo nada por usar mis converse. Ella sale al balcón y mira a su alrededor para saber si no hay nadie.

—Cálmate. Aún quedan quince minutos para que vengan.

—Jesse me dijo que un amigo suyo tiene carro y él nos llevará.

—Qué emoción. Me encanta subir a autos con desconocidos. -digo mientras me coloco la chaqueta blanca encima del hombro.

Antes de que Jesse nos de la señal para ir al balcón, dejo las habitaciones con llave mientras Anto termina de arreglarse en mi habitación. Al parecer se tomó su rebeldía muy en serio porque su outfit es de "chica mala". Lleva pantalones negros rasgados en los muslos y rodillas; botines negros y una blusa color borgoña.

—Me recuerdas a Grease. La tía Martha te ve y se desmaya.

—La tía Martha me la chupa. -dice mientras se pone su labial rojo mate.

Anto se cuelga su cartera al hombro. Se la regalé yo en navidad, la escogí por la cadena plateada.

—Cat ¿Segura que no quieres ni un poco de maquillaje?

—De acuerdo, pero que sea rápido. No tardarán más de 10 minutos.

Finalmente Jesse comienza a hacer ruidos desde su ventana mientras Nicolás enciende y apaga las luces de manera frenética. Cuando les dije que nos manden una señal para salir al balcón, me estaba refiriendo a un mensaje de texto o una llamada telefónica. No a esto ¡Estamos en el siglo veintiuno!

—¡Qué idiotas! -Anto se parte de risa mientras los llama por teléfono. Salimos al balcón cuando ellos ya estaban abajo esperándonos. Menos mal esta altura no pasa de los tres metros, no me puedo acobardar por esto. Ahora que lo pienso, no debí ponerme pantalones blancos.

—Hola -digo susurrando- ¿Cómo hacemos?

—Solo da la vuelta y cuelga, acá te agarramos.

Nunca he hecho esto, me parece una locura a pesar de que para ellos no sea la gran cosa. Nicolás me carga de los muslos para bajarme, sentí que el momento fue eterno. Una vez abajo me arreglé la blusa y los pantalones con torpeza.

—Vamos, mi pata está a la vuelta. -nos dice Nico y camina delante de nosotros.

A lo lejos vemos una camioneta negra último modelo ¿Qué acaso su amigo es traficante? se ve llamativa. Si fuese una cazafortunas, hace rato ese carro sería mío.

—Esto será épico -dice Anto, agarrándome del brazo. Se ha dado cuenta de mi cara de preocupación.

—Así que...se escaparon de su viejo -nos dice Jesse

—Sí, fue más sencillo de lo que pensé. Dejamos los cuartos con llave. Nada más espero que no se de cuenta de que no estamos. -digo y acelero el paso por si mi padre decide salir de casa.

—Todo estará bien, las traeremos antes de las tres de la mañana. -responde, como si el hecho de escapar de casa fuese cosa es todos los días.

—Tranquilo, después del segundo trago se le va a pasar. -se ríe Anto

Las tres de la mañana no es un mal horario para llegar. A esa hora mi padre está profundamente dormido y es menos probable de que nos oiga entrar. Llegamos a la camioneta negra que estaba esperándonos en la esquina y se baja la ventana polarizada del conductor.

—¿Ya estamos? - dice el sujeto de la camioneta

—Chicas, les presento a Joan. -nos dice Nicolás. 

Solo un Juego de NiñasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora