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Isabella:

—¿Tú crees que tengo una obsesión con el trabajo?.—Le pregunto a mi novio, mientras decoro la mesa con los platillos.

Ben pone los ojos en mí luego de colocar mi ensalada de carne en la mesa.

—Se honesto, por favor.

Apoya ambas manos sobre una de las sillas.

—Creo que todos tenemos una obsesión con el trabajo.—Dice con una sonrisa.

—Eso no responde mi pregunta, Ben.

Él sonríe, rodea la mesa y llega hasta mí, sus manos se ubican en mis caderas.—Hablo en serio, yo me obsesiono cada quincena cuando debo declarar impuesto.

—¿Qué tu no los firmas no más?.—Arqueo una ceja.

Ben encoge los hombros.—Yo los firmo, pero la responsabilidad cae sobre mi si hay algún error.

—Pero para eso están las personas antes que tú. ¿Entonces te estresas después? No es lo mismo, Ben.

—No hablemos de eso ¿Si?

Me besa la mandíbula, llega a mi cuello y mis ojos se cierran.

Tengo ganas.

—¿A qué hora crees que lleguen tus padres?.—Un gemido se me escapa en la última palabra.

Sus besos continua y su mano abre el botón de mi blusa, me la he pasado planchando, hacer que se viera sin ninguna arruga para que el y sus dedos traviesos terminen por arrugarla.

Me besa en la boca, con fuerza y sus manos van a mis muslos, una de ellas ingresa por mi falda, su tacto frota por encima de las bragas y yo gimo excitada.

—Ben... tus padres.

—En camino, pero oír que hay tráfico.

Me rio y me sujeto de su cuello.

Ambos nos miramos.

—No espera.

Rompe el beso y aparta los labios, sus ojos de deseos, me miran.

—Necesito que esto funcione... ¿De acuerdo?

Ben suspira, me examina despacio.

—Te ves bien.—Me asegura, coge mi rostro y su pulgar acaricia mi mejilla.—Te ves muy bien y muy caliente con esa falda.

Me rio.

—Aunque no hace falta que cambies tu ropa solo para agradecerles.

—Solo la planche.

—No he visto esta falda elegante hace meses, no me quejo, pero es raro.

Suspiro.

—Mis padres tardaran.. ¿Por qué no subimos un rato y...?

Tocan el timbre.

—Mierda.

—¿Decías?

—Digo que hubiera preferido decirles una hora más tarde.

Lo beso y bajo las manos sobre su pecho, lo empujo despacio.—Ve a abrir. En la noche seguimos.

—Conste que lo has dicho tú, Isa.

—Lo sé.

Ben se dirige a la puerta, antes de abrir me sonríe, intento devolversela, aunque sienta todo lo contrario, permanezco en silencio, logrando que mi sonrisa poco a poco se borre y no estoy segura de sentirme cómoda una vez que ya han entrado y no dejan de abrazar a su hijo.

En la piel de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora