Capítulo 8

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Aquel día había aprovechado todo lo posible para realizar las actividades que me mantendrían ocupado durante todas las horas. Se suponía que debía mantener la distancia. Laila tenía derecho a continuar su vida sin que yo la estuviese acosando a los cinco minutos. Así que, lo máximo que había hecho, había sido desearla buenos días además de mirar unas quinientas veces el teléfono mientras las horas pasaban sin recibir noticia alguna de ella.

Para evitar encontrarme con Natasha quien ya me había asegurado con esa mirada de arpía despiadada que se las pagaría, me había cambiado de lugar de residencia. Había encontrado un piso grande, de esos que quitan el aliento y había decidido hacerme con esa casa. Un alquiler bastante asequible con el que no tendría problema alguno al hacerle frente. Además, me había asegurado de mandar algo del gusto de Natasha como disculpa a su propio hogar y había contratado a todos los nuevos miembros de mi equipo, aunque había sido complicado, aburrido y sorprendentemente largo.

El piso estaba prácticamente para ser habitado. La decoración tenía una gama cromática muy definida: blanco, tonos neutros y para darle algún toque de color habían usado las distintas tonalidades de azul que más habían combinado con el lugar. No obstante, tampoco es que fuesen mi decoración ideal. Sabía que ese hogar tenía un aspecto bastante más cálido que la gruta de negros y colores oscuros que yo habría terminado creando entre esas paredes. Una de las habitaciones, de las dos que había, estaba sin amueblar, lo que me permitiría tener algún despacho o puede que una habitación de invitados quizá para convencer a Laila que se quedase bajo mi techo en algún momento si se hacía muy tarde.

Llevaba prácticamente desde el segundo en que se había ido en su vehículo, intentando pensar en cual podría ser una cita ideal para ella. Había querido hacer algo romántico, pero también sabía que si lo hacía, probablemente ella se levantase y se fuese, así que tenía que ser algo más informal, algo en lo que no se sintiese presionada, en busca de una reconquista lenta y complicada. No iba a darme por vencido tan pronto.

Opté por algo simple. Sabía lo mucho que le gustaba el arte en general y sabía que adoraba perderse en bibliotecas y librerías. Así que yo mismo había decidido irme hacia alguna de ellas, buscar la mejor y permitirle escoger los libros más antiguos o los últimos de sus autores contemporáneos favoritos. No me importaba que ella tuviese dinero de sobra para ello, ansiaba poder regalarle algo que siempre pudiese llevar consigo, al menos como yo había podido tener esa carta que me había destrozado vivo igual que una tortura lenta, pero escogida por mí.

Las horas tampoco ayudaban demasiado. A la hora de comer había decidido buscar esa librería. Al fin y al cabo, era el jefe y nadie salvo el capullo de mi hermano tenía potestad para regañarme por saltarme las horas a la torera.

Encontré una de las librerías más grandes de la ciudad. Había libros clásicos con unas cubiertas nuevas, pero que imitaban a las antiguas y con unos dibujos exquisitos como una de las colecciones que allí había de Julio Verne. Me gustaba contemplar esos tomos que parecían sacados de algún lugar antiquísimo pese a que como mucho tendrían un par de años desde que habían salido de las distintas editoriales.

Después de transitar tranquilamente por los clásicos, fui hasta la literatura más moderna, cuentos infantiles y finalmente, novelas más propias de adultos. Todos los libros tenían alguna que otra manera de llamar la atención. Los infantiles con sus colores imposibles, chillones, que parecían gritarle al ojo del niño: "¡Cómprame!" y por eso los pequeños terminaban pataleando hasta los padres les daban lo que ellos querían.

No obstante, cuando entré en la temática de adultos, observé la diferencia que había entre las distintas formas de encuadernarlos y también cómo la gran complejidad de colores había dado paso a gamas cromáticas que destacaban, sí, pero con un par de colores o con tonos pasteles. Fuera como fuese, las portadas eran bastante menos chillonas que esos libros infantiles y sin duda, todo eso tendría un gran estudio de mercado detrás. Habrían usado a personas como cobayas para saber qué colores les llamaban más la atención pese a las cribas que estaba más que seguro que hacían en las distintas editoriales antes de lanzar cualquier libro al mercado.

Fue en mi tránsito por los tomos de literatura romántico-erótica, que me encontré el nombre de Laila en unas letras doradas sobre un fondo negro. Había varios libros al lado, todos ordenados y no eran diferentes ejemplares del mismo, sino que había distintas historias escritas por su puño y letras.

Una sonrisa se deslizó por mis labios y sin importarme demasiado lo que costasen, opté por coger un ejemplar de cada una de sus obras. Sabía que otros autores no habían logrado engancharme, pero sus novelas eran diferentes, únicas. Había leído muchas de ellas cuando solo eran borradores y sabía que esa compra no sería ninguna pérdida de tiempo, que no me arrepentiría de gastarme todo el dinero preciso.

Un total de ocho ejemplares de novela romantico-erótica, cuentos infantiles a mansalva y una novela policíaca, la única que parecía existir a su nombre. La joven que observó la pila de libros se quedó boquiabierta y luego sonrió abiertamente.

— Parece que ha descubierto una autora que le gusta mucho —rió pasando cada una de las novelas por el lector de códigos de barras.

— Ni se lo imagina —le devolví la sonrisa antes de fijarme en cada portada.

Un hombre ajustándose una corbata, un zapato de mujer de esos de infarto, unos labios entreabiertos... Las portadas eran sin duda sugerentes, pero sabía que lo serían más si fuesen los labios de Laila, ese zapato puesto alrededor de su delicado pie. No habían logrado sacar el verdadero atractivo en esas portadas sin usar a la mujer que estaba detrás de cada letra. Aún así, no pensaba perderme ni una coma. Las portadas eran lo de menos, sino entrar en la mente de Laila entre esas páginas; eso era lo que merecía realmente la pena. 

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