Natasha había llegado en el peor momento posible, pero tampoco esperaba que todo fuese tan sencillo como respirar, en realidad, ni tan siquiera creía posible la situación que se estaba dando. Así que era normal que se diesen fallos en algo completamente improvisado.
Las miradas de ambas se encontraron y noté aún mayor incomodidad en Laila que no tenía ningún problema en desviar la mirada para demostrarlo, mientras que Natasha la mantenía, intimidante, tal y como siempre había sido. La observó de arriba a abajo, casi como si tuviese el derecho de juzgarla.
— Perdona, Natasha, tomaremos esa copa en otro momento. Me he reencontrado con alguien que hacía muchos años que no veía.
Aquellas palabras me saldrían caras. Podía verlo en el rostro de la despampanante mujer que me molestaría al día siguiente, pero también en las facciones de Laila que por una milésima de segundo se habían contraído en una mueca de disgusto por lo que había dicho.
— Está bien... Espero que merezca la pena —siseó igual que lo haría una serpiente además de lanzar su veneno antes de darse media vuelta en una actitud ridículamente digna que sobraba por completo en su puesta en escena.
Una vez que Natasha estaba lo suficientemente lejos, Laila puso su mirada nuevamente sobre mí y se encogió de hombros.
— Si habías quedado con ella quédate, no quiero estropearte ninguna cita. Y supongo que nos veremos en otro momento —una sutil sonrisa apareció en esos labios que ahora mismo volvería a atrapar tan solo para que no pudiese decir ese tipo de cosas. ¿No entendía que me importaba aún más que cualquier otra persona del planeta? Yo no iba dando besos porque sí a toda mujer que se me acercase y menos aún un beso como aquel.
Iba a responder cuando noté que poco a poco iba dándose la vuelta para alejarse de mí, así que mi mano envolvió su muñeca, sin crear presión, solamente para que el tacto de nuestras pieles le hiciese pararse.
— Prefiero mil veces estar contigo que tener que tomar una copa con cualquier mujer del mundo —aseguré antes de ver ese rubor tan particular en su mejillas que causó mi propia sonrisa.
Laila había venido sola así que ninguno tuvimos que despedirnos de nadie en aquella exposición, simplemente salimos del edificio, al principio callados pues no sabía realmente qué podía decir o qué no. ¿Podía ser que estuviese nervioso, maldita sea? Nunca me ponía nervioso y mucho menos después de todas las cosas que había hecho al margen de la ley. Estaba acostumbrado a tener un pulso firme, a mantener una apariencia impasible y ella con su dulzura intacta, igual a aquella que poseía en mis recuerdos, había logrado desestabilizarme mucho más de lo que lo había hecho su propio recuerdo.
Las calles ahora me parecían bastante más acogedoras, pero no quería estar mucho en ellas pues el lugar que podía tener en mente para cenar tranquilamente junto a Laila estaba lo suficientemente lejos para que fuese doloroso para sus pies llegar hasta él. Por eso, tras mandar un simple icono al WhatsApp de mi chófer, Carl apareció a los cinco minutos con el vehículo en una zona donde era más sencillo recogernos.
— ¿Señorita Laila? —preguntó Carl en cuanto la vio.
¡Por supuesto que la conocía! Laila siempre había sido un rayo de luz para todos los que se habían cruzado con ella y estaba seguro que seguía siendo así. Aún podía recordar los paseos que ambos nos habíamos dado para llegar a algunos eventos donde me había acompañado sin que nadie supiese su nombre, en los que ella llenaba ese inmenso vacío teniendo una conversación sobre todo lo que pudiese ocurrírsele a aquella adorable cabeza soñadora. Al principio, Carl había sido reacio a hablar con Laila, pero pronto su naturalidad y su frescura habían conseguido que hasta yo mismo supiese más datos de mi propio empleado gracias a esa charla incansable que tenían.
— ¡Carl! ¿Tú también estás aquí?
El rostro de la rubia se iluminó regalándole una sonrisa sincera a quien ella hubiera considerado su amigo tiempo atrás. Le dio un abrazo de esos que se dan después de haber pasado mucho tiempo sin ver a alguien y realmente te alegras de volver a estar en el mismo lugar que esa persona. Mi chófer se lo devolvió con la misma emoción que ella había mostrado y cuando abrió los ojos viendo mi rostro comenzó a carraspear separándose de la fémina para retomar la compostura de su profesión.
— Encantado de volver a verla, señorita Laila. Por favor, pase —con la elegancia que le caracterizaba, abrió la puerta trasera antes de que ella se metiese en el vehículo.
Cuando pasé al lado observando fijamente a Carl, enarqué una ceja que le hizo entender que estaba prevenido. Sin embargo, como buen amigo que era, volvió a saltarse todo tipo de formalidades y me guiñó un ojo con una sonrisa en los labios que correspondí.
Una vez dentro del vehículo, ni tan siquiera tuve que decirle nada a mi chófer, él sabía a la perfección qué era lo que debía buscar tratándose de Laila, así que ambos nos dedicamos a estar en silencio, mirándonos de reojo, en el asiento trasero, notando el calor abrasador del otro a solo unos milímetros pues parecía escapar de nuestros dedos que prácticamente juntos estaban en el asiento de en medio.
¿Podíamos regresar atrás? ¿Podíamos volver a ese momento en que éramos ella y yo viviendo un amor adolescente pese a que en esos momentos estaba más cerca de los treinta? A menudo, había leído, que el amor cambia a las personas, que nos volvemos distintos, y sabía que Laila era la mujer de mi vida solamente por todo lo que había logrado cambiar en mí pese a no ser el hombre perfecto.
Bajé mi mirada a su mano, esa delicada mano pálida, con unas uñas perfectamente cuidadas en un tono oscuro que le daban cierto no se qué que causaba un contraste particular. Agradecí no encontrar en ninguno de esos dedos ningún anillo. Tampoco en los de la otra mano. Porque aunque me hubiese dado completamente igual tener que luchar contra un marido o quién fuese, estaba seguro de que la tarea sería mucho más complicada y con posibilidades de fracaso, pues su corazón podía haber dejado de pertenecerme por completo.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...