Sabía que no era el lugar ni el momento para comenzar a hacerle cambiar de parecer. Ella estaba convencida de la decisión que había tomado y por suerte, yo era consciente de que no había nada que pudiese incriminarla, así que no pasaría tiempo entre barrotes ni separada de Caroline. Ella seguramente también era consciente de ello y por eso mismo, había aceptado estar allí, puede que para darme algo de fuerza, buena suerte o lo que fuese. En el fondo se lo agradecía.
La autora del cuadro había apareció en acción. Con gafas de pasta, con la típica imagen de bibliotecaria y de quién no encaja en un lugar como ese, no pude evitar emparejarla rápidamente con Terrence en mi cabeza. Seguro que tenían cosas en común, aunque también era cierto que me pudiese estar llevando por los estereotipos de las personas consideradas "frikis" cuando no tenía porqué gustarles a todos lo mismo ni tampoco entenderse. Aunque pudiesen tener afinidades en común, igual podían ser el blanco y negro, opuestos completamente, dado que no dejaban de ser personas como el resto de los que nos considerábamos así, no una raza aparte.
Observé la manera en la que esta joven, la artista del momento, se refugiaba entre un grupo de personas, prácticamente sin hablar, sin decir esta boca es mía y después se iba dirigiendo poco a poco hacia nuestra posición, como si buscase algún alma caritativa o alguien que le dirigiese la mirada. Estaba convencido que si todos supiesen que ella era la autora del cuadro a presentar, tendría a todas esas personas que la ignoraban, buscando besarle los pies o, peor, el trasero para que fuese ella quien les atendiese mínimamente. El anonimato en sitios como aquel podía ser la peor de las pesadillas.
Laila se separó de mi lado tan solo para dirigirse hacia la joven. Sabía que por su alma cándida y por esa forma que tenía de darse a todo el que pareciese necesitar algo, terminaría yendo hasta ella.
— ¿Estás sola? —preguntó con esa adorable sonrisa que siempre hacía creer que todo iba bien a su alrededor.
La joven, sorprendida, asintió aún impactada porque alguien se hubiese acercado a ella por mucho que fuese lo que estuviese deseando. Sonrió tímidamente cuando Laila le cogió la mano para dirigirla hasta la extraña mesa donde, por el momento, no se acumulaban las bebidas.
— Wolf, te presento a... perdona, ni tan siquiera me he presentado yo. Me llamo Laila ¿y tú?
— Gertrude —contestó antes de mirarme y dejar que sus mejillas se sonrojasen pues no podía detenerlas, igual que Laila tampoco lo hacía, algo que siempre había adorado en ella.
— Encantado, Gertrude.
— No puedo creerme que le esté conociendo, señor Maicron —la voz de la chica sonó tan emocionada que mis cejas se arquearon con sorpresa—. He oído hablar mucho sobre usted, sobre sus muchos talentos en el mundo del arte pese a tener que estar a la cabeza de una empresa...
— Oh, no, Gertrude. Yo no soy el que está a la cabeza de la empresa. Verás, ¿has visto a ese larguirucho que tiene cara de rata? Ese mismo es mi hermano, quien tiene la magnífica suerte de estar al mando de todo el patrimonio familiar, algo que agradezco en demasía. En cuanto al arte, bueno, hago mis pinitos, no demasiados —mentí en esa parte, imaginaba que si Gertrude se daba cuenta de que yo podía estar detrás de esa falsificación que pronto aparecería para que todos la observasen, podría irse bastante al traste—. La mayor parte de los rumores que se escuchan no son nada más que meras exageraciones. De una noticia, o de un dato, la imaginación puede sacar toda una novela.
Pude observar en su rostro cómo la desilusión había hecho su aparición mientras que Laila tomaba el hilo de la conversación. Las charlas triviales no eran algo que me gustase demasiado, por eso disfrutaba viendo al delicado ángel que tenía a mi lado siendo tan adorable como acostumbraba, realizando todo tipo de preguntas para que la chica se sintiese cómoda además de dando información de su propia vida. Le había contado que ella era escritora, aunque se consideraba aficionada cuando tenía más de una decena de libros sacados al mercado, incluyendo cuentos para nuestra hija Lorraine.
Laila se acercó a mí. Apoyé mi mano sobre su vientre y dejé que se apoyase en mi pecho. Notaba su espalda casi a través de la tela. Deposité un beso en su su cabello con ese olor tan especial. Me gustaba tenerla tan cerca, aprovechar cada segundo a su lado, intentar vivir aquello durante al menos unos minutos más, pero el tiempo tenía otros planes.
La obra fue anunciada y lentamente se quitó la tela que cubría el cuadro que tanto tiempo me había costado imitar. Un sonido de sorpresa general inundó la sala. Después empezaron a cuchichear entre todos mientras que Gertrude observaba el cuadro, casi como si desease escuchar lo que tanto había esperado teniendo delante de sus ojos el final de su duro trabajo.
— Un... un momento —susurró Gertrude.
— ¿Qué ocurre? —Laila se había tensado considerablemente y le susurré un suave "tranquila" contra su cabello para que no se le notase tanto.
— Ese no es mi cuadro.
La facilidad con la que la autora comentó que ese cuadro no era el fruto de su duro trabajo sin una mínima duda, no me sorprendió. Yo mismo me había encargado de que a sus ojos fuese bastante simple. Pero había estudiado lo suficiente a la joven para saber que no diría ni media palabra, se sonrojó hasta las orejas y después de hacerlo permaneció impasible, molesta, observando a todos los presentes como si desease gritárselo una y otra vez, para que supiesen que esa horrible obra, que solamente se diferenciaba en varios trazos que daban la sensación de llevar a la rebeldía más que los suyos en la original.
Tomó una copa de esas que estaban pasando de vez en cuando sobre las distintas bandejas y tras eso empezó a beber sabiendo que su problema de timidez se resolvería con alcohol en vena.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...