Respiré profundamente. Libertad después de todas esas horas de vuelo. Nunca me acostumbraría lo suficiente a un viaje de avión. No había nada más tedioso ni más aburrido que estar más de siete horas encerrado con las mismas personas y esos niños llorando a todas horas. ¿A quién se le ocurría llevarlos a lugares tan alejados? Si tuviese algún hijo ni se me ocurriría, bueno, tampoco es como si existiese la posibilidad. Sabía cómo cuidarme de todas esas cosas.
— ¿Señor Maicron? —preguntó mi compañero ideal, aquel que había estado conmigo en todas mis aventuras y desventuras, Carl.
Llevaba conociendo a Carl exactamente quince años. Durante ese tiempo había viajado a todas partes conmigo. Él había consagrado su vida a su trabajo y yo se lo agradecía con buenas dosis de dinero. Cuando uno es millonario hay que saber rodearse de las personas adecuadas, nunca se sabe en qué momentos pueden llegar a vender trapos sucios porque no hay nadie que pueda librarse de tener algunos de ellos.
— ¿Todo listo?
Asintió y le seguí después de que cogiese mi maleta. Había optado por tener un perfil bajo a la hora de llegar a Nueva Orleans. No tenía demasiadas ganas de hacerlo, pero después de lo ocurrido hacía un par de semanas, no sería demasiado ético ir derrochando el dinero de mi progenitor. Cornelius Maicron no era nada más y nada menos que uno de los miembros de la conocidísima estirpe con su apellido. Un hombre intachable y que había fallecido, por suerte, medio mes antes. ¡Bendita liberación! Algo que no podía decir en voz alta, ni mucho menos, pero que estaba más que dispuesto a demostrar en la intimidad tantas veces como me fuese posible.
Sí, era la oveja negra de toda mi intachable familia. El típico que no vivía por dinero ni para crear dinero, que lo creaba como consecuencia, sí, pero que disfrutaba de la vida lo que muchos de esos gandules no habían sabido hacer desde varias generaciones atrás. Tenía mi fama, mi mala fama, pero los rumores no eran nada más que otra forma de ganarme relevancia fuese donde fuese y hablasen mal o bien de mí, tenía la suerte de ser un hombre. Era consciente que en mi situación cualquier mujer hubiese sido mirada por encima del hombro, pero mi sonrisa y ese aspecto seductor que a más de uno le ponía de los nervios me hacía ganar todas las partidas de poder que siempre existían en todos los eventos sociales.
Las pistas del aeropuerto tenían sus lugares prohibidos para caminar, pero en mi caso paseaba a mis anchas detrás de Carl para así llegar al coche de alquiler que había tenido que rentar. Él sabía de qué clases me gustaban y también que el dinero no era problema. Una gama alta siempre era mucha mejor presentación que un simple Smart o algo por el estilo. ¿Qué clase de persona importante podía alguien pensar que iría en un coche tan pequeño? No, a mayor tamaño del vehículo, mayor poder adquisitivo y mayor ego. La ecuación no era muy complicada.
El negro era el color de la elegancia por excelencia. No sabía quién lo había escogido por todos, tampoco era algo que me preocupase, estaba conforme con esa elección porque no podía negar lo evidente: era un color perfecto para mí.
Me desabroché la chaqueta antes de meterme dentro del vehículo cuando Carl me abrió la puerta trasera. No tardamos mucho más en ponernos en marcha rumbo al interior de la ciudad. En esta ocasión había decidido quedarme en un hotel por un tiempo, pero eso sería tan solo hasta que encontrase el lugar perfecto donde vivir. No podía permitirme, ni mucho menos, realizar la mayor cantidad de mis actividades dentro de la seguridad y los ojos curiosos de todas las personas que transitaban todos los días dentro de un hotel. Demasiados posibles testigos de todo tipo de actividades, lícitas o no.
Mi teléfono comenzó a sonar justo en ese momento. Era de ese tipo de pasajeros que se pasaba las normas de seguridad de los aviones por donde deseaba, suponía que aún no me había ocurrido nada grave en ningún avión básicamente porque había tenido mucha suerte, igual que en otros aspectos de mi vida.
— ¿Señor Maicron? —preguntó la voz del lameculos que tenía mi hermano a sueldo.
— ¿Qué quieres, Logan? Acabo de llegar a Nueva Orleans y todavía no me ha dado tiempo de meter la pata para que mi hermano te obligue a llamarme.
El fastidio era evidente en mi voz. Si algo me molestaba más que otra cosa, era el hecho de tener siempre a mi hermano mayor mirándome por encima del hombro. Siempre se creía tan superior, tan digno de nuestro padre y sabía que me había mandado al otro lado del charco tan solo para tenerme lo suficientemente lejos de su futura esposa. No podía negar que la mujer tenía buen gusto, pero lamentablemente para ella no era del mío.
— No, señor Maicron, no me ha mandado que le llame para decirle nada más que recordarle su agenda. El señor Maicron, su hermano, ha escogido también a un séquito de personal para usted que sabe que son lo suficientemente cualificados como para que...
— Logan, verás. No he aceptado venirme a tantos kilómetros de mi hermano para tener a todos sus besa culos a mi alrededor. Asegúrate de decirle a mi hermano que sé escoger a mi propio equipo de confianza por lo que pienso despedirles a todos y cada uno en cuanto llegue a la oficina. Que haya venido a Nueva Orleans para "ayudar en el negocio familiar" no significa que vaya a hacer todo lo que me obligue el estirado de Rogers. Así que, te agradecería que le dijeses un educadísimo "que te den por el culo" de parte de su querido hermano Wolfgang. ¿Podrás?
— Se-señor no puedo...
— Así me gusta, Logancito. Siempre cumpliendo órdenes. Asegúrate de no llamarme en una semana, tengo mucho por hacer.
Colgué tan pronto como terminé la frase antes de soltar un profundo suspiro deseando poder ponerme a arrancar cabezas allí mismo, algo que nunca había hecho, pero que siempre me había parecido la frase perfecta que pudiese describir mi frustración y enfado a partes iguales.
Carl sabía a dónde teníamos que ir y me permití disfrutar de las vistas que me regalaba la ciudad de Nueva Orleans desde el interior de aquel vehículo pretencioso, uno a la altura del pez gordo que iba en su asiento trasero.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...