Les había pedido un tiempo para arreglarme y poder despejar un poco mi mente. Había mandado preparar algo de comida para todos. Me había vestido y había descubierto que todos mis móviles se habían quedado sin batería durante la noche. La ducha me había despejado y al menos ahora estaba algo más respetable a simple vista que antes con los ojos rojos además del aliento a alcohol que debía echar para atrás a cualquiera.
Me había lavado los dientes de manera concienzuda, también había hecho hasta lo imposible por estar relajado, pero en esos instantes por mi cabeza estaban pasando tantas posibilidades que no sabía cuál me hacía menor gracia que la anterior. Lo único que podía hacer era escuchar si es que no me había cerrado del todo ya a esa posibilidad que era la única que me sacaría de dudas. Laila, solo ella tenía las respuestas. De todos modos, empezaba a temer si quería o no saberlas a viva voz, puede que leyéndolo en sus páginas fuese todo mucho más sencillo. Quizá tendría que hacerle caso. Y ahí estaban de nuevo, mis dudas, la manera en la que no podía estar tranquilo con nada que tuviese que ver con Laila. Ella removía todo mi mundo de todas las maneras posibles.
— No creo que sea lo más idóneo hablar con la niña aquí —comenté cuando las vi a ambas. La pequeña estaba comiendo ya lo que les habían puesto sobre la mesa con una expresión de gusto, como si le estuviese dando las cinco estrellas a esa comida. Al lado, estaba Terrence, observándolas e inflándose también porque, ¿para qué esperarme o fingir que no le importaba lo que pudiese salir de nuestras bocas?
Le miré y como recordó su promesa, asintió, recogió los platos y sus cubiertos antes de irse hacia la habitación donde dormía casi todas las noches aunque no le había concedido ese derecho a vivir aquí por la gorra. Además, algo me decía que se había traído todos sus juguetes a espaldas mía. Los espacios que había estado fuera de mi hogar se lo habían permitido, sin problemas y no tenía demasiadas ganas de saber qué era lo que hacía o dejaba de hacer en mi ausencia.
Me senté en la silla que había dejado Terrence libre mientras la niña a la que aún no había puesto nombre me observaba igual que si fuese un ser de esos que tan solo se ven en su imaginación.
— ¿Por qué tienes pelo en la cara? —preguntó como si cualquier cosa.
La espontaneidad de los niños era adorable, no podía negarlo. De hecho, tenía una forma de pronunciar que resultaba aún más tierna, por lo que la sonrisa apareció casi instantáneamente en mi rostro.
— Porque hoy no me he afeitado.
— Mi amiga Susie dice que su papá se deja ese pelo porque no le gusta su cara sin pelo. Yo siempre me pregunto si es tan feo sin pelo.
Las palabras de la niña provocaron que terminase soltando una carcajada mientras Laila la reñía con dulzura por haber dicho algo semejante.
— Déjala que diga lo que quiera. Tiene razón en algo, la mayoría de los hombres usan la barba para esconderse y no por moda. A algunos les gusta más su cara con pelo que sin él. Te encontrarás de todo, pequeña.
— No me llamo pequeña, me llamo Caroline.
— Encantado, Caroline, tienes un nombre muy bonito.
Laila se quedó observándonos durante unos cuantos minutos. Luego, se secó una lágrima imperceptible y se inclinó hacia la pequeña para limpiarle la boca con una servilleta.
Había tantísimas preguntas que se estaban acumulando en mi cabeza que a duras penas si podía contener mis ganas de dejar que todo ese batallón terminase escapando de entre mis labios para dejar algo más tranquila mi mente, pero Caroline no podía escuchar algo semejante. ¿Cómo podía obligarle a ver a su madre discutiendo con el padre de su medio hermana? No sabía si la había visto discutir con alguien, pero no quería ser el responsable de que la pequeña lo pasase mal.
Por eso, en el momento que terminó de comer y Terrence llegó también para dejar sus platos en el fregadero, opté que lo mejor era encontrarme con Laila en algún lugar a solas.
— ¿Tienes algún hueco hoy?
La rubia me miró y negó soltando un suspiro antes de limpiarse las manos con la servilleta como si las tuviese sucias, aunque suponía que se trataba más como un intento desesperado por no mantenerla la mirada.
— Creo que estoy volviéndome completamente loco. No... no encuentro sentido a nada de todo esto. Consigo una respuesta y hay mil nuevas preguntas sin solución que están logrando ahogarme, Laila.
— ¿Crees que podrás escucharme en el caso de que hablásemos largo y tendido de todo esto? ¿Crees que serás capaz de mantenerte callado mientras yo te cuento toda la historia? —sus facciones que parecían tan frágiles se habían cubierto de una capa de determinación sorprendente, igual que estando segura de algo tan importante que nadie podría llegar a convencerla de lo contrario, sino que debía ser ella misma quien lograse arrancar las vendas de los ojos a los demás para que viesen aquello tan obvio.
Me quedé pensando en sus preguntas. ¿Realmente podría mantenerme callado y no interrumpirla? A duras penas si lo había podido hacer siendo el libro el narrador de toda esta historia. Había ido corriendo hasta ella, había atado cabos precipitadamente y le había lanzado todas las bombas sin que hubiese abierto sus labios para decirme si aquella construcción de mi mente tenía lógica o estaba basada tan solo en suposiciones erróneas.
Lorraine existía, sin embargo, si todo hubiese sido tan simple, ¿por qué había cuatro tomos más de la misma historia? ¿Por qué le había dado para seguir avanzando en la historia de un personaje en el que todo podía haber acabado de ser interesante con su primer y único interés amoroso fuera del mapa y teniendo todo el tiempo a esa hija de ambos lejos de su padre?
— No. No creo que pueda —admití con sinceridad.
— Entonces, hazme un favor. Termina toda la historia antes de cualquier cosa —en su tono de voz estaba teñida la súplica más que una orden y sabía que si aceptaba su petición iba a sufrir aún más porque tendría que existir el nacimiento de esa segunda niña, esa que no era mía, descubriría su romance con el padre de Caroline.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...